Más pobres que nunca. “El Club de la Miseria”

Paul Colier
Paul Collier

Por José Carlos García Fajardo (*)

El Tercer Mundo se ha reducido. Durante los últimos cuarenta años, el desafío del desarrollo consistió en el enfrentamiento entre un mundo rico, de unos mil millones de personas y otro pobre, de cinco mil millones. La mayoría de esas personas, un 80%, vive en países que están en vías de desarrollo. Paul Collier, profesor de economía en Oxford, explica en El club de la miseria (editorial Turner) por qué, pese a que el progreso llega también al Tercer Mundo, hay aún mil millones de personas que viven en condiciones de extrema pobreza.


El mundo de bienestar material del siglo XXI será cada vez más vulnerable ante estas grandes bolsas de pobreza e incertidumbre social. Sin embargo, éste es un problema que los que se dedican al desarrollo, se niegan a reconocer. La vertiente empresarial con los organismos de cooperación y las compañías que obtienen los contratos para los proyectos de las primeras con vía libre para introducirse en todas partes menos en el “club de la miseria”. La propaganda del desarrollo sirve para centrar la atención en la situación desesperada de ese mísero club. Aunque, gracias a su labor, África figura en la agenda del G-8.

Por lo que respecta a los Gobiernos de los países más pobres, se dan casos de corrupción extrema junto a otros dirigentes que se empeñan en construir un futuro mejor para su país. En estos Estados, la apariencia de gobierno moderno no es en ocasiones más que una simple fachada. Se sientan a las mesas de negociación, como con la Organización Mundial de Comercio, pero no tienen nada que negociar. No cabe esperar que los Gobiernos de los países más pobres vayan a unirse para formular estrategias de tipo práctico. Para que nuestro mundo pueda ser habitable, los héroes deberán hacerse con la victoria, pero los villanos cuentan con las armas y con el dinero, y por ahora van ganando. Así seguirán las cosas a menos que cambiemos radicalmente de enfoque.

El método que usa el Fondo Monetario Internacional (FMI) es calcular el promedio de cifras relacionadas con el tamaño de la economía de un país (…) En virtud de este método, la economía de un país pujante, aunque con pocos habitantes, introduce un sesgo al alza y hace que suba la media, de tal forma que comparado con otro país más poblado pero con menos desarrollo, los dos países aparecen como economías en crecimiento. Este método describe lo que ocurre desde el punto de vista de la unidad de renta, no desde la perspectiva del individuo. La mayoría de las unidades de renta están en el país rico, pero la mayoría de las personas están en el más pobre.

Si promediamos los datos de otra forma, los países en vías de desarrollo que no forman parte del “club de la miseria”, los cuatro mil millones que están en medio, han experimentado un crecimiento acelerado en materia de renta. En la década de 1970 crecieron a un 2,5%. En las décadas de 1980 y 1990, el crecimiento llegó a un 4%. Durante los primeros años de 2007 volvió a acelerarse hasta el 4,5%. Estos índices no tienen precedentes. Significan que los niños de esos países van a tener unas vidas diferentes: siguen siendo pobres pero el tiempo juega a su favor.

¿Qué ha ocurrido con los países más míseros? Durante la década de 1970, su renta creció sólo un 0,5% anual. En la década de 1980, sus economías decrecieron un 0,4% anual. Desde el punto de vista de la sociedad, no había ningún motivo para la esperanza. Entonces llegó la década de los 90 de los mercados en auge. Para los mil millones de personas del “club de la miseria” el ritmo de crecimiento negativo de sus países bajó hasta llegar al 0,5% anual, es decir, que al terminar el milenio eran más pobres que en 1970. (...)

Las economías de los países más pobres tienen que crecer. Se trata de infundir en la gente la esperanza de que sus hijos podrán vivir mejor en una sociedad que se ha puesto al nivel del resto del mundo. Si se acaba con esa esperanza, los individuos más inteligentes no dedicarán sus energías a desarrollar su sociedad, sino a escapar de ella.

El problema de los mil millones de habitantes pobres es menos imponente que los problemas que se superaron en el siglo XX: las enfermedades, el fascismo y el comunismo, las guerras mundiales. Abordar este problema es un asunto adecuado para el G-8, pero supone emplear todo el abanico de políticas disponibles e ir más allá del compromiso de 2005, donde los líderes de los ocho países se comprometieron a duplicar los programas de ayuda. África debería permanecer en la agenda del G-8 hasta que los países del “club de la miseria” se liberen de las trampas que impiden su desarrollo.

(*) Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM)
Director del CCS
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