Caso Moquegua: ¿Con qué moral?

Albeto Jordan

Alan García ofende a jefe policial

Por la desatención e ineficiencia del gobierno central, miles de personas bloquearon la carretera Panamericana Sur y el estratégico puente Montalvo. Producido el caos político-social, el gobierno central decide “poner orden” disponiendo que el ministerio del Interior movilice fuerzas policiales. Entonces, el general Alberto Jordán, jefe policial de la región sur, viendo la magnitud de la movilización popular y los ánimos exaltados, se acerca a la masa para resolver por las buenas, dialogando, lo que a todas luces no se iba a poder hacer por la fuerza.


En esta situación de emergencia, con carretera y puente bloqueados y bajo control de los moqueguanos, el gobierno decide finalmente hacer lo que debía hace mucho tiempo: emprender conversaciones serias con los representantes del pueblo de Moquegua. Así se llegó a una solución política del problema; no fue necesario emplear la fuerza.

La ofensa

Habiendo dicho semanas atrás que los policías debían disparar antes de pensar, el desenlace de los acontecimientos dejó a Alan García con un amargo sabor en la boca. Y en otro de sus exabruptos arremetió contra el general PNP Alberto Jordán. “Me impresionó mucho que un altísimo jefe policial, que tiene a su cargo el operativo en Moquegua se entregara tan mansamente sabiendo de lo que son capaces los agitadores de esa zona”, manifestó. Evidentemente, Alan García quería una hecatombe, y no tomó en cuenta la violenta reacción de una multitud que se sintió traicionada al escuchar las palabras apaciguadoras del general al mismo tiempo que les soltaban bombas lacrimógenas. ¿Qué quería Alan García?, ¿que un grupo de policías se enfrentara a miles de personas y se produjeran muchas muertes?

Miedo

Para restregar la herida con ají, Alan García añadió: "Una persona que tiene miedo físico es mejor que no se meta en estas cosas", lo cual es, ni más ni menos, tildar de cobarde al general. ¿Con qué autoridad moral habla García de miedo de un general, cuando él, Presidente de la República, sorprendió este mes manifestando su miedo a una represalia de Chile si no les vendemos gas? Jamás habíamos escuchado antes semejantes expresiones de cobardía en un mandatario. No conocemos los antecedentes del general para considerarlo cobarde. Es más bien el caso de un jefe policial lanzado al sacrificio y puesto en peligro por la inoportuna orden —que no impartió él— de utilizar bombas lacrimógenas.

A primera vista podría parecer que las bombas lacrimógenas no son armas letales; pero hay que tener en cuenta que una cosa es dispersar con gas lacrimógeno a decenas o cientos de personas, y otra muy diferente es intentar hacerlo contra miles de personas, como ocurrió en este caso. Cuando son decenas o cientos de personas, éstas pueden correr en diferentes direcciones y la policía logra su objetivo de dispersarlas; pero cuando son miles de personas las que protestan, hay grupos compactos muy numerosos —incluso en lugares abiertos—, formados por cientos o miles de personas, que en la confusión y desesperación por huir del gas pueden matar a otros pisoteándolos al huir; para esto basta que tropiecen y caigan unos pocos y lo demás es tragedia: los que vienen atrás aplastan a los que se cayeron, muchos otros más caen y allí pueden producirse decenas o cientos de muertes. ¿No escarmentamos con tantos megadesastres que hemos tenido?

Un jefe policial experimentado y responsable, como suponemos que es el general Alberto Jordán, sabe esto, y entendió que debía actuar con tino. De ninguna manera podemos considerarlo cobarde. Ya en los hechos consumados, y en la circunstancia que hemos explicado, lo único que podía hacer el general era mostrarse flexible para salvar la vida de sus subordinados, porque la masa de miles de personas ya estaba enardecida y dispuesta a todo*. Desde el punto de vista político-social, debe entenderse que si en Moquegua se congregaron miles de personas estamos ante una clara señal de que allí había un sentimiento de protesta acumulado, de compatriotas indignados por sus justas aspiraciones y reclamos diferidos; la policía no está para resolver problemas de esa naturaleza y de esa magnitud, originados en la desidia e incapacidad del gobierno.

Responsabilidades

Se anuncia que las autoridades van a tomarse el trabajo de identificar a las personas que actuaron en estos hechos violentos, en particular por la privación de la libertad o secuestro de los policías. Eso está previsto en la ley; pero también tienen responsabilidad —mayor que la de los moqueguanos— los políticos y los gobernantes que, por su incapacidad de atender oportunamente los justos pedidos del pueblo, se convierten en inductores y causantes originales de la violencia y agitación pública. Que no carguen toda la culpa al pueblo y menos ofendan a policías que cumplen su deber.

Alan García acusa al general Jordán de haber actuado “mansamente”, cuando —según nuestro imprevisible presidente— debió actuar enérgicamente (¿cómo?, ¿matando a pobladores para que después la multitud mate a los policías?). ¡Qué fácil es hablar cuando la gente mira o comenta de lejos y no se juega el pellejo! El general Jordán se ha expuesto a que lo denigre el presidente de la República por haber salvado la vida de la gente bajo su mando. ¡Y cómo olvida Alan García que al producirse el golpe fujimontesinista huyó por los techos sin tener en cuenta que él, arriesgando su vida como lo hizo el general Jordán, debía más bien haber protegido a otras personas, empezando por su familia! ¿Quién es el cobarde?

El enojo de García pareciera responder a su sed de sangre, pues desde su primer gobierno se ha caracterizado por apagar conflictos segando vidas, siendo el más notorio —y que hasta ahora se investiga— la matanza en el Frontón. Recordemos que tras la carnicería declaró, saciada su sed de sangre, que desde ese momento así se respondería. En este gobierno ya hay muertes que podrían haberse evitado totalmente, como las ocurridas en las protestas de Ayacucho, los policías sin experiencia lanzados contra el narcotráfico, etc. Considerando que estas muertes pudieron evitarse, puede entenderse que es decisión política “decorar” la sofocación de protestas con muertos, lo cual se confirmaría con la orden impartida por el Presidente, de “disparar antes de pensar”. El relevo de su cargo del general Jordán ya dio la señal clara de lo que quiere el gobierno: una represión violenta. Siendo que en el culto satánico se ofrece muertos para pedir poder o riqueza, ¿acaso García practica en secreto algún culto satánico, por lo que busca muertes? ¿Cómo entender las muertes que se pudieron evitar y el castigo contra quienes evitan la violencia y la muerte? Esperemos la voz de las organizaciones de derechos humanos.
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* Siendo el general Jordán el jefe policial de la zona, era lógico que la gente pensara que él había ordenado disparar granadas de gas lacrimógeno; pero en verdad la cosa no fue así, esa inoportuna provocación partió de otro lado; la orden de hacerlo no fue de Jordán.