Por: Wilfredo Pérez Ruiz (*)

Con frecuencia escuchamos, en personas de variadas edades y actividades, unas cuantas de las siguientes frases para pretender justificar sus deficientes modales: “yo soy así”, “estoy estresado”, “así me pongo en momentos de tensión”, “que no se metan conmigo”, “la etiqueta social son cosas del pasado”, etc. Podría continuar formulando un listado de las aseveraciones empleadas.

 

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Sin embargo, debo subrayar lo que, al parecer, desconocen o rehúyen analizar múltiples hombres y mujeres. El comportamiento trasluce la vigencia del respeto, la tolerancia y el diálogo; fortalece la disposición del lazo humano y, por lo tanto, de la convivencia; realza la personalidad; fomenta una percepción favorable; enaltece el perfil profesional y constituye una excelente carta de presentación.

¿Por qué es difícil observar una correcta actuación?  Son abundantes las motivaciones que influyen en el cada vez más deteriorado y lacerante clima de coexistencia colectiva. Factores como las habilidades blandas, la educación, la cultural, el entorno, entre otros, explican -más no apoyar- lo acontecido.

A mi parecer, es incongruente continuar inmensos en la “zona de confort” -cruzados de brazos, distantes e indolentes- y desde allí cuestionar esta dramática realidad que afecta el bienestar, la salud emocional, la armonía y el discernimiento entre seres pensantes. Debemos actuar; sí, debemos actuar en nuestro campo de desenvolvimiento.

En tal sentido, comparto concisos y específicos aportes enfocados a lograr una conducta acertada. No se requiere recurrir a un “manual” o “curso” de etiqueta social, tampoco pretender conducirse de forma rígida, inflexible y superficial. Solamente se exhorta utilizar el criterio, el sentido común y la convicción de adjudicarnos una papel diferente, cualitativo y positivo encaminado a una saludable conexión entre hombres y mujeres. ¡Empecemos!

Puntualidad. Aplicar esta regla de oro es sinónimo de finura, organización y disciplina. Sugiero emplear los medios tecnológicos y, especialmente, su celular para calcular tiempos, distancias, tráfico vehicular y convertirla en una cultura particular. Su práctica puede beneficiarlo en el quehacer corporativo y, por cierto, genera atención y seguridad.

Saludo. Es el primer suceso establecido en la correlación humana -por efímera que sea- y, además, describe la inteligencia interpersonal. Tenga en cuenta: mire a los ojos, sonría, extienda la mano con seguridad (según el caso) y trasmita un mensaje oral agradable. Son pautas altamente propicias para generar una afable impresión. Hágalo con un ademán cálido que refleje su educación. El caballero deberá inhíbase de jalar el brazo de la dama para darle un “beso” en la mejilla que ésta no ha autorizado. Conozco un sinfín de caballeros, incluyendo maestros de ceremonias y asesores en protocolo y afines, con esa incómoda e irrespetuosa manía.

Discreción. Renuncie a la pegajosa costumbre de formular preguntas o comentarios personales. Son lamentables las habladurías acerca de pormenores sentimentales, enfermedades, desgracias y averiguaciones privadas. Guardar silencio es inherente en un ser mesurado y una hazaña en una comunidad inelegante e impertinente. Asumir un talante reservado inspira confianza. No olvide: “La prudencia se detiene, donde la ignorancia ingresa”.

Autocontrol. Es imperativo ocuparnos de la empatía y la afamada inteligencia emocional con el propósito de controlar reacciones inadecuadas; muestre madurez, ponderación y equilibrio. Lecturas, capacitaciones y ciertas actividades contribuyen a desarrollar esta capacidad impostergable en períodos de aguda confrontación y desencuentros. Evite impulsos acalorados, subidos de tono y agresivos: administre sus intransigencias.

Celular. Es una herramienta de comunicación importante, no un juguete para lucir en público. Jamás se pone en la mesa como cubierto; póngalo en silencio en lugares cerrados; obvie contestar sin antes pedir permiso y retirarse; úselo con cautela. Absténgase de atender sus redes sociales mientras sostiene una conversación, se interpretará como un gesto de descortesía. Miro esta censurable rutina en autodenominados “expertos” en urbanidad desesperados por atender a la supuesta novia. Rebélese ante la actual inopia y resignación masiva que enfrentamos.

 

Dejar en visto. De este germen nadie se salva. Es un mal que se caracteriza por su rápida y masiva propalación en épocas de apremios e indelicadezas. Podría resolverse a partir de transparentar los instantes en que está enlazado con los medios virtuales; eluda colocar todo el tiempo “conectado”. Así informa los momentos de disponibilidad. Responda con inmediatez dentro de las siguientes 24 horas.

Imagen personal. Es una afirmación de autovaloración y consideración: cuide su vestimenta, aseo y arreglo individual. La apariencia y el atuendo retratan su estado anímico; son códigos significativos de su concepto de sí mismo. Puede ser determinante para abrirle o cerrarle puertas en su conexión empresarial. Esto me trae a la memoria a un fingido “especialista” protocolar que acude en buzo a trabajar a una empresa consagrada a la planificación de graduaciones universitarias.

Consumo de alimentos. Su actuación lo expone más de lo imaginado. Prescinda sentarse cuando esté aquejado por una enfermedad; realice un saludo general cuando los invitados están en sus asientos; esquive interrogar al que declina beber o saborear algo de lo ofrecido; entable charlas atractivas; no se retire al menos que sea urgente; el anfitrión es el primero en comenzar a comer; los asistentes se ubicarán en los sitios indicados por quien preside el encuentro, no pretenda hacerlo junto a quien usted desea como intentan seres con pobres habilidades sociales y exiguo mundo. Aconsejo portarse con tino.

 

Visitas. Nunca se hacen, incluso a allegados de confianza, sin antes anunciarse mediante una llamada telefónica o por algún otro medio; menos en las horas de los alimentos. Si es un suceso urgente permanezca el tiempo atinado y sortee poner en aprietos a los dueños de casa. Eso me recuerda a familiares y amigos -próximos a mi domicilio- que durante muchos años han incomodado, a mis padres y a mí, con su improperio y distorsionada interpretación del estrecho vínculo existente. Todavía debo enfrentar en ciertas coyunturas esta desprovista manifestación de educación y sensatez.

“Gracias” y “Por favor”. Son expresiones de elevada performance. Es poco usual; no obstante, esta espontánea y sincera usanza lo diferenciará en tan fecundo océano de agrestes costumbres. Constituyen términos seductores, explícitos de su óptima formación y hacen grata nuestra alternancia. Comience a usarlos en su diálogo cotidiano.

Valores. Componen una guía orientadora de nuestras obras en la vida. Poseer una sólida estructura moral definida, entre otros, por la solidaridad, la honradez, la lealtad y la tolerancia, enaltecen la conducta. Aconsejo interiorizarlos con coherencia, dignidad y convertirlos en una de las columnas que prescriba sus actos e inspire su porvenir.

Aprendamos a sostener un trato recíproco sin distinción de estatus, estados anímicos, jerarquías, edades o procedencias. De allí que, reitero, ello implica un mínimo de amplitud crítica y reflexiva para eludir reclamar lo que soslayamos dar al semejante. Seamos equitativos, justos y mutuos. Atesoremos como preponderante objetivo “humanizar” el espacio en el que interactuamos…¿Qué opina?

Probablemente este propósito exige renunciar a esa postura egoísta, apática, frívola e insensible. ¿Qué le parece si comenzamos a corresponder al prójimo como desearíamos ser tratados? ¿No sería un gesto de nobleza y justicia? En cada uno de nosotros está el hermoso, imperioso e impostergable desafío de erigir una mejor sociedad. Todos estamos obligados a demostrar genuina entrega, dimensión humana y probados principios. ¡Piénselo!

 

(*) Docente, comunicador y consultor en protocolo, ceremonial, etiqueta social y relaciones públicas. http://wperezruiz.blogspot.com/