Balada de la bicicleta

Algo a lo que aferrarme

atardecer
Por Ángel Pasos

Cae la tarde mientras inmensos nubarrones cubren el cielo. La luz del día se oscurece y mi alma se llena de aprensión. A mi alrededor, las nubes forman una cortina de agua que carga el ambiente con una sensación opresiva. La tormenta se va a desatar en un instante.


Mientras ascendía por el sendero de piedras he sentido que la soledad iba creciendo con la altura. Ahora, desde este lugar apartado, el mundo de los seres humanos es sólo un punto lejano que está en algún lugar, montaña abajo.

Las nubes me rodean con un decorado impresionante; dudo, pero decido continuar. Estoy acostumbrado. He hecho de esta soledad una forma de vida. Sin apenas darme cuenta me he transformado en un ser que busca, en medio de un mundo enloquecido, algo importante y vital. Algo que intuyo que será fascinante, sencillo y profundo. Todavía no lo conozco, pero sabré reconocerlo cuando lo encuentre.

La cortina de agua me alcanza y me sumerjo en las nubes. La montaña parece enloquecer. El aire se ha convertido en agua. Respiro agua.

El viento arrecia y una ráfaga fuerte me derriba cuando intento cruzar la corriente de un riachuelo. Ruedo unos metros ladera abajo, entre piedras y barro, hasta acabar tumbado bajo mi bicicleta. Me levanto empapado, pero sigo ascendiendo. He llegado a un collado y allí encuentro refugio bajo unas piedras. Me siento para contemplar este momento. Respiro hondo el aire cargado de humedad.

Aquí, en medio de esta naturaleza desatada, comprendo que toda tempestad lleva en su corazón la paz de su existencia y en este pensamiento está la clave y la esperanza a las que debo aferrarme en estos tiempos de locura, cuando todo parece alejarse de mí, desarbolándome.