Las próximas batallas

¿TLC con Chile?

por Baldo Kresalja


Según opinión generalizada, aunque carente de reflexión, la celebración de Tratados de Libre Comercio nos salvará del atraso y nos conducirá al desarrollo.  Durante los últimos meses hemos asistido a una campaña política y mediática muy intensa a favor de la suscripción y aprobación de uno con los Estados Unidos.  Entre los argumentos a favor, ninguno tiene mayor impacto en la opinión pública peruana que la posibilidad de acceder con facilidad al inmenso mercado norteamericano, si bien los análisis cuantitativos realizados no son convincentes.


El público se imagina, apoyado en el alto número de compatriotas que viven en los EE. UU., algunos algo mejor que aquí, otros no tan bien, muchos imposibilitados de regresar, que el TLC es algo así como la eliminación de la visa para ingresar a ese país.  En el debate no aparecen temas políticos relacionados con uno de los firmantes, como la guerra de Irak, ni tampoco económicos, como el impacto real de los subsidios.  Estos ocultamientos —¿serán acaso una concertación de los medios?— son una característica de los países subdesarrollados y dependientes que no conocen bien cuál es su destino, que carecen de una  clase dirigente enraizada en la nacionalidad, con muchas universidades que son principalmente trasmisoras mediocres de creaciones o investigaciones realizadas en otros países, y en donde las promesas electorales se desvanecen o pierden importancia cuando se accede al poder.

Nadie puede negar que las futuras exportaciones peruanas a los Estados Unidos es una materia que a nuestros poderosos vecinos del norte los tiene sin mayor cuidado; en otras palabras, son cantidades insignificantes para la magnitud de su mercado.  Lo que ellos desean es utilizar la vía bilateral del los TLC para garantizar la estabilidad jurídica de sus inversiones, tener una cierta seguridad en el abastecimiento futuro de energía, poner un primer pie en un territorio rico en biodiversidad y, last but not least, obtener ventajas —imposibles de lograr por otra vía— en el ámbito de los derechos intelectuales.  Con ello consolidan su posición de liderazgo y, a su vez, nos dejan casi a perpetuidad como simples abastecedores de materias primas.  En éste tránsito, los implacables y desdeñosos negociadores estadounidenses han aplicado bien, con la anuencia mayoritaria de las fuerzas políticas nacionales, la orden gubernamental de Washington: “Do it as we say, not as we did”.

Esta breve disquisición tiene como propósito apreciar en qué medida se repiten los mismos elementos de análisis para el caso chileno.  Como sabemos por noticias periodísticas, al momento de escribir estas líneas se negocia aceleradamente la conclusión de un acuerdo comercial en un ambiente —artificialmente creado— de buena voluntad e intereses coincidentes con el país del sur.

Se trata de la ampliación del Acuerdo de Complementación Económica (ACE), que la prensa presenta “como un TLC” (El Comercio, 9 y 15 de Agosto de 2006).  Lo primero que hay que decir es que Chile, con todo lo que ha progresado últimamente, está muy lejos de ser una potencia científica, tecnológica o productiva como los EE. UU., siendo además su mercado potencial  inferior al nuestro.  Este argumento, tan importante en el caso de los EE. UU., aquí no juega.  Si los temas del mercado y de la tecnología no aparecen, ¿dónde entonces se encuentran las respectivas ventajas de ampliar el ACE?; ¿qué tiene el Perú que defender o proyectar en ese país?; ¿acaso los 60,000 peruanos que trabajan en Chile obtendrán en virtud de la ampliación de ese Acuerdo la protección legal que merecen en un país cuya distribución en el ingreso es menos equitativa que en el nuestro? Hasta donde se sabe, los Tratados de Comercio, tipo TLC, no incluyen disposiciones sobre no discriminación o sobre el libre tránsito de personas, como sí lo hace, por ejemplo, el tratado que dio origen a la Unión Europea.  A diferencia nuestra, Chile sí tiene asuntos que defender y viene de largo preparándose para ello.

Chile necesita defender/proteger, escoja Ud. el orden, lo siguiente: 1. Sus inversiones ya realizadas en el Perú que ascienden entre 4,000 a 5,000 millones de dólares; 2. El incremento futuro de las mismas, pues sus opciones “manejables” y económicamente rentables son Argentina y Perú; 3. El blindaje en el Perú de determinadas compañías “bandera”, como LAN, pues de ello depende su crecimiento; 4. El acceso futuro a energía y agua para el norte de su (nuestro) territorio; 5. Poner un pie en un país auténticamente biodiverso; 6. Servir de intermediario entre los intereses multinacionales y el indisciplinado, a veces caótico e ininteligible, panorama político nacional; y, 7. Acallar todo asunto divergente de mayor entidad, como el de los límites marítimos, por lo menos temporalmente; esto es, mientras termina de consolidar materialmente su estrategia ofensiva.

Para Chile la ampliación del ACE significará la consolidación de un status jurídico favorable a sus inversiones, frente a la nubosa “promesa” de un trato equitativo futuro para la nuestra, esto es, ata de manos cualquier futura iniciativa peruana en la materia.  Este ACE parece olvidar un aspecto elemental en cualquier negociación comercial o integracionista, especialmente con países de desarrollo similar: para dar trato igual a inversiones del exterior es primordial saber antes cuál es la posición del país receptor en la división internacional del trabajo; en otras palabras, cuáles son los niveles alcanzados en investigación, disponibilidades tecnológicas y competitividad.  Pregunto, ¿acaso lo sabemos?  Si es así, ¿por qué no hay documento oficial alguno que lo señale?

Es cierto que en materia económica los patriotismos son y serán siempre relativos.  Sin embargo, al analizar los temas nacionales de mayor trascendencia es necesario tener presente los antecedentes históricos y actuales, y examinarlos sin pasión y subjetividad extremas.  Ni la mayor ponderación nos puede hacer olvidar las permanentes y agresivas campañas chilenas en el ámbito económico y militar, destinadas a consolidar su liderazgo en el Pacífico sudamericano, la privilegiada situación de sus inversiones en el Perú y a reducir nuestro margen de maniobra política.

La ampliación del ACE se plantea en un momento muy especial: Chile ha anunciado que aspira a convertirse en un “miembro asociado” de la Comunidad Andina de Naciones (CAN), que tiene variados instrumentos en política comercial y de inversiones.  Si ello es así, ¿por qué el Perú no elige el camino de la CAN y no uno bilateral que lo puede amarrar de manos?; ¿no hay acaso nada que informar al respecto al Congreso recién elegido y a la ciudadanía toda?; ¿puede dejarse este asunto en las manos de una al parecer despistada Ministra de Comercio Exterior?; ¿es acaso el corto placismo político del Presidente García más importante que las estrategias nacionales de largo plazo?.

Resulta dramático comprobar de qué frívola manera los medios de comunicación ignoran el desprecio y la discriminación con que la mayoría de clase dirigente chilena trata a los peruanos y la falta de consideración frente a sus intereses.  Si bien es preciso tener presente lo dañino de las carreras armamentistas en países de extendida pobreza como el nuestro, es suicida olvidar la carrera armamentista chilena, que no tiene sólo un propósito disuasivo sino, fundamentalmente, su utilización como herramienta para dominar, si llega el momento, las alturas bolivianas.  Con la ampliación del ACE quieren obtener en esta y otras materias nuestra futura neutralidad.  Nada nos obliga a firmar con Chile la ampliación del ACE, sólo nuestra propia debilidad.