Por Wilfredo Pérez Ruiz (*)

En nuestro quehacer cotidiano estamos habituados a emplear el ascensor y, por lo tanto, conviene familiarizarnos con el proceder que se recomienda exhibir en este espacio público. No obstante, frecuento institutos y empresas en las que éstos miramientos, al parecer, están camino a la extinción.

Una vez más, incido en la pertinencia de integrar las pautas y sugerencias de urbanidad con el afán de forjar una óptima convivencia, incluso con quienes fugazmente estamos en contacto. Un buen comienzo consiste en saludar, ceder el paso y transmitir amabilidad. A mi parecer, es necesario reiterar: la etiqueta social es un puente de armónica relación humana.

¿Saluda al ingresar al ascensor? El que entra está obligado a hacerlo. Sin embargo, en innumerables oficinas veo cómo jefes, directores y altos jerarcas esperan que los saluden. Rechacemos resignarnos a esta actuación sumisa de quien debe ser saludado. De igual forma, sugiero despedirse al salir. Puede recurrir a un simple “adiós”, como usted determine.

El saludo describe nuestra personalidad, autoestima, habilidades sociales, temperamento y se convierte en nuestra tarjeta de presentación. Insisto en hacerlo con espontaneidad y fluidez. Es el primer paso para lograr una impecable reciprocidad y una demostración de elegancia. Solo deberá tener “sentido común”; el menos tradicional de los discernimientos en una comunidad atiborrada de penurias morales, cívicas y culturales, como el reino de “perulandia”.

Existen personas que aprietan el botón de todos los ascensores disponibles; sin importarle el que está de subida y bajada. Si requiere subir, presione el interruptor del que está descendiendo. Un poco de elemental criterio no estaría nada mal. Aunque el juicio y la cordura han dejado de ser cualidades inherentes a nuestro medio.

No intente entrar a uno que está lleno. Sea considerado y espere la llegada de otro antes de pretender ingresar, incomodar e incluso exceder su capacidad de carga. Recuerde: también es una cuestión de seguridad. El ascensor es un punto de uso común. De modo que, es pertinente contemplar las demandas de nuestro prójimo; ello implica asumir una mirada empática en un contexto indiferente, apático, mezquino y de escaso sentimiento de pertenencia.

Al entrar es aconsejable, más aún si vamos a un piso elevado, evitar permanecer cerca de la puerta. Así no molestaremos a quienes deberán salir antes que nosotros. En caso de estar ubicados junto al panel de control, tengamos la deferencia de preguntar el piso al que van las personas y apretar el botón respectivo.

Si estamos próximos a la puerta lo adecuado será salir para que puedan alejarse con comodidad de quienes están detrás nuestro; es lamentable que poca gente lo haga. Cuando el ascensor sea holgado, pidamos permiso para retirarnos con antelación, a fin de facilitar abrirnos paso.

Soslaye ingresar atendiendo una llamada telefónica. Ello hará que, inevitablemente, escuchen su conversación y puede incomodar. Piense en el bienestar general, antes que en su egoísta interés individual. Vivir en comunidad debe motivarnos a desarrollar nuestra tolerancia y asertividad.

Tenga en cuenta: “Nuestros derechos terminan, donde comienzan los de los demás". En tal sentido, deben evitarse acciones que molesten a otros. Un ejemplo cotidiano es ingresar comiendo, fumando, cargando bultos que producirán hastío o sosteniendo discusiones acaloradas personales y/o telefónicas. Peor aún, cuando entra alguien que no está habituado a su diaria higiene corporal.

Es importante que los varones faciliten el acceso a las damas. Al salir, por cuestiones físicas, pasan las personas más cercanas a la puerta. Si está esperando el ascensor, colóquese a los extremos con la finalidad de dejar circular a los salen. Es enojoso sortear una maraña de seres humanos arrumados como un panal de abejas. Es conveniente efectuar una cola en alguno de los lados de la puerta. De esta forma, la salida y la entrada será ordenada.

Cuando esté en la fila un discapacitado, anciano, señora embarazada o cualquiera que, por razones de edad o limitaciones físicas, requiera tener la prioridad en entrar, no dudemos en conceder el paso y ofrecerle ayuda. Un gesto de solidaridad muchas veces esquivo en “perulandia” y que, además, nos empobrece y lacera. Dejamos de contemplar, con egoísmo e individualidad, el metro cuadrado que pisamos para comenzar a involucrarnos con nuestro alrededor.

Hagamos de la cortesía un estilo de vida. El ascensor no es un escenario ajeno al comportamiento que debe caracterizar a hombres y mujeres capaces de procurar afables relaciones interpersonales. Sembremos con ilusión la semilla de la educación, la gentileza y la consideración hacia nuestros semejantes. Tengamos el integro convencimiento que, más temprano que tarde, lograremos concebir una sociedad más digna.

(*) Docente, consultor en organización de eventos, protocolo, imagen profesional y etiqueta social. http://wperezruiz.blogspot.com/