Balada de la bicicleta

anciano lee libros

El hombre que sólo leyó un libro

Por Ángel Pasos

Al doblar un recodo del camino dos perdices se espantan. Una de ellas corre frente a nosotros. Es gordota y pesada. Parece que no va a ser capaz de levantar el vuelo, pero al instante gira y se aleja volando bajito por los sembrados. Mi bicicleta sonríe.

Cruzamos el viejo canal y al fondo, bajo un árbol, aparece una casa de labor abandonada.

¿Conoces la historia de Matías? le pregunto a mi bicicleta.

Dicen los pocos que hablaron con él que su vida no había sido fácil: su única hija murió a manos de su marido, un hombre celoso, alcohólico, que la mató una noche de un golpe en la cabeza. La mujer de Matías no lo superó; se fue consumiendo poco a poco. Dos años después también murió.

Matías dejó todo y anduvo de un lado para otro, hasta que un día llegó a esta pequeña casa junto a la acequia.

Se quedó a vivir aquí. Se encargaba de mantener limpias de malas hierbas las lindes de los campos y el canal. Los propietarios apenas le pagaban unas perras, pero le daban leche y pan. Su vida era tranquila y solitaria, pero Matías lloraba por las noches; había perdido las ganas de vivir.

Un día, entre los rastrojos, encontró un libro. Sus hojas eran amarillas. Parecía tan viejo y olvidado como él.

Matías no había vuelto a leer desde que era pequeño. Tenía que pronunciar cada palabra y repetir cada frase, y muchas veces no entendía nada, pero leía cada noche porque leer era lo único que le hacía olvidar.

Pasó muchas noches perdido en la historia de ese libro. Se dormía con el libro entre las manos y cuando se despertaba, a causa del dolor de su pasado, atizaba la lumbre y leía de nuevo hasta que se volvía a dormir. Así pasó mucho tiempo mientras que, sin darse cuenta, el libro curaba sus heridas.

Una mañana, mientras leía, Matías miró al cielo y sintió que algo había cambiado. Todo parecía ser diferente; los pájaros, las nubes, el agua del canal… En ese instante el alma de Matías descubrió que en cada amanecer existe una esperanza, que nunca es demasiado tarde para vivir en paz, que la bondad, la generosidad y todo lo que había aprendido en ese libro podía contener la clave de la felicidad.

Matías sólo leyó ese libro. Nunca necesitó de nada más. Murió siendo un hombre sencillo. Los que le conocieron dicen que sus ojos volvieron a sonreír, que era feliz y que había conseguido perdonar. También dicen que ese maravilloso libro está enterrado aquí, bajo éste árbol. Nadie sabe qué libro es porque nadie lo consiguió encontrar.