Por Herbert Mujica Rojas

¡Qué duda cabe: el roedor no sólo es peludo sino feo y con dientes amenazadores! Las ratas suelen ser elementos con que el público común y corriente designa a sus hombres y mujeres en la cosa pública. ¿Cuántas veces no ha escuchado usted la letanía?: ¡es una rataza! Y nadie se libra, diputado, senador, gobernador, alcalde, presidente. Cuando la cólera popular asoma no queda rata con cabeza.

Y no sólo están en Perú. También los hay en Europa, Madrid sobre todo y son los que huérfanos de respaldo y anémicos de cualquier clase de honradez u honestidad, braman por golpes de Estado y complots a cuyo eco numerosos asalariados concurren con sus plumas que son “formadoras” de opinión. En nuestro país llueve para arriba y no hay quien, hasta ahora, haya refutado semejante premisa.

¿Qué hacen las ratas? Roen cuanto está a su paso. Transmiten pestes, huelen mal, engordan grotescamente, muerden y atacan porque son feroces y peligrosas.

¿Y qué cuando tienen dos patas?: masacran los fiscos, roban los impuestos, estafan al pueblo al que prometen una cosa y desde el gobierno incurren en corruptelas múltiples, direccionan contratos con nombre y apellido y enrolan al amigote, compadre, querido o querida; laceran, pues con daño irreparable, cualquier proyecto nacional de desarrollo con justicia y libertad y alimentan la ignorancia masiva de los pueblos que no saben de qué se trata ni por qué hay que consentir a estos forajidos.

¿Son efímeras las ratas de dos patas? A veces duran largos años y los mecanismos de reelección les proveen esa chance perversa. Años de años discurseando y estafando la fe del pueblo; cualquier auditoría sincera arrojaría poca producción legislativa y mucha riqueza personal atesorada en bienes muebles e inmuebles, inversiones aquí o acullá, diplomas honoris causa como chapitas de gaseosas adornando paredes y más paredes. ¿Y cuánto para y por el pueblo?: poco, casi nada, una grosería.

Un cuento alemán de los Hermanos Grimm recuerda que en 1284 se produjo en el pueblo de Hamelín una plaga masiva de ratas. Un flautista ofreció una solución para con los animalitos y luego de un pacto por el servicio, usó su flauta y con música hizo que las ratas le siguieran en su trayecto hacia el río Weser ahogándose en sus aguas los roedores. En Latinoamérica se llamó a la narración El flautista de Hamelín (Der Rattenfänger von Hameln).

Pero los del pueblo de Hamelín de tanto andar entre y con las ratas, adoptaron su vil comportamiento depredador y no honraron el pago al flautista que regresó después y con su instrumento y música consiguió llevarse tras de sí a los niños ninguno de los cuales fue vuelto a ver en su lar natal.

¿Cuándo aparece un flautista en Perú que nos libre de las ratas de dos patas que han convertido a esta gran nación en un potrero gigantesco? ¿Por qué hay que soportar el festival cotidiano que sindica que las ratas han expoliado los dineros públicos y han robado al pueblo desde los más altos cargos?

Una combinación ingeniosa demandaría que algún músico enamorase con sus tonadas a las ratas de dos patas de la cosa pública y que las llevara a algún monte alto muy alto, algo así como nuestro Taigeto andino (recordando a Esparta) y despeñase a esos malos elementos desde miles de metros para garantizar la desaparición de estos destructores a lo largo y ancho del Perú.

¿Imposible? No lo creo. Las cárceles aguardan a sus protagonistas cuyos crímenes empiezan a ser robustamente demostrados.

La hora llegada es con las trompetas del Jericó cívico de derrumbar las murallas de la esclavitud y de la ignorancia. Los ciudadanos tenemos que construir un Perú justo, culto y libre y porque el porvenir nos debe una victoria que algún día habremos de alcanzar.

 

06.11.2018