Balada de la bicicleta
Voces del bosque

bosque Amazonia
por Ángel Pasos

Un banco de nubes, llegado desde el sur, se ha apoderado del cielo. La oscuridad nos sorprende en medio del campo. Mi bicicleta calla y yo me limito a dar pedales. Cae agua nieve y se ha levantado un viento frío. Algunas ráfagas hacen que tenga que agarrarme fuerte al manillar para no caer. El viento me estremece y, mientras avanzo entre la ventisca, la oscuridad y mis dudas, la insidiosa regresa a mi mente: “¿Por qué hago esto?”

 

A veces, oigo como un lamento y tengo la sensación de que me siguen, pero vuelvo la cabeza y no veo a nadie: tan sólo oscuridad. Presto atención. Sí; es el viento que se afina y muge en los árboles del bosque; como si hablaran todos a la vez. Se diría un murmullo de conversaciones que se entrecruzan. Escucho, pero no consigo entender lo que dicen.

Pasa el tiempo y la soledad pesa en mi corazón como la muerte, pero continúo. Ya se hace demasiado tarde; el sol se ha puesto hace rato y el día se apaga como concluye todo, de modo inesperado, extraño.

Ahora, todo se reduce a seguir. Avanzar a través de la noche y del frío, de la soledad y del silencio aterido. Seguir, sin perder la esperanza de llegar a algún sitio. Avanzar sin perder el empuje; convencido de que todo este esfuerzo sirve para algo. También resistir, porque hay un tiempo para todo lo que es importante, aunque, a veces, lo que importa es comprender que todo se reduce a resistir. A tener la fuerza y el coraje para resistir cuanto sea necesario.

El viento arrecia y el bosque se ha llenado de gemidos; sus lamentos me alcanzan desde la oscuridad de la que huyo. Mi bicicleta sugiere que son las voces de los que ya no tienen voz, las voces de los que nunca fueron escuchados, de los arrebatados en vida, que ahora se juntan y le cuentan a todo el que pasa, su pesar y su mensaje. Todo lo que pudo haber sido.

Pero ¿cual es su historia y a qué mensaje se refieren? –pregunto a mi bicicleta.
Eso tendremos que averiguarlo responde.

El viento sopla cada vez más fuerte. Una rama se desgaja de un árbol y se desploma, casi sin hacer ruido. Me sobresalto y miro, justo detrás de ella, emergiendo del agua del río, contemplo los restos de un búnker olvidado de la última guerra que padecimos.