Se insiste, hasta la saciedad, que la segunda vuelta electoral en ciernes es, literalmente, la pesadilla que nunca debió pasar. Pero, parece que los miedos de la derecha han empezado a asemejarse a la fábula de Pedro y el lobo. Hagamos memoria y veremos que también fue así el 2006, el 2011 y el 2016, y tenemos nada menos que la autoridad de Mario Vargas Llosa para ratificarlo y firmarlo.

 

Pedro Castillo 9 Keiko Fujimori 105

 

El 2006, luego de una primera vuelta en la que ningún candidato alcanzó el 30% (que, para la calidad democrática, es un porcentaje cuyo impacto se asemeja mucho al menor 20% que obtuvo Castillo en abril), el escritor fue contundente en su oposición a Ollanta Humala quien, según su apreciación, era un “discípulo de Hugo Chávez y Fidel Castro”. Por ello, había que votar por Alan García, “el mal menor si se quiere que la democracia sobreviva”, aun cuando debíamos “taparnos la nariz”.

Transcurridos cinco años, en abril  2011, el lobo del 2006 fue el cordero que debía beneficiarse de nuestros votos, “sin alegría y con muchos temores”, para evitar la victoria de Keiko Fujimori, hija y heredera del autoritario, corrupto y malvado Alberto Fujimori.

El 2016, algo de continuidad hubo en sus apreciaciones electorales, cuando el Nobel sentenció que sería una catástrofe que se eligiera a Keiko Fujimori, porque “reivindicaría a una dictadura, de las más corruptas, violentas y sanguinarias” y cuyo triunfo electoral sería “una vergüenza para el Perú”.

Ese año, no tuvo las aprehensiones de anteriores ocasiones. Invitaba a votar por PPK porque “es una persona muy preparada, que tiene unas credenciales impecables, porque nunca, hasta hoy, ha sido acusado de nada deshonesto”. Sin embargo, al menos parte de sus seguidores no opinaba lo mismo y, como se revelaría poco tiempo después, la ropa tendida de PPK era suficiente como para optar por él con la “nariz tapada” y ver luego que pasaba. Sabemos que pasó mucho, sin que ello formara parte de los inventarios imaginarios de Vargas Llosa.

Como diría el recordado Carlos Iván Degregori, transcurridos más de 30 años, debimos explicar cómo el proyecto más renovador de la derecha peruana, el FREDEMO de 1990, terminó convertido en un nudo de miedos, sentidos excluyentes, con propensiones confesionales reaccionarias y señalando lobos inexistentes por todos lados.

La pérdida galopante del ápice de liberalismo que mostró en alguna oportunidad no parece afectar a la derecha peruana, que encarna tan nítidamente Vargas Llosa. Ha preferido atrincherarse en lecturas del país que –de manera cada vez más rápida– han dejado de ser eficaces no sólo para administrar el Estado sino, lo más importante, para dotar con significados empáticos a sus propias relaciones sociales: es una derecha política, social y cultural que se agota consumiendo su propio racismo y demás fobias.

Así, el problema fundamental que debe enfrentar su candidata en la segunda vuelta no es derrotar el “chavismo” o el “marxismo” de Pedro Castillo. Es disipar ese agrio mal sabor excluyente y groseramente violentista con que se dirigen a los que consideran no son como ellos. Es decir, convencer a los peruanos que mayoritariamente no respaldaron sus opciones en la primera vuelta que, repentinamente, como una epifanía, han empezado a entender a los que habitamos este país, con sus diferencias, sus opciones, sus expectativas y hasta sus frustraciones.

Sabemos que no va a suceder. Tal vez, su candidata gane –por fin– estas elecciones. Es posible que sean gobierno durante los próximos cinco años. Pero, indefectiblemente, pertenecen cada vez menos a este país.

Finalmente, la recuperación de la izquierda tiene mucha relación con esta tendencia declinante de la derecha peruana realmente existente. En primerísimo lugar, está la franca y profunda evaluación de lo ocurrido para identificar, entre otros muchos aspectos, todo aquello que por acción u omisión la asemejen a esos sentidos subjetivos de una derecha que sólo tolera como democracia lo que guarda correspondencia con sus puntos de vista. Eso, sin dudas, debe desecharse, a las buenas o a las malas.

desco Opina / 23 de abril de 2021