Por Jordi Domingo. Técnico de proyectos de Fundación Global Nature 

Blanco y en botella, sin más: así es como percibimos un litro de leche en este país. Rara vez nos detenemos a pensar qué supone ese litro de leche en términos ambientales, es decir, cuánto le cuesta a la naturaleza esa producción animal,  o lo que es lo mismo, qué impacto tienen las decisiones que toma el ganadero. ¿Cómo son alimentadas las vacas, cuántas pastan juntas en el mismo prado, cómo se gestionan las fuentes de agua, cómo se trata el estiércol, en qué entorno está la granja o qué energía utiliza la explotación lechera? Todo ello son decisiones que generan una cuenta de pérdidas y ganancias ambientales cuyos costes no siempre son visibles.

La publicidad nos ha llevado a ese ideario de vacas felices pastando en prados verdes y relucientes, acompañadas de ganaderos y entre hermosas montañas. Pero esta idea poco tiene que ver con la realidad. Es más, pocas vacas en España pastan durante un tiempo significativo de su jornada. La situación real, en términos ambientales, no es ni peor ni mejor. La realidad es mucho más compleja: el medio ambiente no sólo es un pasto verde. Y un pasto verde no supone una naturaleza bien gestionada, de hecho, ese tipo de prados monocolor de los anuncios no ofrecen diversidad alguna, son desiertos de vida.

¿Y por qué razón el medio ambiente debería importarle a un ganadero? Pues lo cierto es que cada día más consumidores demandan una leche nacional que cuide de su entorno. Además de haber una cierta conciencia sobre aspectos sociales, en un mercado cada vez más competitivo lo ambiental supone la ventaja de diferenciarse de los competidores. En pocas palabras, aunque sea como argumento comercial, hacer una leche que respeta la naturaleza es tener un negocio mejor posicionado.

Pero pasemos de ese prado verde imaginario a una situación menos bucólica: una granja por donde pasean y comen las vacas, rodeada de estiércol,  que acaba infiltrándose en el suelo hasta los acuíferos. ¿Es solo un problema de contaminación de suelos y de aguas? Lo cierto es que no. El problema lo sufre también el ganadero, cuyas vacas sufren mamitis recurrentes y otros problemas que merman la calidad y la producción de leche y aumentan los gastos veterinarios.

Lo mismo ocurre con la gestión del agua. La recogida de aguas pluviales para baldeo de establos, por ejemplo, es una tarea sencilla que ahorra miles de litros al año de un agua potable que no sobra y cuesta cara. Lo mismo si sabemos caracterizar y aislar los diferentes tipos de agua en la granja.

Más allá de la propia granja cultivar el alimento para las vacas permite mantener el campo vivo y diverso, ser más autónomos y ahorrar costes de transporte del alimento, generar producciones con alto valor paisajístico y natural, no depender de piensos que cada día más están sujetos a la volatilidad de los precios. Y esos cultivos nos llevarán a pensar en los suelos y a cuidarlos, generando un efecto directo sobre la biodiversidad, que aumentará en el entorno de la explotación, y en la capacidad productiva de esos suelos que mejorará, repercutiendo directamente sobre la autonomía del ganadero (frente a la compra de insumos agrícolas y alimentos para sus animales).

No son grandes recetas, ni siquiera recetas. Más bien son criterios e indicadores sencillos y realistas que hemos trabajado desde Fundación Global Nature en colaboración con Calidad Pascual durante los dos últimos años. Hemos llegado a identificar más de 30 medidas ambientales que se unen ahora al protocolo de seguridad alimentaria de la empresa lechera y se agrupan en grandes capítulos ambientales como agua, paisaje y biodiversidad, energía, autosuficiencia alimentaria, agricultura y residuos. En definitiva, el medio ambiente se pone al mismo nivel que otras variables similares como son los aspectos higiénicos, sanitarios, o la calidad de la leche.

Un paso crucial en la industria agroalimentaria

Desde Fundación Global Nature hemos subrayado en otras ocasiones la importancia de las estrategias de aprovisionamiento sostenible, por su capacidad de cambiar a gran escala la forma en el que se relaciona la producción primaria y el medio natural. Nuestro país tiene una gran oportunidad, tenemos un potencial por desarrollar inmenso. Estamos convencidos de que la industria agroalimentaria es de hecho uno de los espacios de trabajo más propicios para desarrollar este tipo de iniciativas. Pensemos que en pocas ocasiones el productor cuenta con una relación comercial estable, como ocurre con la industria, y por tanto en pocas ocasiones puede soportar compromisos ambientales más allá de la legalidad. Al mismo tiempo la industria, en su búsqueda de la calidad y de la diferenciación, y con un contacto más directo con el consumidor, es capaz de trazar estrategias en las que el medio ambiente se configure como uno de los ejes principales de trabajo. Que esto no ocurre con todos los productores ni con todas las empresas es algo bien sabido, pero que estos pasos no tienen vuelta atrás y que están marcando la senda que muy probablemente tendremos que andar en el futuro, es algo de lo que no dudamos.

www.qcom.es
16.10.2017