Caos financiero y crisis del capitalismo

Por Francisco Durand*


Tanto en el Perú como en los Estados Unidos ha ocurrido una brutal caída de la bolsa, y al mismo tiempo han estallado escándalos de lobbistas. Los hechos, sin embargo, tienen distintas prioridades en cada país. En EEUU, el centro, se habla más de la crisis y de la oligarquía financiera de Wall Street que de escándalos de corrupción. En el Perú, la periferia, predomina el escándalo.


El último caso de corrupción en EEUU es del senador republicano de Alaska Ted Stevens. Recibió "regalos" de una corporación y dejó que le hicieran arreglos en su casa por US$ 250,000. En el Perú, tenemos los petroaudios de Fortunato Canaán, Rómulo León y Alberto Químper —el demandante de los "honorarios de éxito"— y los lobbistas apristas. Bueno, cada país define su agenda y tiene su forma de manejo mediático. Sin embargo, no olvidemos que la coexistencia de los dos hechos indica problemas mayores.

En efecto, la crisis del capitalismo irrestricto, y su versión criolla, involucra a más personajes por estarse generando un efecto dominó, cuyo ritmo y dirección son difíciles de predecir. No sabemos, por ejemplo, qué tanto y por cuánto tiempo caiga la "economía real", y qué cuotas de poder conserven los grandes operadores del sistema. Mucho depende del estado de ánimo popular y de las dinámicas políticas nacionales y globales que todavía no se han desatado. Lo que sí sabemos es que el capitalismo sufre su mayor debacle financiera desde la Gran Recesión de 1929, y al mismo tiempo una pérdida de reputación, cuya parte anecdótica son los escándalos con los que nos entretiene la prensa.

Durante décadas Milton Friedman y sus seguidores, los ideólogos del Consenso de Washington, los expertos de los organismos financieros internacionales, los analistas financieros vienen sosteniendo ingenua o interesadamente que todo lo que es bueno para la empresa —la desregulación, privatización, apertura, exoneraciones tributarias, blindajes legales— es bueno para la nación. La crisis global demuestra lo contrario y sus efectos se están sintiendo.

Alan Greenspan, legendario jefe de la Reserva Federal de los EEUU, ha caído en desgracia al admitir ante el Congreso que creyó que los banqueros eran capaces de "autorregularse".

El Fondo Monetario Internacional se ha dedicado a observar la crisis financiera global sin decir ni hacer nada hasta que ha estallado, indicando que no es una "organización mundial", pues fue incapaz de anunciar o manejar una gran crisis cuando esta se origina en los EEUU. Al mismo tiempo, economistas críticos como Joseph Stiglitz —gran crítico del FMI—, Nouriel Roubini y Paul Krugman —nuevo Premio Nóbel de Economía— ahora son escuchados. Es así porque estando libres de amarras ideológicas, y siendo más propensos a un análisis frío —producto de su estabilidad laboral académica y su marco teórico crítico—, han anunciado la crisis y han puesto el dedo en la llaga: se propagaron políticas y se adoptaron prácticas equivocadas que provocaron una ola especulativa en el corazón del sistema, comportamiento que ha contaminado la economía mundial.

La crisis real y moral del capitalismo tiene varias puntas. Una de ellas es el relativo declive neoliberal y sus recomendaciones de política; otra el descrédito del lobby, que conduce fácilmente a la colusión y la corrupción en cualquier parte del mundo globalizado. Pero hay más.

Hoy en día los presidentes ejecutivos de las grandes corporaciones anglosajonas, particularmente en el sector financiero, los responsables de la crisis, cobran fácil 10 millones de dólares al mes. Ganan así por acuerdo de sus directorios que tienen autonomía gracias a una tremenda dispersión del accionariado. Además, los gerentes ganan comisiones, sistema que los lanza a una loca carrera por colocar préstamos y comprar y vender al poco tiempo lo que fuera (materia prima, hipotecas, acciones, valores varios). A fin de año reciben jugosos bonos.

Por último los presidentes ejecutivos reciben generosísimos paquetes de compensación al salir de la empresa. Son los llamados paracaídas dorados, que pueden alcanzar en casos más extremos los US$ 200 millones. Esta última práctica ha convertido a los altos gerentes en el grupo social económicamente más privilegiado del mundo. Gozan de un doble estándar: pueden llevar a una compañía al abismo y si los botan se van ganando.

Tales prácticas, y el hecho de que el Estado con dinero de los contribuyentes haya tenido que organizar rescates millonarios, están en el fondo del rechazo inicial del Congreso de los EEUU a apoyar un paquete que le daba dinero y no pedía nada a cambio, rabia que los lobbistas, concentrados en influir en los dirigentes, no pudieron estimar. Al día siguiente se derrumbó Wall Street, y luego el Congreso aprobó otra versión aunque sin atreverse a exigir mayores condiciones. Les han dado fondos federales, pero ellos siguen autorregulándose, mejor dicho, nadie los regula. Pueden usar las líneas de crédito para otros fines, por ejemplo, seguir comprando valores, es decir, especulando en el casino global y no para reducir la iliquidez crediticia. Citigroup, un banco rescatado, está a punto de distribuir US$ 21 millones en bonos.

Si reflexionamos bien vemos una doble falla, la del mercado, que entra en una lógica especulativa, y la del Estado, que se limitó a no hacer nada. Mientras la burbuja crecía y crecía ninguna entidad estatal se atrevía a pedir información, iniciar investigaciones, usar poderes regulatorios o pedir legislación para controlarlas. Tal complacencia tiene su origen en la falsa concepción neoliberal de que cualquier intervención del gobierno es mala, que el mercado se autorregula solo y, complementariamente, en la neutralización del Estado por los lobbistas, que no son otra cosa que operadores de la corporatocracia.

Lo que se viene, como en 1929, es una puja por el poder entre elites neoliberales que intentarán mantenerse en el poder y reclamantes socialdemócratas o fuerzas antiglobalización que exigirán un cambio moderado o radical. Queda por ver si serán capaces de generar alternativas al neoliberalismo.

La incertidumbre global y local ha comenzado. En el Perú no solo es el fin de la bonanza exportadora sino el comienzo de una probable recesión y de un periodo de alta incertidumbre política. El clima con que se inauguró el CADE 2008 que debe evaluar las "lecciones para el futuro" es indicativo pues la coyuntura cambió la agenda: se hablaba más de la crisis global presente y de los estallidos de violencia regional, que de los temas acordados cuando se organizó la conferencia. ¿Estarán aprendiendo las lecciones del presente?

Profesor de la Universidad de Texas, San Antonio (EEUU)

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