Por Jesús Guzmán Gallardo*

“Los viejos a la tumba y los jóvenes a la obra”, este viejo apotegma pertenece a Manuel González Prada, y fue expresado en circunstancias muy similares a las actuales. Esto no es muy alentador, ya que significa atraso y ningún aprendizaje, sobre todo en el terreno político. A su vez, nos explica un estado de anomia y flagrante subdesarrollo en el campo cultural, a despecho de esfuerzos individuales, muy meritorios, pero que colisionan tremendamente con la pretendida y ridícula intención, entre otras afirmaciones idénticas, de formar parte de la OCDE que solemos escuchar de figurones demagogos y en especial de la clase política del Perú que desnudan constantemente su estulticia. Luego, es una frase que, vistos los actuales acontecimientos, vale la pena revalorar y comentar.

Víctor Raúl Haya de la Torre, discípulo del egregio escritor, y a quien tuve el honor de conocer y trabajar a su lado durante más de una década, solía repetirnos en su consabida pedagogía reiterativa estas frases aludidas; pero, con una interpretación no literal sino enriquecida con esa visión de estadista y maestro que conjugaba sabiamente.

Haya, como González Prada, desde su juventud despreciaba a la clase gobernante de entonces que había hecho de la política un vil oficio y nunca recurrió a la connivencia o a la indiferencia que a muchos resulta fácil hacerlo para no meterse en problemas; y desde las calles presidió múltiples jornadas, con nutrida presencia de jóvenes, en lucha y protesta como la de las 8 horas y el 23 de mayo de 1923, por anotar algunas; consecuencia que mantuvo hasta el final de sus días.

Con esa óptica, recogida de la realidad vivida con intensidad, él explicaba que simplemente ser joven o viejo no otorgaba ninguna autoridad, el secreto estaba en mantener hasta la inevitable madurez, vale decir toda la vida, ese espíritu juvenil que describieran Romain Rolland, Rubén Darío y José Gálvez respectivamente. Que no sea la lucha contra la injusticia flor de un día, sino testimonio permanente hasta rendir nuestra existencia. En resumen, retener a pesar del tiempo transcurrido, el mismo fuego juvenil de los 18 años siempre, sin pausa y sin tregua pero con la misma alegría, entrega, lozanía, transparencia, fervor y pasión que son propios de la juventud. Expresado en pocas palabras, ser jóvenes eternamente.

 A continuación, enlazaba una reflexión, parafraseando los versos del poeta alemán Goethe: “cuidado, que hay primaveras con lluvia e inviernos con sol”. Esta advertencia es clara, porque hay jóvenes que son viejos a temprana edad y viejos que son jóvenes a pesar de su edad.

Es por esta magnífica lección, que me reconforta ver salir a los jóvenes a las calles, y unirme a ellos, cuando sin temor alguno, con vitalidad, gracia y creatividad expresan su indignación y protesta contra los politiqueros y politicastros, defendiendo la justicia, la libertad, los derechos humanos y convirtiéndose en actores y protagonistas de su propio destino, haciendo caso omiso a quienes les condenan como vagos y violentos.

Digno, el país que cuenta con jóvenes, de todas las edades, que tienen esa capacidad de decir valientemente lo que creen frente al engaño, abuso, corrupción e injusticia, colocándose al lado de los más pobres, de los que no tienen voz y de los que más sufren. Hermoso legado de los que pelean por principios y no los arrían nunca, avanzando y llenando de vergüenza a los reaccionarios, cobardes, ignorantes y retrógrados que esperan que las cosas cambien por sí solas.

El grito de batalla, en estos momentos, debe ser cual consigna insoslayable: “viejos a la tumba, los jóvenes a la acción”.

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14.01.2018
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