Por Carlos Garrido Chalén
Bertolt Brech, (Eugen Berthold Friedrich Brecha, natural de Augsburgo, nacido el 10 de febrero de 1898 – y fallecido el 14 de agosto de 1956, en Berlín, de un ataque al corazón), dramaturgo y poeta alemán, creador del llamado Teatro épico, autor de obras fundamentales como Baal, Tambores en la noche, Devocionario doméstico y La Ópera de cuatro cuartos, con las que criticó y se burló del orden burgués, al que pintó como una sociedad de delincuentes, decía: "El peor analfabeto es el analfabeto político”.
“No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los frijoles, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas”. “El analfabeto político –decía– es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política y no sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos, que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo, de las empresas nacionales y multinacionales".
Para Bertolt Brech (que siempre quiso influir y hacer pensar a la gente, configurando una teoría dramática antirrealista que procuraba distanciar al espectador del elemento anecdótico, y anhelaba la liberación de los medios de producción), el analfabeto político, es un peligro para la Patria, por que de su decrépita ubre moral y de su teta indiferente, se ha amamantado el caos social de nuestros pueblos.
En Kuhle Wampe (o ¿A quién le pertenece el mundo?), su obra llevada al cine, dirigida por Slatan Dudow, con música de Hanns Eisler, prohibida cuando el régimen nazi llegó al poder en su país, muestra las opciones que su ultrismo ofrecía a un pueblo alemán azotado por la crisis de la República de Weimar, y aunque nunca se mostró explícitamente crítico contra la autoridad, el estado y la sociedad, sino siempre de una manera subliminal, “con la justa crítica para no llegar a ser mártir de sus propias ideas”, como lo hacen la mayoría de nuestros líderes, juzgaba al analfabeto político, como al más decadente reflejo de una sociedad devorada por el egoísmo y la mezquindad más espantosos.
Nuestras sociedades contemporáneas, mas que todo tercer mundistas, en donde existen analfabetos políticos por montones, por obra y gracia del raquitismo mental de su clase dirigente –que se revuelca en los lodos de la política, pero es analfabeta moral y trajina los terrenos de la apostasía espiritual más escandalosa– jamás interesada en fomentar una cultura para la elevación moral y el desarrollo, precisamente para mantener a la población en la ignorancia, no son la excepción.
A ese analfabetismo político le debemos siglos y siglos de atraso y podredumbre. Por su mecedora de mediocridad y de tiro al blanco que promueve, los más graves asuntos de interés público, no se han resuelto; se han mantenido y se mantienen en la indefinición, como hijos del contubernio y de la corrupción más espantosa.