La normalidad del Congreso

Fachada del Congreso
por Herbert Mujica Rojas

¿Recupera el Establo, el ínfimo y deleznable prestigio que posee y ostenta con cinismo desde hace largas décadas, con el desafuero de la indecente Tula Benites? ¿es la única con rabo de dinosaurio en ese ámbito? ¿hubiera reaccionado esa institución si no hubiese sido monumentalmente brutal su torpe blindaje y enorme la indignación pública? ¡Bah! González Prada concibió, entre otras muchas sentencias, una que proclama saber si el Congreso no está considerando su cerrazón definitiva. ¿Sirve para algo el edificio de Plaza Bolívar?


Es posible que exista uno que otro —no llegan a la decena— de personas respetables que crean en el lance oratorio, en el parlamento como productor de leyes que, por desgracia, no sirven para nada. Este es un país curioso, todos saben que esas disposiciones que llevan el augusto nombre de ley, se hacen para justificar el sueldo y llenar formas y garabatear papeles, sin embargo de ello, a cada ley nace un sucedáneo inverso que la viola, la pisotea, la escupe y ¡precisamente! de eso viven los abogángsteres: haciendo más problemas y sacándole la vuelta a las mismas.

Aquí nadie siente las leyes como parte integrante de su menú cotidiano. Es más, el peruano, por la enanez mental de sus dirigentes, está acostumbrado a no respetar ninguna clase de ley. No las lleva como parte de su orden espiritual, social, cívico. No le basta la ignorancia de las mismas, es irrelevante conocerlas para estrujar sus contenidos y obviar su letra muerta. Nuestras leyes son mamarrachos cuya factura corresponde a los episódicos grupos de poder que, además, han demostrado, una mediocridad sempiterna y torva. ¿Hace cuántos años no aparece un buen legislador? Y con más urticante pasión, preguntemos: ¿y si existiera, no hubiera sido ya ahogado por las recuas de mulas y asnos que hay en el Establo, el actual y el de todos los tiempos? No nos engañemos, él o la pobre, ya habría dádose cuenta que sus esfuerzos serían impotentes, insuficientes, inanes ante tanta estupidez colectiva de un país ¡sin leyes!

¿Cuántos parlamentarios dividen los sueldos —los suyos no, por supuesto— asignados a sus pelotones de secretarias y batallones de asesores, para colocar al primo, a la prima, al querido o la querida, al amante o la amante, la tía desvalida y sin pensión o a la empleada de casa? Todos se tapan. En el régimen pasado, denuncié a un individuo cuyo nombre fue siempre olvidable, y las pruebas, tal como fueron presentadas por otras agencias noticiosas —de allí salieron—, eran contundentes. Sin embargo a la hora de votar, el pobre somormujo quedó libre de cualquier sanción y resulté yo el equivocado. Debo confesar que el romanticismo y la idiotez fueron mías por ¡siquiera! haber creído que el arribo a un castigo era pensable. ¡Bah!

El Establo da muestras diarias de su envilecimiento progresivo. En lugar de leyes confeccionan procedimientos que prolongan su putrefacción porque carecen totalmente de norte, este, oeste o sur, de alguna especie. Estar en el Congreso no es más que una asistencia puntual a las tesorerías. Con travesura, años atrás, definí a la oposición como una dinámica sentada y cobradora. En el lamentable y hoy tristísimo caso, ese cuerpo colectivo, en su totalidad infame constituye una exacción institucional al organismo de la patria.

¿Tiene solución este asunto que vemos con tanta frecuencia? Creo que sí y voy a repetir lo que enfureció a algunos legiferantes de la entonces manada fujimorista, por aquellos tiempos mucho más feroz, palurda y matona que en los tiempos actuales: ¡una gran pira, el gran incendio nacional, pero con todos adentro!

Repitamos por pertinente e incontestable con Manuel González Prada:

"¿Qué es un Congreso peruano? La cloaca máxima de Tarquino, el gran colector donde vienen a reunirse los albañales de toda la República. Hombre entrado ahí, hombre perdido. Antes de mucho, adquiere los estigmas profesionales: de hombre social degenera en gorila politicante. Raros, rarísimos, permanecen sanos e incólumes; seres anacrónicos o inadaptables al medio, actúan en el vacío, y lejos de infundir estima y consideración, sirven de mofa a los histriones de la mayoría palaciega. Las gentes acabarán por reconocer que la techumbre de un parlamento viene demasiado baja para la estatura de un hombre honrado. Hasta el caballo de Calígula rabiaría de ser enrolado en semejante corporación."

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