La especulación y el encarecimiento de los alimentos

verduras

Por Jorge Planelló (*)

Imagine un mercado de abastos en el que, además de los compradores habituales, hubiese clientes dedicados a vender y comprar productos sin salir del recinto, con el único objetivo de conseguir un precio mejor en el siguiente puesto y sacar beneficio. Ante la volatilidad de las Bolsas en todo el mundo y la debilidad del dólar, las inversiones en alimentos, como sucede con el petróleo, es una de las alternativas más atrayentes para los especuladores. No tienen la intención de hacerse con toneladas de arroz ni de plátanos, sólo de realizar sus operaciones de compraventa de ciertas cantidades de alimentos dentro de un plazo determinado y obtener la máxima rentabilidad.


El desarrollo de potencias como China o India garantiza el alza de los precios a largo plazo, pero la especulación lo acelera. Según refleja el Índice de Precios elaborado por la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), la subida media fue del 36% en 2007, en comparación con el 14% de 2006 y el 2% de 2005.

El encarecimiento de las materias primas también presiona a otras empresas a especular directamente en el mercado para compensar las pérdidas, tal y como sucede en el mercado del crudo, al que acuden las propias compañías aéreas para cubrir el creciente coste del combustible.

A esto se suma que cada vez más fondos de inversión estatales apuesten por los alimentos. Los cálculos apuntan a que hay hasta un 80% de participación de fondos de inversión en bolsas como la del trigo. Tampoco se les resiste el petróleo. Sólo en el mercado de Londres, el número de barriles con los que se comercia multiplica por más de tres el que se sería necesario para satisfacer las necesidades.

Algunos de estos fondos son soberanos y pretenden asegurar la producción agrícola de su país. Un ejemplo es el fondo estatal de los Emiratos Árabes Unidos, que está comprando granjas y tierras en Pakistán con este fin.

Resulta desconcertante cómo la FAO, al mismo tiempo que predice cosechas récord de arroz, también afirma que los precios permanecerán altos. Como siempre, el objetivo de erradicar el hambre está amenazado por un reparto desigual y no porque no haya alimentos suficientes. Ahí está el uso de los cereales para la producción de combustibles, sólo para satisfacer una demanda desmesurada de energía mientras 800 millones de personas padecen desnutrición.

Sin embargo, los países enriquecidos claman al cielo porque cada vez más naciones empobrecidas opten por medidas proteccionistas para salvaguardar su mercado de las fuertes subidas. Así lo ha hecho Vietnam, el mayor exportador de arroz del mundo, que ha decidido limitar sus exportaciones y aumentar la producción con el fin de garantizar el abastecimiento interno y de esta forma mantener bajo control los precios.

Haría falta preguntarse por el margen de beneficios que se aseguran los proveedores o por la razón de que, pese a que se abarate el barril de petróleo en el mercado de futuros de Nueva Cork, no cueste menos al día siguiente rellenar el depósito, mientras que las subidas sí se traslandan inmediatamente.

Los expertos afirman que se ha acabado la comida barata ante la mayor demanda de las potencias emergentes, pero no descartan que se pueda producir un cierto ajuste del precio de las materias primas. Como siempre que ‘explota’ una burbuja, los más afectados no serán precisamente quienes se han enriquecido y huyeron a tiempo. En este caso serán los países empobrecidos obligados a aumentar su producción cuando los precios eran elevados y hacerse más dependientes de un solo cultivo.

(*) Periodista
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