Por Miguel Angel Polo Santillán,

Señor Dr. José Carlos Ballón Vargas, Decano de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de nuestra alma mater, Dr. Guillermo Russo Checa (hijo de nuestro querido maestro José Russo Delgado) y familiares, Srs. miembros de la mesa Dr. Raimundo Prado, Dr. Federico Camino, Dr. Max Hernández, Mg. Dante Dávila, distinguidas autoridades, amigos y público en general.

En primer lugar quisiera agradecer al Dr. Guillermo Russo por la deferencia de decir algunas palabras sobre su padre, en el centenario de su nacimiento. En realidad, conocí al Dr. Russo (que es así como mi generación le decía y de la misma forma me referiré a él en este texto) cerca de 15 años, desde 1982. Sin embargo, hay otros maestros que lo conocieron más tiempo que yo, como el Dr. Ñique de la Puente o mi profesora Cristina Quijada. Por eso es un honor inmerecido permitirme decir algunas palabras.

Al principio pensaba sólo hablar espontáneamente, pero creo que esta oportunidad de redactar algo me permite explorar mis recuerdos y darme cuenta de cómo mi identidad sanmarquina se ha ido constituyendo, y lo mucho que el Dr. Russo ha aportado en ella. No creo que se trate de simples anécdotas o reflexiones, sino también es una forma de explorar un pasado presente y actuante.

Conocí al Dr. José Russo por el año 1982, ya el siglo pasado. En realidad, mi primera visión de él fue de un hombre de edad con muletas, pues en esos meses había sufrido un accidente de tránsito. Llegaba a sus clases así. Pregunté quién era y me dijeron que era el Dr. José Russo, del curso de Filosofía Antigua, materia que después llevaría con él. Llevé varios cursos con él. En sus clases mi promoción parecía una esponja que absorbía todo el saber impartido, escuchábamos atentamente, creo que nunca falté a sus clases, porque sentí que no solo eran clases informativas, donde aprendíamos más conocimientos, sino que sentía que nos hablaba a nosotros mismos, mejor, que nos hablaba de nosotros mismos. Por eso, pienso desde estos tiempos que era un filósofo del autoconocimiento, herencia de dos grandes maestros suyos: Sócrates y Krishnamurti. De Sócrates nos ha dejado un hermoso libro sobre este maestro de la mayéutica. De Krishnamurti, librepensador indio a quien conoció en EEUU (encuentro que debió haber sido transformador para él), el Fondo Editorial pudo publicar textos del Dr. Russo, aunque fue una obra póstuma.

Con el Dr. Russo aprendimos no solo de los clásicos occidentales antiguos y modernos (desde los presocráticos hasta Descartes y Leibniz), sino autores asiáticos. Por vez primera escuchaba de Buda, Lao Tse, Ramana Maharshi, Gandhi, Ramakrishna, Vivekananda, Krishnamurti, que entendí que no eran adornos de un erudito, sino que pensaba que había algo así como una “filosofía perenne”, grandes intuiciones de sabios de distintas partes del mundo.

Por lo general no preguntábamos en clase, y no era porque alguien nos haya dicho que él no admitía preguntas en clase, pues no lo sentimos así. Preferíamos escuchar. Pero cuando terminaban sus clases, algunas veces salía a preguntarle en el pasillo, nunca me negó una respuesta. Creo que ese fue el origen de una amistad. Pasado el tiempo me solicitó ayuda para escribir a máquina sus manuscritos, poco a poco fui descifrando su letra y entrando más en su pensamiento. Este apoyo de mi parte duró varios años, hasta la preparación de la primera versión de su obra sobre Heráclito, que puedo decir que en buena parte trabajamos juntos. Lástima que esa obra –publicada póstumamente- no salió cómo lo habíamos trabajado, por distintas razones que no vienen al caso mencionar. Este apoyo me permitió saber que tenía todavía una cantidad considerable de manuscritos que pensaba publicar. Y hablamos sobre sus proyectos de publicación.

Unos años antes de esta obra, mientras todavía era un alumno, el Dr. Russo me invitó a presentar un libro suyo, justamente fue en este mismo local, la Casona de San Marcos, pues todavía no era el centro cultural de nuestra universidad. El libro fue “Sócrates. Problema y mensaje” (1985). Fue una experiencia significativa, pues expresaba una confianza del maestro, pero también una responsabilidad. No sé si eso ya marcaría mi destino en San Marcos, lo cierto es que eso expresaba el aprecio que el maestro me tuvo, por lo cual le doy las gracias. Quizá una anécdota venga al caso: alguna vez me sorprendió un sábado cuando apareció en mi casa del Rímac, no quiso entrar, pero salimos y caminamos conversando sobre distintos asuntos.

Pero, ¿esta relación fue de profesor-alumno, o una relación amical, o de maestro-discípulo? Fue un poco de todo ello, quizá más precisamente de maestro sabio-discípulo ignorante. Mirando desde este presente, el Dr. Russo no me sacó de la ignorancia, me hizo consciente de ella. Salvando las enormes distancias, Kant decía de Hume que lo había liberado de su sueño dogmático, yo puedo decir que el Dr. Russo también me liberó de mi sueño dogmático, pues nos enseñó a que debemos pensar por nosotros mismos. Por eso, en rigor no podría llamarme su discípulo, pues no me trasmitió ningún conocimiento especial, sino solo una actitud y una inquietud: la actitud de nunca creer ser propietario de la verdad, por eso la imprescindible necesidad de saber escuchar voces tan diferentes a las nuestras. Pero también una inquietud: la de explorarnos a nosotros mismos, de averiguar quiénes somos, una pregunta siempre abierta. Esa es parte de la herencia que recibí de este gran maestro sanmarquino, que me dignó ser su amigo.

Esto me permite hacer una última reflexión: ¿qué heredó mi generación del Dr. Russo? ¿Qué heredé del Dr. Russo? Permítanme la siguiente analogía: Sócrates y las escuelas socráticas, la de los cínicos y cirenaicos, que exageraron aspectos del maestro, sin valorar suficientemente la mayéutica socrática como medio de autoconocimiento. Asimismo, a veces pienso que con respecto a la enseñanza del Dr. Russo a veces exageramos su lado religioso, su amor a los griegos, su pasión por enseñar, pero que su enseñanza central no la tenemos suficientemente en cuenta: el autoconocimiento.

En resumidas cuentas, ¿qué heredó mi generación del Dr. Russo?

a) En todos nosotros, el gusto por la filosofía griega. Bajo las condiciones en que estudiábamos en los 80’s, el Dr. Russo era nuestra enciclopedia. Aunque ya he dicho que su intención no era puramente informativa.

b) Otros heredamos la pasión por la enseñanza. Se sumergía en el mar de la filosofía y siempre nos invitaba a involucrarnos.

c) Otros hemos heredado la idea de pensar por cuenta propia. Siempre nos repetía la expresión socrática de que “discípulos en realidad nunca he tenido”.  Nos enseñó a no admitir el criterio de autoridad, sino a lo que Kant pedía: “atrévete a pensar por cuenta propia”. Aunque a veces olvidamos que ese dictum ya estaba en el Buda histórico, enseñanza que el Dr. Russo conocía muy bien. Alguna vez vi en su biblioteca un voluminoso libro que contenía selección de textos budistas.

d) Pero también aprendimos una intuición: la unidad de la realidad. Ahí Heráclito terminaba siempre hermanado con Parménides. Y Cusa y Bruno terminaban siendo abarcados por una realidad que los desbordaba. Unidad de la realidad que le permitía incluir a los grandes maestros de la filosofía asiática. Esa unidad es la que permitía un diálogo con la religión, aunque nunca redujo la filosofía a la religión.

e) Otros también heredaron su actitud política, pues a pesar que ya no militaba en ningún partido político, seguía con preocupación el tiempo que nos tocó vivir. Marcó su distancia clara con el senderismo, pues él era declaradamente pacifista, mejor aún, asumía la no-violencia como parte de su vida. Asimismo veía con preocupación el fujimorismo, aunque no pudo ver todas sus consecuencias negativas para el país.

f) Finalmente insisto, siento que la principal herencia es el autoconocimiento, ese nos trae a nosotros mismos como tema de nuestras propias reflexiones, ese que no nos permite escapar de nosotros mismos, pero que requiere seriedad de darnos cuenta de lo que somos. Ese es el aire siempre fresco que el Dr. Russo descubrió en Heráclito, Sócrates, Buda y Krishnamurti.

Todavía queda pendiente un trabajo colectivo para pensar en la obra del maestro, que considero será consecuencia de la publicación de sus obras completas, que será dirigida por el Dr. Guillermo Russo y mi colega Dante Dávila. Felicitaciones por la iniciativa.

El Dr. Raimundo Prado siempre nos ha hablado de los grandes maestros sanmarquinos que fueron sus profesores. Mi generación solo alcanzó al Dr. José Russo, pero cuyo magisterio ha dejado una huella imborrable en nuestras vidas personales.

Gracias a San Marcos, gracias a la vida, por haberlo conocido. Muchas gracias. 

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07.12.2017

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