Salud-darse

Por Carlos Miguélez Monroy*


La capacidad económica ayuda a mantener un “estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de enfermedad”, como la Organización Mundial de la Salud (OMS) define la “salud”. Sin embargo, no la garantiza.


Muchos países ricos asisten al colapso de sus sistemas sanitarios, en aumento exponencial ante el progresivo envejecimiento de la sociedad, la aparición de nuevas enfermedades y la aplicación de la medicina reduccionista. Las personas abandonan su “salud” en manos de médicos especialistas, de fármacos cuyos efectos secundarios suelen desconocer y de las dietas y tratamientos “milagrosos” que proliferan con el marketing.

Esta concepción de la salud genera unos gastos sanitarios que ponen en peligro a la sanidad pública, en especial en los momentos de crisis como el que se vive ahora. Los planteamientos neoliberales se sirven del colapso de la sanidad para implementar privatizaciones masivas de los sistemas de salud. Este modelo dejaría más expuestos a ciudadanos obsesionados por lo que ahora se entiende por ‘salud’.

No se puede alcanzar un estado general de bienestar si se interponen los síntomas de una enfermedad. Pero aliviarlos no produce en sí ese estado. A veces, la desaparición de un síntoma a base de fármacos crea otros desequilibrios orgánicos que traen nuevas enfermedades, provocadas en muchas ocasiones por automedicación sin responsabilidad.
Conocer la existencia de los efectos secundarios de ciertos fármacos ayuda a consumir los fármacos de modo responsable. Un paciente informado será menos susceptible a la automedicación abusiva, potenciada por fuertes campañas de publicidad.

A veces los propios fármacos incluyen en letras pequeñas esos efectos, como el caso de un medicamento fabricado en México para aliviar cefáleas y migrañas que indica la posibilidad de producir daños irreparables en el hígado en caso de abuso.

En otras ocasiones, el abuso de los fármacos viene inducido por médicos, fenómeno conocido como iatrogenia, (del griego iatrós: médico, y geneá: origen). Organizaciones como Consumers International han denunciado la colusión entre empresas farmacéuticas y servicios sanitarios para incrementar el consumo de ciertos fármacos.

Se consideran iatrogénicas desde la movilidad limitada por una mala operación hasta la parálisis por una lesión nerviosa durante una cirugía, pasando por la intoxicación farmacológica. El médico español Francisco Alonso-Fernández habla incluso de iatrogenia psicológica, provocada por actitudes de algunos profesionales de la medicina.

Entre ellas están la falta de empatía, el chantaje emocional y la estimulación de la hipocondría. Las frases que niegan el malestar o la enfermedad merman la confianza del paciente, elemental para restablecer el equilibrio orgánico. También hay casos de abuso de tecnicismos incomprensibles para quien no tenga formación médica, de consejos “terapéuticos” y difíciles de seguir, incluso de profesionales que utilizan al paciente como un medio para labores proselitistas.

Por eso muchos pacientes se quedan con la cara en blanco cuando un doctor les pregunta “¿Qué tienes?” en lugar de “¿Cómo te encuentras?” En realidad una persona enferma acude al médico porque se siente mal y no sabe lo que tiene. No acude para que se la aplique en el órgano afectado una ‘técnica’, como si se tratara de un coche al que el mecánico va a cambiarle una refacción averiada.

Aún así, la función social del médico no exime a las personas de la responsabilidad de buscar su propio equilibrio en sus hábitos. Algunas de las “enfermedades del siglo XXI” como los problemas cervicales y las artrosis prematuras, las migrañas, los ataques de ansiedad, las depresiones y el estrés son producto de la reacción de la persona al entorno social que le rodea. Cuidar la propia salud es una forma de procurar un entorno saludable, mecanismo que funciona también a la inversa.

Mejorar la dieta, hacer ejercicio, cuidar el sueño, encauzar el estrés y no tener conductas abusivas desemboca en mejoras de la salud, sin tener que recurrir al vegetarianismo, al ascetismo o a la abstemia, sino en aprender a gozar de las cosas con equilibrio.

La sociedad y las personas habrán encontrado ese equilibrio cuando lo ‘natural’ sea el bienestar general como sucedía en la China milenaria, donde se le pagaba al médico mientras la familia gozara de buena salud.

* Periodista
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