Joan Royo Gual

Mientras los principales líderes del mundo estarán reunidos en Glasgow para debatir el futuro del planeta y cómo poner freno a las emisiones de carbono, el presidente brasileño Jair Bolsonaro estará haciendo turismo en el norte de Italia. El mandatario declinó ir a la cumbre sobre el clima de la ONU. En su lugar visitará la pequeña localidad italiana de Anguillara Vêneta, de donde proceden sus antepasados.

 

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El vicepresidente del Gobierno, Antônio Hamilton Mourão, explicaba este viernes de esta forma la ausencia del representante de Brasil: no va a ir a un sitio "en el que todo el mundo le va a tirar piedras". El Gobierno sabe que se ganó a pulso la fama de "villano ambiental" y enviará a la ciudad escocesa una delegación numerosa pero de bajo perfil.

La máxima autoridad será el ministro de Medio Ambiente, Joaquim Leite. Decenas de parlamentarios, gobernadores y políticos acudirán a hacerse fotos. Mourão, quien preside el Consejo Nacional de la Amazonía y es la cabeza visible de la estrategia contra la deforestación, tampoco no estará.

La 26 Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas para el Cambio Climático (COP-26) se desarrollará entre el 31 de octubre y el 12 de noviembre en la ciudad escocesa de Glasgow.

UN PARIA AMBIENTAL

"Brasil se volvió un paria ambiental en los últimos años. Los datos de deforestación vienen creciendo desde 2015, pero con la llegada del actual Gobierno aceleraron mucho. Brasil llega a la COP-26 con muy poca credibilidad", explica a la Agencia Sputnik el climatólogo Carlos Nobre.

Nobre es uno de los científicos más respetados de Brasil, y en 2007 ganó el Premio Nobel de la Paz junto al resto de colegas del Panel Intergubernamental del Cambio Climático de la ONU por sus alertas sobre la necesidad de actuar urgentemente para frenar el recalentamiento planetario.

A Glasgow, Brasil llega con dos promesas grandilocuentes ya expresadas por Bolsonaro en la cumbre del clima que Joe Biden organizó en abril y en la reciente Asamblea General de la ONU: acabar con la deforestación ilegal en 2030 y alcanzar la neutralidad de emisiones en 2060. En la COP-26 se podría adelantar algún año ese último objetivo, expresó esta semana el vicepresidente.

No obstante, los especialistas avisan de que se trata de promesas vacías, ya que Brasil no hizo los deberes: los índices de deforestación aumentaron radicalmente en los últimos años y las emisiones del país son precisamente las vinculadas a los usos del suelo, al contrario de otros países que tienen más problemas con la polución de la industria, la generación de energía o los vehículos por ejemplo.

Un informe del Observatorio del Clima divulgado esta semana apunta que en 2020 (en plena pandemia) las emisiones de efecto invernadero de Brasil crecieron un 9,5 por ciento, mientras en el resto del mundo bajaban casi un siete por ciento por el "lockdown" de la economía. Se lanzaron a la atmósfera 2.160 millones de toneladas de gas carbono, frente a los 1.970 millones de 2019.

LA AMAZONÍA AL LÍMITE

Los índices de deforestación (principales causantes de esas emisiones) no dieron tregua: en 2020 se perdieron 10.851 kilómetros cuadrados de Amazonía, según los datos oficiales del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe) de Brasil. Es una superficie equivalente a siete veces la ciudad de São Paulo.

Con estas credenciales, Brasil está poco autorizado a pedir nada en la cumbre, pero la principal bandera del Gobierno es la exigencia de 10.000 millones de dólares para mantener la selva en pie. Las autoridades brasileñas consideran que el país debe ser "compensado" por el favor que presta al mundo al albergar buena parte de la mayor selva tropical del planeta.

Para Nobre, esa lógica no tiene razón de ser: "Es una postura que no lleva a ningún avance positivo. Primero Brasil tiene que presentar resultados", dice, y recuerda que desde 2019 el Fondo Amazonía, que se nutre con fondos de donaciones extranjeras, está bloqueado.

El Gobierno quería usarlo para premiar a los propietarios que no deforesten ilegalmente (o sea, que cumplan la ley). El cambio en las reglas no fue aceptado por Noruega y Alemania, los principales contribuyentes. Hay dinero, pero la comunidad internacional está vigilante y teme dónde pueda acabar.

En Glasgow, la gran batalla se librará en torno al artículo 6 del Acuerdo de París contra el cambio climático, que regula el mercado de carbono. Definir las reglas que ponen precio al mercado de emisiones es clave para los próximos años. En la COP de 2019 Brasil tuvo una postura muy beligerante y prácticamente bloqueó el acuerdo. "Hay dudas de si Brasil hará lo mismo o si tendrá una actitud más proactiva", apunta Nobre.

Mientras tanto, el tiempo pasa y la Amazonía pide socorro. Un estudio de la investigadora brasileña Luciana Gatti publicado en julio en la revista Nature constató que entre 2010 y 2018, debido a la deforestación y los incendios, la parte sudeste de la Amazonía se volvió una gran fuente de emisión de CO2. Durante los últimos 50 años, la cubierta vegetal sólo absorbió el 25 por ciento de las emisiones, mientras que los gases aumentaron un 50 por ciento.

Nobre también participó en un estudio que verificó que amplias regiones de la selva ya se están transformando en sabana, un paisaje de arbustos y árboles de pequeño porte. "Estamos muy cerca del punto de no retorno", lamenta.


Con información de Sputnik