Héroes amazónicos en las Batallas de San Juan y Miraflores

Por José Díaz

La distancia y el aislamiento que entonces separaban a la selva peruana del escenario de la guerra de conquista chilena contra Perú y Bolivia no mellaron en absoluto el espíritu patriótico de la población selvática. Al primer toque de clarines de guerra, numerosos jóvenes se volcaron a las calles pidiendo incorporarse a las filas del ejército; mientras la población en general, en un gran despliegue de profundo sentimiento patriótico, no regateó sus óbolos voluntarios para la adquisición de armas y pertrechos.

rioja siglo xix

Rioja en el siglo XIX

 

 

En Tarapoto, el 20 de junio de 1880, el gobernador del distrito, en atención a una nota oficial recibida de la subprefectura de Moyobamba, transcribiendo un oficio del Prefecto y Comandante General del Departamento, preparó y remitió un contingente de ochenta hombres destinados para la guerra con Chile. El documento oficial decía:

“Esta subprefectura ha recibido orden terminante del señor Prefecto y Comandante General del Departamento, para remitir inmediatamente ciento cincuenta hombres que formarán el resto del contingente destinado a la guerra, quienes deben partir con destino a la Capital del Departamento, el día 25 del presente mes y en consecuencia ordeno a Ud. que tan pronto reciba esta comunicación, proceda a reunir el número de ochenta hombres que toca suministrar al distrito de su mando con la mayor puntualidad”.

El 24 de setiembre de 1879, en una gran cruzada en favor de la patria agredida, los pueblos de Tarapoto y Chazuta lograron recolectar 623 soles y 20 centavos para ser destinados al pago del empréstito que el país se había visto forzado a realizar para la defensa nacional. El llamado de la patria violentada y agredida por un vecino ambicioso y expansionista no tardó entonces en llegar tramontando elevadas cordilleras envueltas de grandes mantos de hielo. La Amazonía hasta entonces solamente se vinculaba con el resto del país, a través de largas, escabrosas y empinadas trochas que rompían las cordilleras por el lado sur, vía Ucayali - Pichis y por el norte, vía Moyobamba - Chiclayo. La otra vía, era el Amazonas, Atlántico y Pacífico. Todas ellas significaban muchas semanas y hasta meses de penosas travesías.

Desde hacía más de diez años Chile venía preparándose para la guerra; mientras en el Perú, ajenos a esa realidad, políticos, caudillos y sectores de los mandos militares, se disputaban agriamente el poder político. El país vivía en permanentes revueltas y alzamientos militares y civiles, trayendo consigo inestabilidad política y económica. Durante ese lapso, Chile se armó y adiestró y tecnificó su ejército. Adquirió una poderosísima flota marítima, formada principalmente por dos acorazados fabricados entre 1874 y 1875, con equipos de potente artillería, dos corbetas suficientemente dotadas de armas, y tres cañoneras. Su poderío era tan grande que, solamente usando un acorazado, el enemigo tenía mayor capacidad de fuego que toda nuestra marina. En la preparación de su ejército, habían puesto mayor interés en la artillería, dotándola de modernos cañones de campaña Krupp y Armstrong y de ametralladoras Gatling y Nordenfelt.

Nuestros cañones habían sido anticuadamente diseñados y fabricados de manera tosca en las factorías de Lima. La infantería enemiga tenía armamentos uniformes y de excelente calidad: modernos fusiles, principalmente Comblain; a diferencia de los del Perú que carecían de uniformidad y de armas efectivas. Predominaban los fusiles Martini - Peabody. La infantería boliviana se encontraba en peores condiciones: usaban arcaicos fusiles de pedernal y contaban con no más de mil quinientas carabinas Winchester. En caballería, el vecino del sur poseía armamentos más homogéneos: sables y rifles Winchester. En los nuestros había una diversidad, aunque predominaban los rifles Winchester.

Los chilenos se habían provisto en sus mandos, no solamente de oficiales ingleses y alemanes, sino que a sus principales cuadros los habían enviado a recibir entrenamiento y formación en Europa; mientras en su país, habían organizado academias especializadas con instructores europeos. De ahí que entre sus mandos aparecen los apellidos Condell, Cox, Christie, Edwards, Leighton, Linch, Macpherson, Prat, Rogers, Simpson, Smith, Somper, Stephens, Thompson, Walker, Warner, Williams, Wilson y Wood.

Los nuestros solamente tenían “entrenamiento” adquirido en las guerras y alzamientos internos. Marchaban al frente de batalla pobremente apertrechados y mal vestidos. Ropas y zapatos parecidos a pobres limosneros. Las fuerzas bolivianas estaban en peor situación. En su mayoría no llevaban ni siquiera zapatos viejos. Los gobernantes, caudillos militares y civiles, andaban enfrascados en fratricidas revueltas. Unos, por conservar o perpetuarse en el poder. Otros, por derribar al gobernante de turno. Pobre Perú.

Pero no todos fueron así. Hubo grandes personajes civiles y militares, que se sacrificaron con mucho patriotismo en las horas más aciagas de la patria: Grau, Bolognesi, Ugarte. Y entre ellos hubo también muchos loretanos.

Los toques de cornetas, clarines y tambores de la patria resonaron hasta los confines de los bosques amazónicos, convocando a la defensa del Perú. La patria estaba siendo ferozmente agredida y herida. Por punas y por encima de las escarpadas cordilleras, tramontaban voces de llamamiento, que ponían en alerta viril a las juventudes. Hay un gran despertar patriótico en todos los sectores y edades. Aflora el pundonor y coraje guerrero de los ancestros, de los que en la selva por siglos resistieron y combatieron la invasión española.

A menos de tres meses de iniciada la guerra, tal vez, antes de otros departamentos más cercanos al escenario, desde Loreto y de su capital Moyobamba, marcha sobre Lima una primera columna volante de ciento cuarenta jóvenes, comandados por el Sargento Mayor don Marcelino del Castillo, segundo jefe Sargento Mayor Ellas Albán y tercer jefe, Sargento Mayor Enrique Pardo. Gobernaba el Perú desde el 4 de agosto de 1876, el huanuqueño general Mariano Ignacio Prado, quien en medio de la guerra decidió salir del país explicando que iba a comprar armamentos. Su inoportuna salida del país fue duramente cuestionada.

Mientras nuestros soldados morían en los campos de guerra y los chilenos inconteniblemente avanzaban hacia Lima, los caudillos seguían disputándose el poder. En medio de la tormenta, en diciembre de 1879, asumió el poder el general Luis de La Puerta. Sin embargo, el 27 del mismo mes es obligado a dimitir y asumió la presidencia el camanejo Nicolás de Piérola.

La primera columna selvática “Guardia de Honor” llegó a Lima después de mil quinientos  kilómetros de caminata. Habían transcurrido tres meses de iniciada la guerra. Se integraron a uno de los batallones que se preparaba para salir al frente de las operaciones bélicas. El 21 de diciembre de 1879, en la calle Trapitos y Plaza de la Inquisición --Plaza Bolívar-- la columna charapa “Guardia de Honor” enfrentó un nuevo intento de golpe contra el gobierno constituido. Varios soldados loretanos murieron en el encuentro, peleando entre peruanos.

En mayo de 1880, con el nombre de Batallón Cazadores de Piérola, salió otro contingente de seiscientos hombres.

El 26 de mayo de 1880, en Moyobamba, el Prefecto y Comandante General de Loreto, don David Arévalo Villacís, hizo público un documento dirigido a la población sanmartinense que decía:

“Atendiendo:

1.o.- A que la provincia de Moyobamba ha contribuido con el contingente de hombres que se le ha designado para la formación del Batallón Cazadores de Piérola N.o 2, por cuyo motivo merece las consideraciones y gratitud de esta Prefectura y Comandancia General.

2.o.- Que habiendo marchado ya el expresado batallón, ha desaparecido la causa de los infundados temores que alejó a muchos de sus hogares.

Declaro:

Que todos los hijos de esta provincia, que permanecen aún ocultos, pueden regresar al seno de sus familiares y dedicarse libremente a sus ocupaciones ordinarias, con la seguridad de que no serán enrolados en el ejército activo, salvo el caso, de que las emergencias de la guerra en que se encuentra empeñada la república, exijan un nuevo sacrificio a esta Provincia. El Subprefecto del cercado queda encargado de hacer publicar por bando, esta declaración, en los pueblos de su mando, para que llegue a conocimiento de todos los habitantes de ellos.

Moyobamba, mayo 26 de 1880

David Arévalo Villacís”

Cuando el Batallón Cazadores de Piérola llegó a Chiclayo, comandado por el coronel provisional Daniel Bardales Arévalo, segundo jefe, teniente coronel Doroteo Arévalo Villacís y tercero, sargento mayor Otoniel Melena, no encontraron nave que los trasladara a Lima. Por ello se vieron obligados a continuar el recorrido a pie, por el litoral de los departamentos de La Libertad, Ancash y Lima. El Perú ya había perdido toda su escuadra. En Lima, integrados al batallón comandado por el coronel Miguel Iglesias participaron heroicamente en la batalla de San Juan y en la defensa del Morro de Chorrillos.

Más tarde fue disuelto un tercer batallón de quinientos hombres, que se preparaba para partir a órdenes del coronel Alfredo Coret. Había llegado la noticia de los desastres sufridos en las batallas de San Juan y Miraflores. Al parecer, equivocadamente, las autoridades creyeron que ya no había nada que hacer. El gran problema para la región era la distancia. Las informaciones se conocían con mucho retraso y distorsionadas. Chile había invadido Lima con furia y venganza.

En la selva se dieron muchos casos de patriotismo a pesar de las distancias y falta de medios de comunicación.  Pundonor, valor, coraje y renunciamiento a la vida por la patria, que la historia debe recordar siempre, para que sirva de permanente ejemplo a las generaciones del presente y del futuro. Un joven francés de nombre Pedro Dugué, que había llegado a Iquitos como secretario del Marqués de Tilly, Conde Tourón, en circunstancias que un batallón de voluntarios, al mando de Miguel Noriega se embarcaba con destino al frente de guerra, se presentó y pidió ser incorporado en las fuerzas loretanas: “Quiero enrolarme en las fuerzas loretanas para ir a defender al Perú”, dijo en su castellano aprendiz al jefe del batallón. El joven francés, peleando heroicamente con el grado de sargento, entregó su vida en la batalla de Miraflores,

El riojano don Francisco del Castillo, con los años a cuestas y la salud quebrantada, embargado de profunda emoción patriótica y expresando su pesar de no poder hacerlo personalmente, se presentó al jefe del batallón Cazadores de Piérola, mientras la tropa disciplinadamente se preparaba en la Plaza de Armas de Rioja, para partir hacia Lima, y dijo: “Vengo a pedir el enrolamiento de mis dos únicos hijos mellizos, Tomás y Faustino, para que vayan a defender la patria, Yo, por mi salud y los años que tengo encima, no lo puedo hacer a pesar mío” recalcó al oficial jefe del batallón. Los dos hermanos murieron el 15 de enero de 1880, combatiendo en la batalla de Miraflores.

Setecientos cuarenta hombres debidamente registrados había aportado la Amazonía para la Guerra del Salitre. Son numerosos los que envueltos en el bicolor nacional dejaron regada su sangre en los campos de batalla, formando el batallón de los soldados desconocidos.

El 25 de mayo de 1880, el moyobambino guardiamarina Emilio J. San Martín participó en el combate del Callao entre los buques chilenos Guacolda y Janequeo y la peruana Independencia, comandada por el teniente de marina don José Gálvez. El marino loretano legó a la posteridad ejemplo de coraje y pundonor. La Independencia por efectos de un torpedo, empezaba a hundirse y José Gálvez gravemente herido, seguía dirigiendo el combate. El loretano en circunstancias que se hundía su buque, estudió y ensayó cuidadosamente los hilos eléctricos y en un arrojo de valentía y coraje, frío e imperturbable, preparó su revólver y disparó sobre el torpedo de cien libras de dinamita que llevaba su nave.

Las dos naves contrincantes, peruana y chilena, mortalmente averiadas, comenzaron a ser tragadas por el Pacífico, mientras sus olas se batían, en señal de bienvenida, a los valientes soldados peruanos que entregaron su vida por el honor de la patria. Allí se hallaba también el practicante de medicina Manuel S. Ugarte. Todos rodaron a los abismos del mar en atrevida acción. En minutos, el inmenso océano se convirtió en digno sepulcro de tan valerosos hombres, entre ellos el guardiamarina loretano.

Francisco Vásquez, oriundo de Moyobamba, era un adolescente de diecisiete años y huérfano de padre. Aprovechó las tinieblas de la noche y fugó de su casa. Momentos antes, una columna había partido de Moyobamba con dirección a Rioja, en tránsito hacia Lima. Eran las ocho de la noche y sin más provisiones que una alforja vacía sobre los hombros y desnudos los pies, apresuradamente tomó el camino y dio alcance a la tropa. Pidió integrarse y marchó con destino a la guerra. Meses después ofrendó su vida en la batalla de Miraflores. Una bomba enemiga le destrozó el cráneo. En agonía, tuvo tiempo de exclamar ¡Viva el Perú, viva Loreto, carajo!

En la batalla de San Juan ofrendaron su vida, entre otros loretanos, el teniente de artillería Adolfo Gómez Montalván y el teniente de infantería Julio Bellido; los soldados Juan de la Mata Sandoval y José Nicolás Gómez y Pérez (Lamas); Abelino Rengifo (Saposoa); Pedro Toreros (Yurimaguas); el teniente Julio Bellido y los soldados Adolfo Gómez Montalván, Fernando Rengifo y Biviano Perea (Moyobamba); y Julián Rodríguez, Fernando Sánchez, Bonifacio Rodríguez y Nicolás Reátegui (Rioja).

En la batalla de Miraflores perecieron los oficiales Pablo Montalván y Enrique Fuerra, los soldados Francisco Eladio Manzanares y Pedro Torres (Iquitos); Abel Trigoso y Abraham Saldaña (Lamas); Abel Arévalo (Morales, provincia San Martín); Espíritu Salinas (Yurimaguas); Froilán Portocarrero y Gregorio Maldonado (Rioja); el subteniente Francisco Milliari, y los soldados Pablo Montalván, Juan Bardales, Francisco Charpentier, Enrique Guerra, José Mercedes Rengifo, Martín López, Francisco Vásquez y Salmón Mesía (Moyobamba).

En la batalla de San Francisco murieron los loretanos sargentos primeros Agustín Matute y Santos Rengifo; los soldados Agustín Matute, Pedro Rengifo, Cosme Damián Rengifo, Felipe Rengifo, Federico Estrella, Juan de Mata Valera y Manuel Muñoz (Moyobamba); Santiago Silva (Saposoa); los soldados Juan B. Jaña y Juan Rengifo (Tarapoto).

En la batalla de Tarapacá, el 27 de noviembre de 1879, se inmolaron los loretanos subteniente del batallón Puno No. 6, Fructuoso Hernández y los sargentos primeros José Reyes Beltrán, Francisco y Manuel Díaz, ambos de la Escuela de Clases; el subteniente Fructuoso Hernández y los soldados Emiliano Castillo, Tomás Castillo y José Reyes Beltrán (Rioja); y Francisco Fachín y Francisco Díaz (Moyobamba).

En la batalla del Campo de la Alianza entregaron la vida el teniente Julio César Cárdenas (Moyobamba) y el soldado Carlos Herrera (Ucayali).

En el combate naval del Callao se inmoló el guardiamarina Emilio J. San Martín (Moyobamba).

En diversos combates de la guerra murieron Toribio Ochoa, Tomás Mejía, Francisco Peña, Eugenio Olórtegui, Pasión Sánchez, Francisco Arévalo, Carlos Petroviz, José del Carmen Rodríguez, Antonio Mori, Juan José Vargas, Santiago Vela, Juan Guerra, Esteban del Águila Rengifo, Juan José Álvarez (Moyobamba); los soldados Nicolás del Águila, Dionisio Angulo, Domingo Arévalo, José de la Paz Sánchez Alonso, Juan Arévalo y Melchor Rubio (Tarapoto); Isaac Noriega y de Calzada y Anselmo Navarro (Soritor); los soldados Jesús Vásquez, Juan José Rengifo, Manuel Lozano, Juan de Dios Tuesta y Juan de Dios Ruiz (Lamas); Eleodoro Mozombite, Inocente Hidalgo, Pedro C. Valera, David Moncada, Miguel Moncada, José Teronco y Teodoro Guerra (Rioja); Hildefonso Dávila y Liberato Arévalo (Morales, provincia San Martín).

El 9 de agosto de 1905, la Sociedad Unión Loretana, presidida por Leonardo Velázquez y autorizada por el Alcalde Cáceres, levantó en Iquitos el monumento destinado a perennizar y honrar la memoria de los héroes amazónicos caídos en la infausta Guerra del Salitre.

Fuente: La Selva en la Guerra con Chile
José Díaz
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Texto recomendado por el señor Fernando Montalván Tuesta

 

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