Jorge Rimarachin protestaPor Claudia Blanco

Jorge Rimarachin está a punto de ser suspendido por 120 días de su puesto en el Congreso. Su desplante en la sesión del viernes 31 de enero último ha sido considerado inaceptable por la mayoría de las bancadas. Él afirma que, en realidad, su pecado consistió en recordarles a muchos que el Perú tuvo a Ugarte, Bolognesi y Grau entre sus hijos. Hablando a fondo con tamaño disidente uno se entera de que su episódica expulsión del recinto parlamentario podría convertirse en la cuota inicial de un capital político al que piensa sacarle el jugo.

Jorge Rimarachín no cree en los silencios prudentes. Dice que su apellido sig­nifica el que hace hablar y ha querido hacerle honor. Por segunda vez, se ha arriesgado a la crítica y a la sanción. Si hace dos años denunciaba que la captura de Artemio era una cortina de humo del gobierno, y era expulsado del Partido Nacionalista, ahora no se cortó a la hora de manifestar su desacuerdo con el discurso oficial para explicar el fallo de La Haya.

¿Por qué no convocan a sesión extraordinaria para expulsar a los corruptos, para sancionar a los la­vadores de activos? No, la quieren convocar para sancionar a un congresista que levanta una pancarta, que lo único que hace es traerles al recuerdo a los héroes de los que no se acuerdan y a los que se ha ofendido con ese fallo, dice.

Sus colegas del Congreso no han entendido sus intenciones y los vo­ceros de seis de las ocho bancadas han considerado, en la Junta de Por­tavoces, que lo que corresponde es una sanción ejemplar: 120 días de suspensión por romper con la unifor­midad del aplauso y desentonar con la melodía triunfalista de Palacio.

Sentado en el sillón de su des­pacho y escoltado por un trío de banderas peruanas, el congresista defiende su intervención tanto por el fondo como por la forma. Mi pancarta ha sido muy elegante, y mi actitud muy respetuosa del protocolo. No he interrumpido la alocución del presidente. No tengo ningún remordimiento de lo que he hecho. Yo calculo mis actos; y si co­meto un error, lo asumo; pero si no lo considero así, entonces me mantengo en mi línea. Y en este caso sólo he expresado mi opinión: este fallo es ilegal. No podemos aceptarlo y no tenemos nada de qué sentirnos satisfechos. Chile otra vez ha ganado, agrega convencido este sociólogo cajamarquino que devino político activo en las filas del nacionalismo.

Rimarachín empieza a describir la relación peruano-chilena y sus originarias desavenencias. Lo hace con más entusiasmo que precisión. Habla de Portales, de Pinochet, de la Guerra del Pacífico, de las ambi­ciones geopolíticas del vecino del sur mientras, en su escritorio, una hoja bond con frases subrayadas con re­saltador amarillo, que no deja de mi­rar, va guiando su discurso. Yo creo que el Perú vive un franco proceso de chilenización porque ellos tienen un proyecto na­cional. Vienen implementando la doctrina de Diego Portales que afir­maba que en el Pacífico sur sólo debe haber una potencia, teoriza. Luego, sin mucho trámite, pasa del diag­nóstico a la acción: A raíz de este acto mío se va a configurar la cons­trucción de un frente patriótico que diseñe una estrategia para frenar la chilenización del país. Yo convoco a las instituciones de todo tipo para construir este trente patriótico, dice.

Rimarachín tiene 48 años, un montón de buenos recuerdos de su militancia de izquierda en la juven­tud y una hoja de vida que registra su puesto como gerente regional en el gobierno de Ayacucho. Su expul­sión del Partido Nacionalista, en marzo de 2012, no ha hecho mella en sus aspiraciones políticas. Yo no soy un improvisado. Yo sé las banderas que defiendo. Si participé en la causa de Conga es porque hice un doctorado en Medio Ambiente y desarrollo sostenible. Ahora estoy estudiando un doctorado en econo­mía para que los economistas no me engañen con las cifras, apun­ta. Hay banderas que no enarbola. Una de ellas es la de reprimir con especial severidad los crímenes de odio. El congresista votó en contra del proyecto que incorporaba a los homosexuales en esa norma.

Rimarachín dice que es un hom­bre de palabra y la imagen de su padre es lo primero que se le viene a la cabeza: Era un hombre entero. Hasta los préstamos los conseguía sólo con el compromiso verbal de pagarlos, dice. Y apostilla: Así es como fui educado.

El congresista, que ahora forma parte de la bancada independiente AP-Frente Amplio, tiene exigencias urgentes que plantear al presidente Humala: que cree una línea de ban­dera a la brevedad para que Chile deje de dominar el cielo peruano; que busque un equilibrio militar y económico con Chile y, por último, que proceda a izar la bandera nacional en el triángulo terrestre del que no se quiso hablar en La Haya y así nos pruebe que es realmente nuestro.

Ya no oculta ni matiza sus expresiones cuando se trata de hablar de su exlíder. De la esperanza ha pasado casi al desprecio: Ya no tengo fe en Humala, ha completado su esquema de traición a la patria y a sus promesas electorales. Ya está completo como traidor, como prochileno y como antiperuano. Rimarachín aspira a reivindicar el proyecto de la Gran Transformación: Yo estoy seguro de que esta exigencia me va a asegurar el apoyo de ese 30% de peruanos que no acepta el fallo de La Haya. La unidad de los verdaderos patriotas para rescatar al Perú de dos fuerzas que lo quieren perjudicar: la corrupción y los intereses prochile­nos. He recibido mucho apoyo, he escuchado a muchas organizaciones y dirigentes de pueblos de la zona. Si me llaman para dar mítines desde Tacna, así lo haré.

Aunque todas las señales apun­tan a su inminente sanción, el congresista quiere creer que la ven­ganza política no se concretará. De cualquier modo él ya ha calculado los réditos políticos del episodio que protagonizó con su pancarta: Si esto se consuma, abonará en este esfuerzo patriótico. Será más fácil que un candidato con verdaderas convicciones de transformación gane, porque ahora se sabe quiénes están a favor y quiénes en contra del Perú. Ahora se ve claramente, dice.

Luego insiste en Humala y la traición: Ollanta debe tener un remordimiento fuerte. Mira cómo anda, encogido, tenso, dudoso. Parece que ni siquiera está contento con lo que hace. Yo sólo he tenido dos líderes a quienes he seguido en el Perú: Alfonso Barrantes, a quien sigo manteniendo en un altar, y a Ollanta Humala, que se me ha derrumbado. Se vendió a la derecha y ya perdió para siempre el apoyo popular. El día que ellos lo suelten ¿qué va a hacer? Hay que ir buscando y pensando en otro líder patriótico. Parece que el que habla espera su momento.

Hildebrandt en sus trece, Lima 07-02-2014

 

 

 

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