Cajamarca y la crisis por el agua

Por Andrés Caballero H.

Un amigo me escribe y me dice: “Es una vergüenza que sigamos tolerando la entrega, el desperdicio y contaminación del recurso más precioso e importante para la existencia de la especie humana, el agua, a cambio de unos cuantos billetes verdes que no sirven para atender otras necesidades vitales”.

 

Se sabe, que las guerras del futuro en todo el mundo serán por el agua dulce; sin embargo, cabe preguntarnos: ¿Qué estamos haciendo quienes vivimos en las ciudades para preservarla? Pues nada, absolutamente nada. Todo lo contrario, somos cómplices —con nuestra indiferencia, silencio e irresponsabilidad— de este gravísimo “suicidio colectivo” al que nos está arrimando la retorcida economía depredadora y consumista en la que nos desenvolvemos día a día.

Por este motivo, nuestras futuras generaciones nos condenarán por no haber protegido y defendido a nuestra MAMAYAKU (madre agua).

La guerra ya empezó

En la siempre bella y dormida Cajamarca, los conflictos por el agua ya empezaron gracias a las saqueadoras mineras transnacionales que sin compasión destruyen montañas, bosques, lagunas, manantiales, bofedales, ríos y canales de regadío; sacando de las entrañas de los colchones acuíferos el preciado metal precioso.

Un campesino me decía “la bendición y la desgracia han llegado juntos; para sacar el oro tienen que desaparecer las aguas”.

Realmente es una gran verdad de la sabiduría andina. Desde que llegó a Cajamarca, hace cerca de 20 años, la transnacional Newmont Mining Corporation, dueña mayoritaria de Minera Yanacocha, empezó no sólo la disminución del agua, sino también la contaminación de la misma. Prueba de ello es que en los años 90 el agua de Cajamarca tenía cero metales pesados, ahora el agua potable sale con un color blanquecino por el excesivo uso de insumos para bajar la acidez y levantar el ph, que ha llegado hasta 4.5 cuando el normal es 7.5 para el consumo humano, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Las empresas mineras no sólo se llevan a precio insignificante nuestros minerales, sino que también, se llevan y ensucian lo que a la larga resulta lo más importante para nuestra calidad de vida: el agua. La actividad minera necesita ingentes cantidades de este líquido vital para el tratamiento de los metales. Y para nuestra mayor desgracia, sucede que utiliza el agua más pura y limpia que puede haber en nuestro país de las pocas y valiosas fuentes de agua que aún nos quedan.