Gravísima situación de seguridad nacional y de explotación laboral en Icacosecha_esparragos.jpg

Se habla con frecuencia del auge de las agroexportaciones, presentándolas como algo positivo, pero la prensa corrupta y vendida al enemigo esconde el hecho de que al infiltrarse en la agroexportación comprando terrenos en Ica y otros departamentos del sur peruano los chilenos han avanzado mucho en hacernos la misma jugada que a Bolivia1: entran a “trabajar” apropiándose de territorio peruano como preámbulo de un ataque militar2. Esta situación constituye una bomba de tiempo que el gobierno peruano elegido en abril deberá desactivar, alejando el peligro de conflicto generado por la indeseable presencia de chilenos como dueños y señores de tierras peruanas.


Sobre la explotación y condiciones inhumanas de trabajo, hay que decir que la situación es “normal”: explotación extrema (en esto patrones peruanos y chilenos son iguales); pero lo fundamental de este caso no es la explotación del trabajador (que de todas maneras ocurre y está estimulada por el estado peruano) sino el hecho mismo de que ciudadanos chilenos, parte de ellos testaferros del estado chileno, sean propietarios de tierras en Perú, adquiridas de manera oportunista y también desleal (ir dejando sin agua a parcelas vecinas para obligar a los dueños a vender sus chacras).

Otro aspecto importante y generalmente ocultado de la actividad agroexportadora es la depredación del recurso hídrico: las áreas cultivadas de Ica se han extendido por lo menos el cuádruple de lo que puede irrigar el agua disponible, y el resultado es un peligrosísimo descenso de la napa freática3. Poca gente quiere comprender que es imposible extender la frontera agrícola ad infinitum sólo para satisfacer la codicia de personas y empresas a quienes no les importa cómo van a quedar las tierras y el agua completamente depredadas cuando termine esta engañosa bonanza.
 
Leamos no que nos trae Hidebrabndt enn sus  trece.



¡Qué culpa tiene el tomate!

Prosperan los fundos de capital chileno en el corazón de la agroexportación iqueña. Pero los pobres siguen ganando miserias y trabajando como siempre.

Juana Gallegos

A las cuatro de la mañana, algo más de una docena de micros viejos detienen sus motores y hacen cola en el paradero Los Álamos, en el kilómetro 300 de la Panamericana Sur. Estamos en Ica. Hombres y mujeres con la cabeza envuelta en polos viejos, los pómulos curtidos, la mochila al hombro, llegan en grupos y se aglomeran en las carretillas de un pequeño mercado que se ha instalado para atender sus primeras necesidades: comprar el desayuno y la merienda para la jornada. Son los agricultores. Su destino final son los fundos de uva, de tomate y páprika de las agroexportadoras. Muy cerca del paradero, bajo unas luces amarillas, está ubicado el lujoso hotel “Las Dunas”, que hace de telón de fondo al hormiguero de gente a punto de partir.

Los obreros provienen sobre todo del sur del país: ayacuchanos, apurimeños, puneños, huancavelicanos. Vinieron atraídos por un puesto de trabajo en las agroexportadoras y se asentaron aquí. Hombro con hombro, viajan apretados en los buses y no están enterados si la empresa para la que trabajan es nacional o extranjera. Y es que Ica se ha convertido en el principal foco de atracción de inversión extranjera. A la media luz de la madrugada, todos parecen llevar la misma ropa. Cuando se les hace una pregunta no quieren responder. Temen pisar en falso y perder el trabajo: “Pregúntale al encargado”, dicen. Los que se animan a hablar, de forma anónima, se refieren a las condiciones laborales de esta manera: “El jornal diario, en el mejor de los casos, es de 21 soles. Lo que hace un jornal de 420 soles mensuales. El trabajo es de ocho horas y, en algunos casos, nos pagan las horas extras”.

Al fin una mujer de 26 años del fundo llamado “La Pampa” dice su nombre y menciona que trabaja en los viñedos sin parar y sin refrigerio, desde las 6 de la mañana a las 2 de la tarde. “Nos maltratan, nos gritan, nos explotan. El ingeniero nos habla con lisuras”, dice. Fue subcontratada por un service, al igual que varios de sus compañeros. Lo que significa que no tiene seguro social, ni gratificaciones, ni vacaciones, ni aspira a una pensión de jubilación. “Dos años atrás nos llevaban en camiones como ganado”, agrega. “Ahora recién nos llevan en buses”, dice alguien. Uno de los buses exhibe un cartel que dice: “ICATOM: Se va recibir personal”. ICATOM es una empresa chilena que produce pasta de tomate enlatada. Cuando le pregunto a sus obreros si les pagan horas extras, si tienen seguro, si están contentos con su trabajo, ellos vuelven a responder: “Pregúntale al encargado”.

La idea de un viaje a Ica surgió porque es un departamento que concentra 26 de las 50 principales empresas agrícolas del país. Aquí es donde se cultivan, por ejemplo, más de 15 mil hectáreas de espárragos al año, que serán exportados a Estados Unidos, España o Japón. Aquí se concentra el sueño de la agroindustria nacional. Sin embargo, el sueño no sólo es peruano. Lo comparten capitales extranjeros, sobre todo chilenos, que han anclado sus inversiones en estos extensos terrenos de cultivo, viéndose atraídos como abejas a la miel por dos razones: las favorables condiciones climáticas de Ica y la mano de obra barata.

Cuando se le pregunta a un  iqueño común y corriente si ha oído hablar de los fundos chilenos, éstos responden: “Sí, hay muchos”, “Todo se lo están repartiendo los chilenos”, “¿Acaso no sabías que Ica es de Chile?” Comparte estas impresiones el ingeniero agrónomo Mariano Martínez, de La Casa de la Salud de Ica, quien será nuestro guía.

Como dijimos, ICATOM es una empresa exportadora de pasta de tomate, filial de la azucarera chilena IANSA que tiene 900 hectáreas de plantaciones de tomate y espárrago lotizadas en varias zonas del valle. Su fábrica se ubica en el corazón de la ciudad de Ica. Sobre las paredes perimétricas de la fábrica sobresalen cuatro chimeneas que, por ahora, no arrojan humo. Sin embargo, meses atrás el panorama era diferente. “Era imposible respirar. Las partículas de hollín que despedían las chimeneas se asentaban como pelotitas de smog sobre nuestras cabezas, ingresaban a nuestros ojos y pulmones, se filtraban por las puertas, por las ventanas. Se mezclaban con los alimentos. Era imposible vivir así”, dice Juan Pírez, presidente de la junta de vecinos de la residencial “Los Jardines del Sur”, una urbanización de 25 familias creada después del terremoto de 2007, que se ubica al lado de la fábrica de ICATOM. Hasta el año pasado, los vecinos vivieron en conflicto con la empresa chilena debido a la contaminación. Mientras intentaban convencer a la municipalidad y al gobierno regional del peligro, “a los niños les aparecieron manchas blancas en la piel, sufrieron de enfermedades respiratorias, de conjuntivitis”, dice el señor Pírez. Como indemnización la empresa chilena respondió sembrando sólo unos arbolitos alrededor de la residencial. Y recién este año cambió sus chimeneas de petróleo reciclado por instalaciones de gas. Pero “aunque haya pasado lo del humo, persisten la contaminación acústica y el olor a tomate podrido, los zancudos, las moscas, las ratas”, dice Pírez, quien opina que la fábrica debe ser trasladada a un  terreno adecuado, alejada del núcleo urbano.

En el caso de la producción de uva de mesa, la empresa chilena El Pedregal figura entre las más importantes. Según los pobladores, tiene más de diez años en el valle. No pudimos ingresar al fundo debido al estricto control del personal de seguridad. Sin embargo, supimos que los dueños de las plantaciones de viñedos reúnen capitales chilenos y peruanos y que hasta el año pasado superó los 25 millones de dólares en exportaciones. Además da empleo a 150 trabajadores de forma permanente y a 1160 durante la temporada de uva.

Otro chileno que se instaló en estas tierras fue el empresario Manuel Gandarillas, que fundó hace siete años ICASOL y que apuntó también a la exportación de uva de mesa. Esta agroexportadora ha cercado hasta hoy 60 hectáreas de viñedos. Y es que “aquí en Ica la producción sale antes y, de hecho, la mano de obra es un 45% más barata que en Chile”, declaró el empresario chileno en una entrevista.

Más al sur, en dirección de un camino sin asfalto, flanqueado de asentamientos humanos, está Piga, una agroexportadora dedicada a la producción de semillas de hortalizas y al cultivo de tomates y pimientos, propiedad del chileno Víctor Pinto. Desde 1994, año en el que se estableció en Ica, Piga ha ampliado su territorio hasta hacerse con 35 hectáreas de cultivo. Muy cerca del fundo de Piga nos cruzamos con un grupo de trabajadoras. Una de ellas, quien viste un polo amarillo con el logotipo de la empresa, aprovechó para describir una penosa situación: “Bebemos agua de las mangueras con que se riegan los fundos. A veces, nos dan agua de pozo. Cuando viene el inspector del Ministerio de Trabajo embotellan el agua en esos bidones de la marca San Luis y fingen que nos dan agua limpia”. Según los expertos, el agua que se utiliza en los sistemas de riego contiene pesticidas, hormonas y otros agroquímicos altamente tóxicos y hasta cancerígenos. Según los trabajadores, Piga se lava las manos cuando tiene que cumplir con sus derechos [sic].

Y ¿qué opina la Asociación de Agricultores de Ica sobre el crecimiento del capital chileno? Su presidente, el empresario Luis Ramírez, muestra una posición neutral: “Sí, las inversiones chilenas están creciendo pero la producción nacional también”. “Ahí están el grupo Cervesur, los Benavides, la Backus, los Brescia que también han hecho grandes inversiones en la región”, dice Alan Watkin, del Centro de Innovación Tecnológica Vitivinícola (CITEVID). Su posición respecto a la inversión extranjera en suelo nacional es más laissez faire, laissez passer (‘dejar hacer, dejar pasar’). No es partidario del nacionalismo: “Estamos en el libre mercado. Si se va a invertir y se va a pagar buenos sueldos a los obreros, la inversión es bienvenida”, dice, pero reconoce que Chile invierte más en investigación agrícola que Perú: “En CITEVID, por ejemplo, que realiza investigaciones, el Estado sólo destina un presupuesto básico que se invierte en pagar las planillas y el mantenimiento del local. Para la investigación tenemos que buscar fondos de otro lado. Mientras, los chilenos tienen una institución llamada Pro Chile, que tiene fondos exclusivos para la investigación agrícola”. Por otro lado, “todo este boom por el tema del pisco surgió porque los chilenos comenzaron a promocionarlo como su bebida bandera. Recién ahí nos pusimos las pilas pero igual nos seguimos quedando: al cierre del año 2010 producimos cerca de 7 millones de litros de pisco mientras Chile produjo 60 millones”, dice Watkin.

En Ica llama la atención la forma en que se cruzan dos realidades muy distantes: por un lado, la pequeña ciudad se ha convertido en un ensayo de gran ciudad y crece, galopante, por los ingresos de la agroexportación. Hay que ver la multiplicación de hoteles, centros comerciales, tragamonedas y bancos en sus principales avenidas. Por otro lado, en el revés del boom de la agroindustria, conviven, también, la pobreza, los abusos y el recorte de los derechos de los trabajadores.

Ahí está el caso de la agroexportadora Ica Seeds. A finales del año pasado, 89 obreros se intoxicaron por ingresar a las plantaciones de tomate que la noche anterior habían sido fumigadas con insecticidas. “No fuimos informados sobre la fumigación. A los minutos que iniciaron su jornada empezaron los calambres estomacales, los vómitos, los desmayos. La mayoría fue trasladada de emergencia. Esto sucedió un sábado. Y al lunes siguiente, sin descanso médico, los obreros tuvieron que asistir a trabajar”, dice Maura Gastelú, de la Comisión de Derechos Humanos de Ica (CODEHICA). “Y lo mismo pasó en el fundo San Jorge”, agrega. “Un trabajador que laboraba 14 años en la finca falleció también por aspirar pesticidas al complicársele un problema respiratorio que padecía. Tampoco le informaron que el área había sido fumigada. Se sabe que la familia no recibió ningún tipo de indemnización y no reclamaron porque la esposa del fallecido laboraba también en el fundo y temía perder el trabajo […] las condiciones laborales son pésimas. Anda a ver cómo viven los trabajadores de las agroexportadoras. Anda a Santiago”, dice Gastelú.

Tomamos, otra vez, la carretera Panamericana más al sur. Dejamos atrás la ciudad, el ruido y el concreto y nos dirigimos hacia las viviendas de los trabajadores. El camino nos abre un paisaje más rural: dunas distantes, algunas granjas de vacunos, árboles de palta, un mar verde de sembríos. Hacia el sur está Santiago, uno de los distritos más pobres de Ica. En una parte del camino viramos a la izquierda, subimos una pendiente polvorienta. Empiezan a aparecer casas de una planta. El camino de aquí en adelante es una trocha. A lo lejos se ven agricultores trabajando pequeñas parcelas de tierra. Nadie escapa del sol del mediodía.

Llegamos a Santiago y la vista se inunda con casuchas de carrizo, de adobe y una que otra vivienda de concreto. Sólo hay pobreza aquí. Santiago es el eslabón que la cadena de beneficios de la agroindustria no ha integrado. Es el otro Ica. Parece un pueblo fantasma. La gente vive asentada sobre el arenal. No tienen agua potable. El agua que beben proviene de un pozo cercano y la depositan en tanques medianos fuera de sus casas. A la distancia se ven niños jugando, descalzos, sobre montículos de piedra chancada. “¿Dónde está tu mamá?”, le pregunto a uno de ellos. “En la chacra”, responde. “¿Con quién te quedas?”, le digo. “Con mi hermana”, responde e indica con los dedos su edad: tres. Una muchacha de 15 años sale de una [de] las viviendas. Dice que se hace cargo de sus dos hermanos y de su abuelo mientras sus padres trabajan. “Aquí hay aproximadamente 90 familias”, interviene la señora Zoila Estocasa, promotora de salud del asentamiento humano, quien trabajó en el campo durante cinco años y será nuestra guía.

Conforme avanzamos, no se sabe con certeza si Santiago es un distrito en ruinas o un pueblo joven emergente. “Desde hace diez años vivimos igual”, dice la señora Estocasa y continúa: “Tres tipos de dolencias son las más comunes entre los agricultores: los tumores que se forman en el pulmón por la aspiración del veneno de los insecticidas; la infección urinaria —de preferencia en las mujeres— por trabajar largas horas de pie, bajo el sol, sin ingerir líquidos; la tuberculosis, por las largas jornadas de trabajo y la mala alimentación”.

“Hasta se han visto casos de gente que se está quedando ciega”, dice la señora Estocasa. En una de las chozas de carrizo vive una pareja de hermanos que está perdiendo la vista. Uno de ellos tiene 26 años. Dice que trabajó cuatro años en un fundo de espárragos. Un velo blanco y lechoso cubre sus pupilas. El muchacho se niega a dar declaraciones. Rápidamente nos cierra la puerta. “Quizás haya sido un hongo o un químico el causante de su ceguera”, dice la señora Estocasa. En otra de las casas vecinas vive Alicia Quispe, de 19 años, que sostiene en brazos a su hija de tres. La niña berrea. Padece de tuberculosis cerebral. El cuadro es desolador: Alicia en el portal de su casa de adobe, bajo el sol, la bebé que se queja del dolor, el esposo que gana unos 400 soles al mes.

En un centro de salud cercano nos informaron que la tuberculosis es la enfermedad más común entre los trabajadores del campo. Sin embargo, “muchos de los casos no son reportados por miedo a la discriminación”, dice uno de los enfermeros.

De regreso, un grupo de mujeres recoge agua y baña a sus hijos en un pozo cerca de una acequia. Mientras ellas lavan la ropa, sus esposos trabajan en los fundos, dicen. “Con esta agua, que tiene un sabor algo salado, preparan sus alimentos. Esta fuente de agua no es para consumo humano, puede provocar cálculos en los riñones o insuficiencia renal”, dice el ingeniero Mariano Martínez, y añade: “¿Ves esas parcelas? Muy pronto, las agroexportadoras les irán quitando las chacras a los pequeños agricultores. Los irán ahorcando poco a poco, primero les captarán el agua de sus pozos, luego les comprarán sus tierras, luego los harán sus peones. Es historia conocida”.


Hildebrandt en sus trece, Lima 04-03-2011
 
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1 Bolivia permitió que empresarios chilenos se instalaran en su provincia litoral de Antofagasta, y a las finales los chilenos les robaron ese territorio. Debemos identificar el peligro, hay que aprender a escarmentar en cabeza ajena y entender que los empresarios chilenos son la vanguardia de una invasión al Perú.

2 Ollanta Humala y Alejandro Toledo cada que pueden vociferan y declaman contra la corrupción de Fujimori pero ambos guardan sospechoso silencio frente a las manifestaciones concretas de esa corrupción, como es el permitir que los chilenos vayan ganando territorialidad en el Perú.

3 Leer Exportación de espárragos y suicidio ecológico