Hay que cambiar principios

Por Xavier Caño Tamayo*


El financiero francés Thierry de Villehuchet fue encontrado muerto en su oficina neoyorquina. Tenía cortes en los brazos y había pastillas diseminadas a su alrededor. Había perdido mil millones de dólares en la estafa perpetrada por el estadounidense Madoff e hizo perder otros 50.000 a sus clientes europeos. La policía concluyó que se había suicidado.


Es la noticia trágica de la crisis más aireada por los medios de países desarrollados. Menos lo han sido los millones de dramas de aquellos a quienes la crisis ha destrozado y destroza la vida de muchas y diversas maneras.

Crímenes financieros y económicos se destapan en las crisis que sacuden este capitalismo de nuestras pesadillas. El Nobel Paul Krugman cree que aún se conocerán más escándalos: “Cuando se cae la casa, aparecen esqueletos en los armarios”. Y así, desde los noventa, en medio de las diversas crisis que se sucedieron en varias regiones del mundo, estallaron abundantes escandalazos económico-financieros.

En Estados Unidos, la distribuidora de gas Enron que falseó beneficios y dejó un inmenso agujero; luego, WorldCom, AOL Time Warner, Adelphia, Global Crossing… Varios fiscales investigaron cuánto olían a podrido los fondos de inversión, sobre todo en Wall Street, zona sagrada del capitalismo financiero. Encontraron tantos indicios de porquería que Eliot Spitzer, fiscal general de Nueva York, dijo que Wall Street “era un agujero nauseabundo”.

Después los delitos económicos explotaron también en la vieja Europa. Elf, Crédit Lyonnais, Parmalat, Societé General… Y en España, Mario Conde en Banesto y Gescartera fueron clásicas estafas de siempre, más los delitos de Ibercop, Forum y Afinsa, KIO, AVA…

A ambos lados del Atlántico emergió un hermoso panorama de extorsión, falsedad documental, prácticas fraudulentas, estafas varias, blanqueo de dinero y apropiaciones indebidas diversas. Se mezclaban en alegre compañía grandes bancos, intermediarios financieros, sociedades gestoras, distinguidos directivos más presidentes y miembros de consejos de administración. Puro capitalismo gangsteril.

Pero ¿acaso este capitalismo no es gangsteril en esencia?

Toda esta economía criminal (que Al Capone y sus alegres compañeros de Chicago, Nueva York o Las Vegas de los años 30, 40, 50 y 60 hubieran envidiado sanamente) utilizaba recursos de ingeniería financiera, contabilidad ‘imaginativa’, el sacrosanto secreto bancario y los muy oscuros paraísos fiscales.

Pero nos asalta una duda. Tal floreciente criminalidad económico-financiera de los últimos veinte años, ¿ha sido posible sólo por la falta de regulación, ocultaciones contables, asimetrías informativas entre agentes del sector financiero e indefinición en las relaciones entre esos agentes, como sostienen muchos analistas? Dicho de otro modo, ¿el desastre financiero fruto del latrocinio más o menos maquillado puede arreglarse con cambios estructurales que metan mano a tan graves sinvergonzonerías?

Probablemente algo. Pero no del todo.

The Economist editorializó, no hace mucho, que los mayores enemigos del capitalismo son los capitalistas que abusan del poder ilimitado adquirido. Tal vez, aunque nos da igual, porque la cuestión —visto lo visto— no es qué le va bien al capitalismo o no, sino qué conviene o no a los seres humanos, a las personas. Todas. Porque el capitalismo (especialmente éste neoliberal que sufrimos) alberga el tumor del desastre que no arregla ni una legión de cambios estructurales. Ese tumor nace del principio de que el beneficio individual es el motor máximo de desarrollo, y un crecimiento incesante y progresivo, su marco incomparable.

Al final, este capitalismo de nuestras desdichas es como cuenta el humorista El Roto en una de sus impagables ironías gráficas. Un caballero barbado con aspecto de sabio lee un periódico y dice en voz alta: “Así que el desarrollo sólo era delincuencia”.

Cuando se ahonda en los problemas y dramas del sistema que soportamos, se concluye que hay que cambiar principios. Un sistema cuyo principio básico es el lucro individual (el lujo como objetivo personal, llegó a escribir un majadero del siglo XVIII, defensor del naciente capitalismo) no puede ser bueno, y la propia historia del capitalismo así lo demuestra. Que la alternativa para sustituir el capitalismo fracasara sólo indica que hay que continuar buscando y probando.

Y sobre todo, pelear por un nuevo fundamento: las personas, primero. O, como proclama Amnistía Internacional: Nada por encima de los derechos humanos. Que viene a ser lo mismo.

* Periodista y escritor, Centro de Colaboraciones Solidarias