Compradores, tengan cuidado

Por Humberto Campodónico

El propietario de una casa en Estados Unidos se puede desentender lícitamente de su préstamo si su deuda hipotecaria es superior al valor de su casa. En ese caso, el prestamista no tiene más remedio que aceptar la casa como satisfacción de su deuda. No sucede lo mismo en Canadá, donde quienes tienen una hipoteca son directos y estrictos responsables de sus préstamos hipotecarios, y los bancos pueden entablar demandas judiciales contra otros activos y bienes de los prestatarios (Marie Josée Kravis, La regulación no salvó a los bancos canadienses, Wall Street Journal, 7/5/09).


Lo que dice Kravis, del Hudson Institute, refleja solo una pequeña parte del debate sobre la necesidad de una mayor regulación financiera en EE. UU., aquella relacionada con las obligaciones del prestatario. Pero el centro del asunto tiene que ver con la regulación a los agentes del sistema, es decir, los bancos “normales” y la banca de inversión. Para los defensores de los bancos, el problema es que hubo –aunque usted no lo crea– un exceso regulador e intervencionista del gobierno.

Así, Kravis dice que el problema de las hipotecas basura se origina en la Ley de Reinversión Comunitaria, (LRC, Community Reinvestment Act) que obliga a los bancos a dar préstamos a la población con menores ingresos. También dice que los bancos hipotecarios ligados al gobierno, como Fannie Mae y Freddie Mac, promovieron la venta de viviendas baratas otorgando garantías a deudores con escasa capacidad de pago.

Joseph Stiglitz, partidario de una mayor regulación, afirma: “En verdad los incumplimientos de pagos de los préstamos basados en la LRC fueron efectivamente mucho menores que en otros préstamos. Muchos han culpado a Fannie Mae y Freddie Mac, los dos inmensos prestamistas hipotecarios que originalmente eran de propiedad gubernamental. Pero en los hechos, llegaron tarde al juego de las hipotecas de alto riesgo y su problema fue similar a los del sector privado: sus jefes tuvieron el mismo incentivo perverso para pensar que hacer banca es como apostar en un casino” (Vanity Fair, enero del 2009).

El problema que tienen los no-reguladores es que la población de EE. UU. entiende bien que los banqueros se saltaron a la garrocha, no solo la poca regulación sino, también, las supuestas reglas de ética existentes.  Lo mismo piensa el Presidente de los Estados Unidos:

“Los bancos de inversión compraron estas cuestionables hipotecas y las empaquetaron como bonos, argumentando que al juntar todas las hipotecas se reducirían los riesgos. Las agencias calificadoras de riesgo le pusieron el sello AAA a estos papeles cuando debieron haber dicho ‘compradores, tengan cuidado’. Y a medida que crecía la burbuja, desde Washington casi no hubo regulación ni chequeo alguno sobre lo que estaba sucediendo” (Barack Obama, Fortune, 4/05/2009).

No cabe duda de que lo que se viene es una mayor regulación del sistema financiero, aunque se quejen los banqueros fracasados, que aún tienen mucho poder y que hacen todo lo posible por  mantenerlo (como lo revela el resultado de los recientes “tests de estrés” al sistema bancario). Pero esto no quiere decir que una mayor regulación hubiera podido impedir la actual crisis sistémica del capitalismo.

Para muchos autores, la actual crisis tiene su origen en la caída de la tasa de ganancia de las empresas en EE. UU. desde principios de la década del 80, lo que quiso ser “barrido bajo la alfombra” con enormes déficits públicos primero, y privados después, bajando las tasas de interés a casi cero (0) para incentivar el consumo y aumentar la rentabilidad de las empresas a costa de una enorme deuda (burbuja) que tenía que reventar algún día de todas maneras. Ciertamente, una mayor regulación financiera hubiera podido minimizar los daños que causa esta crisis. Pero no impedirla.

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