Por  César Vásquez Bazán

bandera de arequipa

Bandera de Arequipa, color rojo sangre, con el escudo de armas otorgado a la ciudad por Carlos I de España, mediante Real Cédula del 7 de octubre de 1541. En la Arequipa de fines de octubre de 1883, invadida por los genocidas chilenos, los leones representados en el escudo no aparecieron. Corrió sangre peruana, mas no la de los invasores que mellaron su suelo.

Arequipa en los últimos días de octubre de 1883 escribió uno de los momentos más tristes de su historia y, por ende, de la historia del Perú. Se acercaba a ella el ejército de una potencia extranjera. Arequipa no era atacada por Nicolás de Piérola; tampoco intentaba asaltarla el Vicepresidente Montero o el general Cáceres. Arequipa estaba en la mira de los invasores chilenos.

Se puede estar o no de acuerdo con Piérola, con Montero, o con Cáceres pero, en las circunstancias de Arequipa y frente al avance del enemigo del Perú, ¿cuál era la amenaza mayor?

Para los ciudadanos con noción de patria, el enemigo principal en octubre de 1883, como en diciembre de 1879, como en enero de 1881, eran los invasores chilenos. Contra los genocidas de Chorrillos, Barranco y Miraflores, contra los repasadores de heridos, contra los saqueadores de Lima, Trujillo, Áncash y Lambayeque, contra los enemigos que apresaron al presidente peruano García Calderón y lo llevaron como un vulgar reo al destierro en Chile, la heroica Arequipa, ciudad de blasones, escudos y banderas, no hizo nada

Tenía la capital del Misti una batería de cañones Krupp y otros cañones de construcción propia, haciendo un total de treinta piezas; tenía ocho mil rifles; tenía ametralladoras y dos millones de balas. Lo que faltó a Arequipa, además de visión histórica, fueron algunos miles de ciudadanos decididos a enfrentarse al enemigo. Sólo una minoría aceptó el desafío de los genocidas sureños.

Ni hombres ni armas enfrentaron al enemigo chileno. Por el contrario, lo terrible de la Ciudad Blanca en octubre de 1883 es que unos y otros se levantaron no contra el invasor sino contra el Gobierno Provisorio de García Calderón —el presidente arequipeño deportado en Chile—, apuntaron contra el Vicepresidente Montero y segaron la vida de oficiales y soldados peruanos por el delito de intentar mantener el enfrentamiento contra el enemigo mientras éste no aceptase una paz sin cesión territorial.

Por supuesto, se sabe qué clase de pendenciero era Lizardo Montero. Considerado erróneamente como un As de la Marina Peruana, Montero fue un vivo de la vida metido en política (fue candidato presidencial contra Mariano Ignacio Prado en 1875). Como marino no valía gran cosa. Por ello no estuvo al mando de ningún buque de guerra importante durante el conflicto con Chile. Como  “general” el tipo no tenía ni conocimientos, ni experiencia militar, a no ser que se califique como tal su participación en asonadas, sediciones y disturbios. Quizá deba respetársele por su actuacion en la Batalla del Alto de la Alianza, pero ahí paramos de contar.

Montero era un político tradicional peruano, no inclinado a arriesgar el pellejo. Para describirlo debe recordarse que Montero es el jefe que abandonó a Bolognesi en Arica, encargándole hacer volar la plaza para que sirviera de ejemplo al Perú. La acción de Montero es similar a la de su colega, supuesto "As" de la Marina Peruana, Aurelio  “Figuretti” García y García, otro marino metido a político, al que la Historia recuerda por haber dejado solo a Grau en Angamos. García y García no volvería a comandar un buque de guerra del Perú; continuando con su carrera política se convirtió en el principal ministro de Piérola.

Así que no se está escudando a la persona de Montero. Lo que se defiende es el rol de Montero como representante del Gobierno alternativo al del traidor Iglesias. La inconsciente Arequipa se dio el gusto de derrocar al régimen que luchaba contra Chile y del cual Cáceres era segundo vicepresidente. Con el golpe de estado del 25 de octubre de 1883, Arequipa le hizo el más grande favor a Chile y al régimen títere del traidor Iglesias.

No olvidemos que unos días antes de la rendición de Arequipa se había rubricado en Lima la vergüenza de Ancón. El tratado fue suscrito por el gobierno de Iglesias, uno de los dos gobiernos que tenía Perú en ese momento. La Administración de García Calderón-Montero-Cáceres no aceptó el tratado. Mientras existiera el Gobierno Provisorio de Arequipa, Perú podía invocar que el gobierno de Iglesias era un mero títere de Chile y que no representaba realmente a la nación, que el gobierno legítimo era el que tenía su sede en Arequipa y que el Tratado de Ancón era un mero papel mojado en tinta.

Volvamos al avance chileno sobre Arequipa. Ayudado y orientado por guías peruanos, y con militares peruanos adjuntos que cumplían encargo del traidor Iglesias, el ejército invasor transitó por Moquegua, sin oposición, y llegó a las puertas de la Ciudad Blanca.

Es allí donde el enemigo contó con el fino apoyo de los coroneles arequipeños Llosa —Francisco y Germán Llosa Abril— que abandonaron sus posiciones en Huasacache y dejaron pasar a los chilenos por Puquina con rumbo a Arequipa, sin enfrentarlos, aduciendo que no sabían qué hacer, que no tenían órdenes específicas, que les habían cambiado las municiones, que eran muy pocos para enfrentar a los mil trescientos invasores, que ellos sólo eran coroneles del ejército de línea pero tenían pocas décadas de “experiencia”, etc.

En Huasacache y Puquina no hubo Bolognesis, Alfonsos Ugarte, ni Justos Arias. Ahí hubo coroneles Llosas, que es exactamente lo contrario a Bolognesi, Alfonso Ugarte o Justo Arias. Ahí hubo Llosas que superaron dialécticamente las cobardías de Segundo Leiva y Agustín Belaúnde, coroneles de papel que abandonaron a Bolognesi en Arica, no acudiendo en su apoyo o simplemente desertando sus funciones.

Sin embargo, el golpe decisivo contra el Gobierno Provisorio fue iniciado por otro Llosa arequipeño —el coronel “cívico“ de Guardias Nacionales Luis Llosa Abril—, que sublevó a su Batallón N.o 7. Con el ejemplo del batallón de Llosa, los demás cuerpos de la heroica Guardia Nacional arequipeña se levantaron contra el gobierno de García Calderón-Montero. Contra ese régimen dispararon, que era el gobierno al que respondía Cáceres, y a ese Gobierno le mataron varios oficiales y soldados.

Los chilenos estuvieron felices que menos de una semana después de la firma del Tratado de Ancón, el Gobierno que no aceptaba las condiciones chilenas había dejado de existir.

El Alcalde Armando de la Fuente y el Concejo Provincial de Arequipa

En la capitulación de Arequipa, hubo otro actor político que no debe dejar de mencionarse: me refiero a su Concejo Provincial, representativo de los intereses de la burguesía comercial que operaba en la Ciudad Blanca y que presidía el Alcalde Armando de la Fuente.

Ese Municipio —que comunicó a Montero que no debería haber lucha dentro de la ciudad— luego prodigaría las más serviles atenciones a los chilenos durante su estancia en Arequipa.

No sólo la ciudad se entregó sin defenderse al genocida invasor. Los chilenos durmieron en la Plaza de Armas y ninguno de los arequipeños que se dio el gusto de abalear a Montero y a otros oficiales del Ejército Peruano osó tocar ni con el pétalo de una rosa a los somnolientos visitantes. Peor aún, solícitos hasta la adulación, el alcalde De la Fuente y su grupo municipal proporcionaron a los chilenos alojamiento, comida, forraje para los animales y, seguramente, otros servicios “colaterales” para la tropa invasora.

No hay ciudades “heroicas”. Hay momentos históricos en que las poblaciones de las ciudades pueden exhibir comportamientos heroicos, pero la ciudad, en sí misma, sólo es una ciudad. En la historia de Arequipa hay episodios de cal y también de arena. El 29 de octubre de 1883, día de la capitulación sin combatir a los chilenos, marcó la más grande vergüenza de Arequipa, de la que seguramente algún próximo día se reivindicará.

El blog continuará publicando materiales poco conocidos sobre el tema. El propósito no es denigrar a nadie pero tampoco decir medias verdades. No hay mayor “media verdad” que la historia oculta, brumosa e incompleta —en una palabra historia cocinada— de la rendición de Arequipa a los chilenos en octubre de 1883.

© César Vásquez Bazán, 2013

Diciembre 27, 2013

http://cavb.blogspot.com/

 

Chile se implanta en el Sur peruano

Ante el aplauso y complicidad de los capituladores y otros coimeados sirvientes arequipeños, Chile compra de todo (terrenos urbanos y agrícolas) en Arequipa, al mismo tiempo que afianza sus redes de inteligencia.

Chile y sus lacayos están haciendo discreta propaganda a la construcción de una central eléctrica en Moquegua, que servirá para abastecer de electricidad al Norte chileno. El “secreto” está en que la capacidad que se piensa instalar en la zona es mayor que la necesaria para el Sur peruano. Las coimas chilenas fluyen incesantes en el Sur peruano para que nadie exija una capacidad limitada, que excluya la exportación de energía a Chile.

 

Artículos relacionados

Bolognesi pide apoyo a Montero o Leiva, atacando o jaqueando a enemigo chileno que sitia Arica

Rastrera carta del chileno Benjamín Vicuña Mackenna adulando al Capitán de Corbeta peruano Lizardo Montero

Empresarios peruanos buscan entregar gas peruano a Chile

La fuga de Aurelio García y García y de la corbeta "Unión" del teatro de combate en Angamos

Acta del Consejo de Guerra a bordo de la corbeta "Unión" el 8 de octubre de 1879 confirma la vergonzosa fuga del navío comandado por Aurelio García y García

Comando chilenizado de la Marina de Guerra del Perú celebra en Chile el Combate de Iquique, sin mencionar a Miguel Grau ni el "Huáscar" pero sí honrando a Prat y Condell