Por Guillermo Olivera Díaz* 

Lo haría con el mismo certero disparo mortal, en la sien y con igual sarta de motivos tenebrosos que calan hondo y laceran: ¡deshonra, cobardía, vergüenza e indignidady mucho más de recónditos oscuros.

Guillermo Olivera con AG y PPK

Es que la ruborizante deshonra, la sustancial cobardía mía por muchos conocida, la vergüenza que me hace temblar los labios, peor aún en usual coyunda con la indignidad, que me hace tamborilear mi frente, siempre fueron para mí impelentes, aunque uno no las muestre, las disimule. Su poder criminogenético es enorme; la vida resulta insufrible, con mayor razón lejos de los míos, con unos cuantos regados en Europa.

Pasaría de la idea a la consumación siempre y cuando las investigaciones preliminares y preparatorias, con su adosada detención y allanamiento, esas coerciones de madrugada, me asediaran, por lo que siempre hice y cínicamente negué. Ni hablar verme enmarrocado y carne de presidio, como una vez le confesé al cabezón Gonzalez Posada, ya que siempre me juré a priori mi impunidad. Aún muerto me sentiría impune e inmune.

Ah, si algún juecesillo, como un tal Richard Concepción Carhuancho, se atreve a impedir mi salida del país me diezmaría, pues sin el extranjero no vivo, y sin los 100 mil dólares de cada conferencia, me siento pobretón y preso en mi casa, esa que ya transferí a mi Benjamín que ya sueña grandezas. Vivir con solo la doméstica, como PPK, no tener alguien para platicar ni engatusar como en mis mejores tiempos, me hace morderme la lengua y engullir mis palabras. Hasta engullo mis selectos alimentos con cada cucharada, sin mirarla. Aunque peor sin ella, completamente ajena a mis pindingas.

Mi dedo índice -el meñique no sirve- lo tendré apretando el gatillo si acaso algún otro embajador imbécil me deniega el asilo, tras abrirme la puerta de su residencia haciéndome creer lo contrario. Es que a tal rechazo mi henchido ego colosal lo desprecia, hasta quisiera matar por asociación ya que siempre ando armado sin ser visto. Al fiscalillo José Domingo Pérez Gómez lo habría baleado aquel 17-4-2019. Pero no vino el cobarde, las olió. Alguien le dijo que yo tenía armas a granel, seguramente los torpes de la DIVIAC. Ya Jorge se encargará de ellos y del propio ministro Morán que ascendí y no agradece a mi alma, ni me pagó el favor en vida. Me dan ganas de ultratumba de quitarle los galones.

Lo importante es que ningún policía, o un pelotón de ellos, me pondrá la mano encima. Mi suicidio les impide vejarme por siempre. A otros que los detengan por sus crímenes, y que mi colega Alberto Fujimori pague completa su condena. ¡Yo no nací para eso! Para fugar y esquivarme sí, aunque mis testaferros se queden con la mía.

Sin embargo, como no soy el difunto, sino Guillermo Olivera Díaz, ni me buscan fiscales y sus investigaciones, tampoco juez alguno me convoca a la audiencia para ordenar mi arresto, aunque no pueda disfrutar de dineros mal habidos, ni repartirlos a hurtadillas entre los que me supervivan, no me gatillaré en la sien derecha como lo hizo Alan García para sustraerse, una vez más, de la justicia penal. Ni mis bienes serán objeto de pesquisa o de pérdida de dominio, luego de incautados. No provienen del delito.

Finalmente, como AG también ordenaré ser cremado. Ninguna gaseosa alma trasciende al corpulento cuerpo cuando el corazón deja de palpitar. El bien y el mal tienen el mismo final, ora, como miscroscópicas cenizas, ora, como asfixiante polvo.

 

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13.05.2019