África y el "ogro" chino
Por Humberto Campodónico


Cuando se leen las revistas y periódicos de EEUU y Europa acerca de las crecientes relaciones económicas y comerciales entre China y África, sorprende la cantidad de adjetivos: África está siendo devorada por China; ya llegó el tsunami asiático; el apetito voraz de China por los recursos naturales; ya llegó el nuevo ogro imperial.

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La atención sobre estas relaciones ha desbordado la "noticia" y son muchos los libros publicados. Entre ellos, "China en África: ¿Socio, competidor o hegemonista?", del inglés Chris Alden. Pero quizá lo más interesante es el punto vista africano, tal como lo exponen Firoze Manji y Dorothy Grace-Guerrero en "El nuevo rol de China en África y en el Sur: buscando nuevas perspectivas" (Editorial Fajamu, 2008).

Dicen los autores que si China puede entrar a África es porque el FMI y el Banco Mundial le abrieron las puertas con la aplicación de las políticas de ajuste estructural y del Consenso de Washington en los años 90. Entonces, ¿de qué se quejan? ¿Acaso lo que quieren es que la apertura funcione de un solo lado, es decir, del lado de los antiguos colonizadores que, durante siglos, los vendieron como esclavos?

La pobreza de África SubSahara se refleja en que más del 90% de los países tiene un ingreso per cápita anual menor a US$ 900/año (US$ 75/mes), lo que los pone en la clasificación más baja del Banco Mundial, la de Ingresos Bajos. De esto se deriva que buena parte de los bajísimos presupuestos nacionales tenga un enorme componente de ayuda externa (25 a 30%, pero en algunos países puede llegar al 50 a 70%), tanto de países donantes, como del FMI y el Banco Mundial.

Y aquí es donde viene uno de los problemas claves. Afirman que esta ayuda viene con su "condicionalidad" bajo el brazo: los donantes deciden en qué y cómo se gasta, lo que implica una fuerte injerencia en la toma de decisiones políticas y económicas. Para matizar, es cierto también que hay un cambio en la actitud de los donantes, lo que se materializó en la Conferencia de Alto Nivel de los países de la OCDE en París en el 2005. Pero el cambio está por verse.

Y aquí viene la diferencia. China no tiene una historia de colonización, esclavismo ni asesinato de líderes africanos. En el plano económico, en el Foro realizado en el 2006 en Beijing sobre Cooperación entre China y Africa, se acordó, entre otros, que China duplicaría su ayuda a África en 2 años, la creación de un Fondo de US$ 5,000 millones para inversiones, el otorgamiento de préstamos preferenciales (US$ 3,000 millones) y la cancelación de deudas para los países más pobres por US$ 1,400 millones.

Esta cooperación, que no exige condicionalidad alguna, se complementa, entre otras medidas, con el compromiso de construcción de 30 hospitales, 100 colegios rurales, el entrenamiento de 15,000 profesionales africanos y la apertura de zonas económicas especiales en 5 países.

Agregan Manji y Grace que la escala de la intervención económica china es aún bastante pequeña, como lo demuestra el hecho de que la inversión combinada en África del Reino Unido, EEUU, Francia y Alemania es de US$ 66,000 millones al 2005, mientras que la de China solo llega a US$ 1,600 millones. Pero eso va a cambiar porque China planea invertir masivamente en petróleo, hierro, algodón y el sector maderero.

Para terminar, Manji y Grace dicen que la inversión china acarrea problemas con el medio ambiente, apoyo a regímenes represivos en algunos casos y poco respeto por los derechos humanos. Pero, afirman, los occidentales no deben ser hipócritas. ¿Acaso no es lo mismo que ellos han hecho durante décadas y continúan haciéndolo, como hoy la Shell en Nigeria? Sea lo que fuere, lo que queda claro es que está cambiando la geografía económica mundial.

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