El negocio de contaminarAtarcecer Amazonas
Por Carlos Miguélez (*)

“Compra un coche, cómete un queso o contrata un seguro para salvar el planeta”. Éste podría ser el slogan publicitario de empresas que hoy se comprometen a compensar con dinero sus emisiones de CO2 a cambio de que se compren sus productos. Un diario español revela que la compensación económica por emisiones mueve más de 1.000 millones de euros al año en España.

 

En una publicidad, la empresa española Forlasa sostiene que compensa las emisiones de CO2 que genera la producción de su queso manchego. Liberty Seguros se compromete a compensar las emisiones de CO2 de un coche, no dice qué tipo ni durante qué periodo de tiempo, si el cliente opta por una póliza que cuesta 20 euros más. Volkswagen España se compromete a plantar 17 árboles con la compra de uno de sus modelos recientes, los suficientes para absorber en un año el volumen de CO2 equivalente a los primeros 50.000 kilómetros recorridos.

Cuesta imaginar a los empleados de Volkswagen plantando los centenares de árboles necesarios para cubrir una demanda que se alimenta de la facilidad que existe para comprar coches a plazos. Pero aún si lo hicieran y si la iniciativa reparara de forma parcial un daño inmediato al planeta, la proliferación de este tipo de mensajes podría inducir a una confusión similar a la que lleva a millones de personas a comprar Coca Cola Light con la creencia de que perderán peso.

Aunque los árboles absorban parte del CO2 producido por los coches en marcha, las emisiones en sí no se ven reducidas. Además, la manufactura de cada automóvil también consume energía que, en parte, proviene de la combustión de hidrocarburos.

El denominado “año del cambio climático”, que llega a su fin, ha dejado claras las pautas a seguir por la humanidad para salvar el planeta. Es preciso alcanzar los compromisos necesarios para dejar de contaminar en lugar de seguir el modelo de “el que contamina paga” que exime a los países que pretenden desarrollarse con el mismo modelo de industrialización que siguieron los países de la OCDE.

Tampoco las empresas con grandes capitales se ven afectadas con este modelo, pues están dispuestas a pagar para no perder sus ganancias. Al final, una buena campaña de marketing permitirá sembrar en las personas la idea de que la empresa es “ecológica” y fomentará el consumo al hacer creer al consumidor que su compra contribuye a salvar el planeta. De esta forma, la empresa no sólo recupera el dinero gastado en las compensaciones, sino que aumenta sus ganancias.

Si la Unión Europea mantiene una línea estricta para denunciar la publicidad engañosa de “productos milagrosos” para la salud, ¿por qué no cuestionar las campañas de las compensaciones por las emisiones de CO2 que benefician a algunas compañías?

Ecológico sería plantear un modelo de consumo alternativo que cambiara el concepto de “ecología”, que pone a la naturaleza como objeto de observación empírica, por el de “ecosofía”, que lo pone como sujeto del que formamos parte, del que dependemos, al que afectamos y nos afecta.

Que las empresas busquen ganancias económicas no supone ninguna novedad, pero que partan de premisas falsas en sus planteamientos publicitarios llama a la respuesta de las organizaciones dedicadas a la sensibilización sobre las cuestiones que atañen al planeta.

La supervivencia del planeta al que pertenecemos pasa por iniciativas de investigación como algunas de las desarrolladas en Silicon Valley, aunque estén financiadas por grandes grupos empresariales con fines lucrativos. Al menos, permiten la sensibilización y la formación de jóvenes universitarios que tienen en sus manos no ya el futuro de nuestro planeta, sino el presente al innovar tecnologías que aprovecharán las fuentes de energía renovables.

Los derechos de emisión no pueden ir en función de ningún poder adquisitivo, sino de compromisos adquiridos en el seno de la comunidad internacional y vigilados por la jurisdicción nacional e internacional. Aprovechemos el impulso que ha dado este “año del cambio climático” para recordar que no bastan los parches ni los mensajes epidérmicos, sino medidas a largo plazo que busquen una gestión sostenible, equilibrada y global de la energía.

(*) Periodista
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