Violencia también es traicionar

Por César Hildebrandt

Convertir la defensa del medio ambiente en fundamentalismo crispado es un flaco favor que se le hace a la causa de la naturaleza.

Que organizaciones con un programa político radical pretendan monopolizar el descontento clausurando toda posibilidad de dialogo es algo funesto.

La minería es peligrosa, Conga es amenazante y la empresa Xstrata ha empeorado las cosas con su soberbia. Todo eso es cierto, pero cerrarse a todo entendimiento y repetir consignas es una demostración de debilidad. Es desconfiar de los propios argumentos.

Nos preocupa este clima que está empujando al gobierno a una respuesta brutal, como las que solicitan, hace tiempo, la derecha y sus medios de comunicación. Se diría que este régimen lo que necesitaba, precisamente, para terminar de sincerarse, era ese empujón provocador.

¿Cuantas muertes deben suceder para que algunos dirigentes de profesional intransigencia levanten, a partir de esa ruma funeraria, sus propios monumentos?

Mineralizar la economía es un error. Pero mineralizar a los adversarios y negarles el derecho de hablar —como hizo el comunismo realmente existente con sus desafectos— es un gesto oscurantista. Mostrar razones, persuadir a los pobladores, convertir una causa justa en una esperanza popular: eso es lo que hace una izquierda que quiere avanzar.

Dicho esto, vayamos a lo más importante. ¿Qué ha causado todo esto?

La respuesta es sencilla: la traición de Ollanta Humala.

Cuando era oposición y el poder era su obsesión, Humala fabricó una utopía verosímil en la que el Perú preterido iba a ser protagonista. Hoy, en el poder, es un García que no sabe hablar, uno más de la lista de cromos republicanos pegados en el álbum de la decepción nacional.

La gente de Espinar está furiosa. Votó por Humala no para que, a la hora del dialogo, mandara a viceministros sin autoridad.

Una epidemia de ira se extiende por el país.

Valdés y su gente están convencidos de que el palo, la bala, la calumnia, la detención y el fascismo de comisaría son buenas armas. Se equivocan: son las peores.

La consumada traición de Humala no podrá taparse disparándole a la gente. A no ser que “los principios de Madre Mía” hayan vuelto a la mente del mandatario.

Humala se comprometió, en la segunda vuelta, a hacer concesiones que lo situaran en un templado centro-izquierda del espectro político. Pero Humala no ha hecho concesiones sino que ha renunciado a todos los principios que lo distinguían de la plebe repetidora de los políticos conservadores. No es un rehén de la derecha: es su huésped, su Fernando VII, su flamante adquisición, su mascota.

Ese presidente pálido y elusivo es lo que ha quedado de él después de su gran transformación. Humala, si se mirara al espejo, se llevaría una gran sorpresa: no vería a nadie. Es un desaparecido más.

Aquí, en Lima, donde la derecha manda y pudre, la traición presidencial se ve con sorna y buenos ojos. Al fin de cuentas, la felonía es una constante en la historia republicana del Perú: desde el canalla de Torre Tagle hasta el reciente García.

—A patadas lo hicimos entender —podría decir cualquier vocero de La Caverna refiriéndose a Humala.

Sí, pues. Pero lo que en Lima se festeja, en las provincias, donde la televisión basura y la prensa chantajista no ejercen la misma dictadura, se repudia y se odia.

El problema no son las inversiones. El problema es el respeto al mundo rural. La insaciable Lima decide, desde su histórica frialdad, qué paisaje debe morir de cianuro y relave. ¿Y los indios? No: ellos son los extras de los estudios Churubusco, la claque obligatoria. Y cuando no aceptan ese papel, pues allí está la respuesta del plomo y el tiro fijo.

Hace cinco años, por lo menos, que Xstrata tiene un diálogo de sordos con las comunidades afectadas por sus actividades. Y cuando en 2010 la empresa suiza, cuyas operaciones iban a terminar en 2012, decidió ampliar su permanencia en el Perú hasta el año 2034 apelando a las vetas de Antapaccay, los comuneros esperaron, con toda razón, que ante tanto futuro empresarial, algo debería tocarles a ellos. Entonces propusieron conversar para cambiar algunos términos del convenio marco heredado de la empresa precedente, BHP Billiton.

Ese convenio fue firmado por Billiton en 2003 y debía ser revisado cinco años después. Xstrata, sencillamente, lo extendió en 2008. Por él, la empresa se obliga a donar el 3% de sus utilidades, antes de pagar impuestos, para obras de desarrollo social. Ustedes dirán “¡Cuánto dinero!” Eso mismo dije yo. Mi opinión cambió cuando ese monto fue en 2004, de 6 383 219 soles y que en 2011 llegó a 27 978 718, es decir, algo más de diez millones de dólares. Nada espectacular para una empresa que, según sus propios balances, obtuvo en el Perú, el año pasado, ingresos globales entre Antamina y Tintaya, por un valor de 1843 millones de dólares americanos y utilidades netas, después de impuestos, depreciaciones y movidas contables, por 998 millones de la misma moneda.

Y, sin embargo, la empresa se negó a hablar con quienes le pedían una revisión no sólo de los montos sino de la manera de distribuirlos. Porque Xstrata se ha dedicado a acentuar las diferencias, a engreír a las comunidades con dirigentes anuentes y a castigar a las díscolas desde su fundación pretendidamente inclusiva.

Fue en ese clima que las posiciones radicales empezaron a cobrar fuerza. Y ha sido en ese panorama de mutuos silenciamientos que han venido la exaltación, la brutalidad, la represión, los muertos y esta Constitución suspendida como en los peores tiempos del fujimorismo.

Por eso, con RPP a la cabeza, la prensa conservadora rescata ahora, sin ningún recato, a los fujimoristas para que nos den consejos sobre cómo manejar la crisis, a Lourdes Alcorta para que nos diga qué hacer con el Alcalde de Espinar y a cualquier pobre diablo salido del establo para que nos recuerde que el orden es progreso y que el progreso es inversión.

¿Y el olvido voluntario de todo lo prometido cómo se llama?

—Ductilidad, adaptación, pragmatismo —dicen los de siempre.

—Claudicación —dice, modestamente, este periodista.

Y que Xstrata y su prensa a sol el bit no nos vengan a decir que sólo se dedican a la minería. No: también tienen experiencia en despidos maliciosos y cierres injustificados, como el que perpetraron el año 2009 en Australia con una enorme mina de vanadio. Y mucho entrenamiento en negocios discutibles, como el que la prensa británica ha denunciado en relación a la turbia sociedad de Xstrata con Glencore, el gigante especializado en intermediar la venta de materias primas.

Con esa misma lógica un tanto rapaz, Xstrata no acepta que ha contaminado seriamente los ríos Salado y Cañipía y que la Dirección Regional de Salud del Cusco encontró, en noviembre de 2011, que 26 campesinos examinados tenían en la sangre niveles anormales de mercurio, arsénico, cadmio y plomo. Tampoco acepta que echar sus residuos sólidos a los ríos Hiunumayo y Tintaya es una barbaridad.

Xstrata, en realidad, no tiene de qué preocuparse. Está supervisada por el Ministerio de Energía y Minas.

Hildebrandt en sus trece, Lima 01-06-2012

 

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