miguel grauGuillermo Guedes

Todos los que lo vieron recuerdan algunos detalles de su rostro aunque también olvidan otros. De su voz dicen que tenía un timbre extraño y que su forma de hablar era “a la antigua”.

“El hombre cruzó la frontera en tren”, dijo un testigo a las autoridades peruanas. Otro comentó a un periódico de Tacna: “el caballero salió del país en un moderno ómnibus de servicio internacional, … no recuerdo si tenía barba, de su ropa no puedo decirle nada fuera de lo común, creo que era de color azul oscuro”.

Según una señora de Lima, el viaje fue en un colectivo: “los dos bajamos en el centro de Arica, me dijo que seguiría su viaje al sur, hablamos de cosas generales, me pareció un hombre muy educado y distinguido”.

Las investigaciones en el puesto fronterizo no dieron pista alguna sobre el nombre que dio para cruzar sin que se sospechara sobre su identidad o su propósito. Un oficial que no quiso identificarse dijo para una radio de alcance nacional: “acá no se nos pasa ni una mosca sin documentos… y nuestros vecinos son aún más celosos con la gente que entra”.

Un curtido contrabandista dijo a una de las comisiones investigadoras: “el señor atravesó el campo de minas de noche sin ningún temor… yo seguí sus pasos pensando que era un colega, hasta que intercambiamos algunas palabras que ahora no recuerdo, definitivamente era otro tipo de gente”.

En el consulado peruano en Arica tres personas lo describieron con distintos rasgos, una de ellas recuerda su poblada barba, el otro dijo que no tenía más que un bigote muy bien cuidado, el cónsul recordó sus ojos en el brillo intenso: “creo que vino a la oficina a pedir algún tipo de información”.

Un vendedor ambulante chileno recuerda haberle vendido, o tal vez regalado, una guía de carreteras: “parecía sorprendido por lo que veía, definitivamente su dejo era peruano pero no del que se escucha normalmente… creo que vestía formalmente”.

El dueño de un modesto hotel en Iquique tiene la certeza de haber invitado a comer a un señor peruano de mediana edad: “no sé por qué lo hice, lo vi sentado en el malecón mirando el mar casi al anochecer, parecía triste, no recuerdo lo que hablamos, le di la mejor habitación y en la mañana ya se había ido…”.

Cerca de Antofagasta unos pescadores dicen haber visto a un hombre de apariencia algo extraña caminando por una playa desierta: “miraba el mar con mucha atención, después se esfumó, ¿será verdad lo que está diciendo la gente?”
Más al sur hay informes contradictorios sobre su presencia, sin embargo el hombre volvió a aparecer con certeza en Valparaíso.

Un mozo del club de oficiales de la armada recuerda haberle servido un plato a base de pescado: “estaba en una mesa con un almirante y otros cuatro oficiales, hablaban de cosas de marinos, parecían fascinados con él y hasta le dieron un auto oficial para seguir su viaje al sur”.

Las declaraciones de los oficiales presentes y del chofer no fueron dadas a conocer al público y se consideran hasta el día de hoy como un secreto militar. En la mañana del día del incidente, un sacristán lo vio rezando en la Catedral de la ciudad de Concepción: “estuvo largo rato sentado, parecía que conversaba con el Señor, luego escuchó misa y hasta comulgó… lo tuve muy cerca de mí, olía como a mar… debe haber sido él”.

Varias personas dirían después que lo vieron caminando hacia Talcahuano. Una anciana dijo que lo vio a la entrada del puerto: “su cabeza estaba rodeada de una extraña luz… estoy segura de lo que digo porque yo puedo ver el aura”.

El resto no está del todo claro. ¿Cómo pudo alguien entrar a una base naval tan resguardada?, ¿por qué nadie pudo detenerlo?, ¿cuándo se sabrá el resultado de la investigación pedida por el presidente del país del sur?

Dicen que sonó una sirena que se escuchó en todo el puerto, hubo disparos al aire, gritos y silbatos, se vieron salir helicópteros, varias unidades navales se hicieron a la mar…

Era domingo; al mediodía el Almirante Miguel Grau se embarcó en el Huáscar y se perdió con el glorioso Monitor en la inmensidad del océano.