Historia, madre y maestra
Lizardo Montero
Lizardo Montero

La tragedia del 79; Alfonso Bouroncle Carreón, Studium, Lima 30-1-2008

Guerra Perú-Chile 1879. 23 Piérola dictador


Piérola, después del cuartelazo que lo llevó al poder, hace primar en su actuar, el antagonismo político en contra de los que consideró sus enemigos: en primer lugar a los civilistas a quienes no perdonó ni tampoco les creía lo que decían y desconfió permanentemente de ellos. Ese comportamiento lo llevó por encima de la aflictiva situación del país en plena guerra y después de haber perdido su capacidad naval y que Tarapacá estuviera ocupada y el ejército del sur amagado por el enemigo. Vivió siempre enceguecido por su egolatría y pensó y creyó que su carisma estaba por encima de la verdad y la realidad; junto a su megalomanía, mostró el odio a todo aquel que pensó se le oponía y resultó ser casi todo el Perú.

 

El Jefe Supremo se dedicó con todo empeño a tres tareas: reestructurar la maquinaria del Estado, desorganizar al ejército y perpetuarse en el poder.

En lo administrativo y, para el dictador, primera prioridad, por decreto del 23 de diciembre nomina su gabinete con siete secretarios; declara abolida la Constitución de 1860 que reemplaza por un Estatuto Provisorio que había redactado y consta de doce artículos y junto con ese documento se desató un carnaval burocrático con pretensiones de redimir al hombre peruano, la sociedad y cultura que compone. El dictador pretende que surja un ser puro e inmaculado y se llene de felicidad quemándole incienso. Desató un torrente de decretos por demás inútiles o baladíes; surgiendo circulares que poco interesan y reglamentos inaplicables. Hizo frondosa la estructura burocrática, como la creación del Consejo de Estado que, una vez creado, se olvidaron para qué servía, por eso no se volvió a reunir y, para completar el sainete en vísperas de la tragedia, Piérola se entretuvo pronunciando discursos ditirámbicos con exhibicionismo de uniformes y entorchados que eran su delirio. En oportunidades y sin buscarlo dice la verdad como en el discurso a comienzos de 1880 al inaugurar justamente el Consejo de Estado: (54).

"Destruida nuestra flota, destrozado nuestro ejército y desarmados, no por el empuje y el poder del enemigo, sino por nuestros propios conductores, que nos dejaban al mismo tiempo sin tesoro, ni crédito, pero rodeados de todo género de problemas interiores y exteriores".

La estructura del estado, su arquitectura que reposa en la constitución y las leyes son desaparecidos de un plumazo; desmanteladas, cuando no arrasadas, dejando en cambio un Estatuto que era más de presentación efectista que necesario y de real cambio, desde que, en sus doce artículos, consagra nuevamente lo que de básico tenía la Constitución abolida, pero no dice nada positivo frente a la realidad desesperada de la guerra.

Se dedicó a remover personal de los cargos administrativos para nombrar en ellos a sus adictos, amigos y serviles servidores y que el olor del incienso llene la casa de gobierno y sólo quedó un tremendo desorden, desasosiego y descomposición en lo poco de la estructura del estado que aún quedó en pie.

El ejército de línea, de por sí bastante vapuleado y reducido a su mínima expresión, con menos de cuatro mil hombres acantonados en Tacna y Arica son los que reciben el peor trato en la desorganización general que Piérola introduce. Desconfiado por naturaleza, dispone cambios de oficiales y jefes en pleno conflicto, estando muchos de ellos al frente del enemigo y, no sólo efectúa esos cambios, sino que reestructura al ejército en cuatro agrupaciones, dos de ellas en el sur, otro en el centro y el último en el norte. Igualmente la reserva es dividida en movilizable y sedentaria. Tal absurdo estructural, en especial la división del ejército del sur en dos, sin vínculo de mando ni tampoco geográfico entre ellos, determina la airada y justificada protesta de Montero a quien se encargó la jefatura del Primer ejército del sur, dirigiéndose al Ministro de Guerra: (54a).

"General en Jefe del Primer Ejército del Sur. Arica, 24 de febrero de 1880. Señor Secretario de Estado en el Despacho de Guerra — Solo el día de ayer ha llegado a mis manos el apreciable oficio de Ud., fecha 31 del próximo pasado mes, por el cual se sirve transcribirme la Suprema Resolución de la misma fecha, organizando el primer ejército del sur, cuyo mando se me ha confiado. Sin que sea negarse mi ánimo a cumplir las supremas disposiciones a las que debo atribuir el mas detenido y concienzudo estudio, voy sin embargo, a manifestar a Ud. mi opinión sobre la naturaleza de la reforma que se intenta llevar a cabo, comprometiendo gravemente la estabilidad del primer ejército del Sur, y el porvenir de una situación tanto mas excepcional, cuanto mayores han sido las vicisitudes porque viene pasando la República y los obstáculos casi insuperables que hemos tenido que vencer para construir este principal baluarte de la defensa nacional. El Decreto de organización que Ud. me trascribe es tan funestamente peligroso llevarlo hoy a cumplido efecto, que a la verdad agradecería a S.E. el Jefe Supremo, que, en atención a mi desprendimiento militar, al interés patriótico que me domina y a los servicios que vengo prestando con no escasa resignación desde que se declaró la guerra, se me librase de una responsabilidad tan inmensa ante el país y la posteridad, que no serían bastantes las posteriores glorias y la vida inmaculada del hombre que las adquiriese para reparar los males que sobrevendrían a la República y a la alianza, si se reorganizase el ejército de vanguardia alterando su personal, en momentos en que ya se encuentra al frente del enemigo. Hay aun otra consideración que en conclusión haré valer ante el Supremo Gobierno para que considere el Decreto de 31 de enero. Muchos de los jefes que comandan cuerpos y divisiones o que se hallan en otras colocaciones de más o menos importancia han adquirido legítima y denodadamente esos puestos, unos en los campos de batalla y otros en medio de los sinsabores y privaciones del servicio de campaña. ¿Sería justo premio para esos servidores de la Nación y noble ejemplo para el ejército que ahora se les relevase de los mandos? ¿Puede ser legítimamente admisible que batallones que han conquistado su nombre en gloriosas funciones de armas, y ya como premio ya como estímulo se ha perpetuado el recuerdo de la victoria, dándoles el nombre del lugar donde la obtuvieron, pasen a ser refundidos en cuerpos nuevamente creados y sin tradición? Pues bien, señor Secretario, esto sucederá con el nuevo plan de reorganización, porque muchos de los cuerpos existentes perderán su nombre en la refundición que se intenta efectuar. Y si a este cúmulo de circunstancias, a cual mas atendible y seria, se agrega la confusión que va a producir la variedad de armamentos que resultará de los nuevos cuerpos, al formar uno, de dos o tres que tienen distinto sistema de rifle y su peculiar enseñanza. Si a todo esto, por último, se agregan las consiguientes dificultades con que tropezará indudablemente para que el soldado conozca a sus nuevos jefes y estos a sus subordinados, o lo que es lo mismo para armonizar las costumbres, los caracteres y los lazos de unión y respetuosa confianza que deben reinar entre unos y otros, entonces. Sr. Secretario, el desquiciamiento general del ejército no podrá evitarlo poder ni influencia alguna, por más que las ventajas de la reorganización hayan halagado las esperanzas del Supremo Gobierno. En guarda, pues, del porvenir, de la situación del ejército de vanguardia y de mi responsabilidad ante el país y el Supremo Gobierno, reitero a U.S. el convencimiento de cuanto dejo expuesto, esperando que en mis observaciones no se vea otra cosa que el justo pedido de la reconsideración de un Decreto que entraña la mas tremenda responsabilidad, así como para quien lo dicto como para quien por desgracia llegara a ejecutarlo.— Montero".

La suerte del ejército del sur o primer ejército, estaba echada al no reconsiderarse el Decreto, sino que igualmente se mantuvo la actitud de no mandar refuerzos de ninguna clase, pese a que Lima contaba con una guarnición de más de 17,000 nombres y suficientes suministros. Peor aún, no sólo se le dejó en el desamparo, sino que recibió órdenes que lo imposibilitaban a tomar decisiones en cuanto a emplazamientos o lugares donde mejor se pudiera enfrentar al enemigo, como la de permanecer en la ciudad de Tacna y defenderla en el mismo lugar.

Igualmente se hicieron gestiones diplomáticas para que Campero, que recién se había hecho cargo de la presidencia de Bolivia, se constituyera en Tacna. ¿Por qué? Había un acuerdo entre los presidentes de la Alianza y era que cualquiera de ellos que estuviera presente en un teatro de operaciones, asumía el mando supremo. En ese caso, lo que parece que buscaba Piérola, era que la presencia de Campero anulara el mando de Montero, colocando al contralmirante peruano como segundo, sin poder de decisión.

Los prefectos también recibieron indicaciones precisas del Dictador de no hacer caso a Montero o cualquier otro comandante de armas, por muy premiosa que fuera la situación, pues sólo debían obedecer lo que Piérola dispusiera. En ese sentido Carlos Gonzales Orbegozo cumplió al pie de la letra el no ayudar en lo absoluto al primer ejército de Tacna, hasta que fue destruido completamente. Se tuvo que llegar hasta la inmolación de Bolognesi en el Morro para que este nefasto personaje fuera removido del cargo de prefecto de Arequipa, aunque el divorcio entre prefectos y comandantes persistió.

El último dislate del dictador Nicolás de Piérola fue considerarse único e insustituible, por lo cual, considerando que era un ser mortal y perecible, desea establecer, si no la monarquía hereditaria, por lo menos el derecho de sucesión, por lo cual, el 22 de marzo de 1880, decreta: (55).

"Nicolás de Piérola. . , Considerando: 1. Que mientras la República se da las instituciones que definitivamente han de regirla, y pudiendo ocurrir que por diversas causas me halle impedido temporal o absolutamente para atender a la administración y gobierno del Estado, es indispensable proveer a tal situación; 2. . . Decreto: Art. 1. Si a causa de las exigencias de la guerra actual, o por cualquier otro motivo, me hallase temporalmente impedido, se encargará del Poder Ejecutivo Nacional, y con esta denominación, el ciudadano que yo designare. . ."

Después de sesenta años de república, Piérola trató de imponer su sucesión. ¿Primer amago para establecer su dinastía? o, adelantándose a posteriores dictadores en otros países ¿pensó hacerse nombrar o él mismo autonominarse presidente vitalicio?

El asalto al poder por Piérola determinó que el crédito concertado para la adquisición de nuevos barcos de guerra, fuera anulado, al exponerse que la inestabilidad del gobierno peruano no permitía realizar la operación crediticia.

Su mesianismo lo lleva a sancionar sin juzgamiento: A Prado, acertadamente, por decreto de 22 de mayo de 1880 lo privó de los derechos de "ciudadano del Perú". Atacó duramente al general La Puerta y lo mismo al general La Cotera, ex ministro de Guerra, acusándolo cínicamente de los sucesos del 20 de diciembre, justamente lo que él causó. No reparó que el enemigo estaba asolando el país y que su avance se hacía cada día más profundo. A Piérola no le preocuparon los chilenos; primero quiso sancionar a todo aquél que se hubiera cruzado en su ambición y, en forma progresiva lo fue ejecutando, sin reparar en el daño que pudiera irrogar a la patria tales medidas. A su ego lo situó por encima de los intereses nacionales, a pesar de la guerra que iba por mal camino.

A través de sus actos, parece que no se percató de la magnitud de los problemas del Perú y cuál la conducta a seguir para confrontar cada uno de ellos.

Basadre trascribe el comentario que sobre la situación peruana asumió Piérola, expuesto en su "Historia de Chile", Vol. XVII, por el historiador Francisco A. Encina: (56).

"La situación que Piérola se echó sobre sus hombros era desesperada. El poder marítimo del Perú estaba aniquilado y que su extenso litoral con los valles transversales que alimentaban al país, a merced del enemigo. La "Unión" solo podía hacer riesgosas excursiones furtivas para conducir algunos pertrechos. La traslación terrestre de tropas de un valle a otro era muy lenta y exigía elementos de movilización que el Perú no tenía. El ejercito del sur (Encina habla de la situación en diciembre de 1879, antes de la campaña de Tacna y Arica) estaba reducido a los 7,000 hombres mal armados y casi desnudos que Montero logró reunir después de San Francisco y Tarapacá y a 3,500 bolivianos enclavados en Tacna por carencia absoluta de elementos de transporte; y su socorro y refuerzo eran imposibles. El ejercito de Arequipa no pasaba de ser un núcleo de reclutas sin disciplina ni espíritu militar cuya conjunción con Montero nunca llegó a efectuarse. El de Lima, después de los combates entre Gonzales de La Cotera por un lado y Arguedas, Iglesias y el propio Piérola, por el otro, quedo reducido a unos cinco mil o seis mil hombres. Y estas diversas fuerzas estaban fraccionadas en forma que su concentración en un núcleo eficaz de resistencia era imposible. Problema no menos grave que el del aumento y disciplina del ejercito era el de las armas. Las que trajeron el "Talismán", el "Lima", la "Pilcomayo:' y otros transportes durante el gobierno de Prado se habían distribuido casi totalmente en el ejército del sur y mucha parte de ella se perdió" en la dispersión de San Francisco y en la retirada de Tarapacá. Las que quedaron en Lima en parte se dispersaron o destruyeron durante los combates del asalto al poder. . . Piérola estaba inerme frente a un enemigo armado.

Pero tal vez el aspecto mas pavoroso era el económico financiero. El servicio de la deuda externa estaba suspendido y el crédito del Perú arruinado por la inmoralidad, el caos político y las derrotas. Su gran fuente de recursos, el guano, se hallaba en poder del enemigo. La exportación del azúcar había alcanzado en 1879 a 81,000 toneladas; mas los destrozos de la expedición Lynch en los ingenios, los ferrocarriles y los elementos de embarque, la iban a reducir a 62,000 en 1880. Las arcas fiscales estaban exhaustas, el billete se depreciaba cada día y bajaba a 11 d., los empleados impagos, el comercio paralizado, la agricultura desatendida, la miseria azotaba al pueblo y a la clase media y la pobreza empezaba a golpear a las puertas de los ricos de otros tiempos.

En lo moral, recibió un país derrotado en mar y en tierra; una voluntad guerrera, sino aniquilada, herida; y un alma nacional disuelta en cincuenta años de revoluciones y trastornos, que no habían logrado cuajar en un estado orgánico.

Finalmente, el tiempo necesario para dominar tan graves problemas dependía de la voluntad del enemigo. Si la obsesión de la política boliviana no embarga, providencialmente para Piérola, los cerebros de Pinto y de Santa María, Lima habría caído en febrero o en marzo de 1880; la defensa se habría desorganizado al nacer; y en vez de las grandes batallas de Tacna, Arica, Chorrillos y Miraflores, la guerra de habría reducido a las expediciones al interior que siguieron a la ocupación de Lima".