Dólar: ¿se acaba el derecho de señoreaje?

Por Humberto Campodónico


En la Edad Media, el señor feudal tenía el derecho de acuñar monedas de oro o plata en su condado, baronazgo o principado. El señor feudal podía recoger el dinero de sus súbditos y volverlo a acuñar con el mismo valor nominal, pero con menor contenido de oro o plata. De este modo obtenía beneficios que le permitían financiar gastos que no hubiese podido hacer con sus verdaderos ingresos. Podía dar fiestas, otorgarlo a sus súbditos o usarlo para luchar contra otros señores feudales.

EE. UU. Garantíasm préstamos y gastos al 31/03/2009 (en billones de dólares)
Agencia Límite Gastado
Reserva Federal 7.765 1.678
Seguro de depósitos FDIC 2.038 0.357
Dpto. Tesoro 2.694 1.833
Dpto. Vivienda (HUD) 0.3 0.3
Total 12.797 4.168
Fuente: Financial Rescue Approaches GDP as US pledges US$12.8 trillion www.bloomberg.com

El derecho de acuñar moneda de curso forzoso —toda la población tiene que aceptarla— se llama derecho de señoreaje. Con el advenimiento de las relaciones mercantiles y productivas, ese derecho lo ejerció el Estado. Y a nivel internacional, el señoreaje le perteneció a la potencia hegemónica número 1 en lo económico y político. Este derecho no implica necesariamente que se emita moneda inorgánica, pero sí abre la posibilidad de que esto suceda.

En su momento, Inglaterra (patrón de oro ligado a la libra esterlina) ejerció ese derecho. Desde 1945, fue EE. UU., principal potencia hegemónica, con el dólar como equivalente general (Bretton Woods), denominador de los precios de las materias primas (minerales, petróleo, alimentos), las tasas de interés internacionales y como activo mundial de reserva (más del 60% de las reservas de los bancos centrales están en dólares).

Desde principios de los 70, hay un exceso de dólares en todo el mundo, como producto de varios fenómenos, entre ellos el recurrente déficit de la balanza de pagos de EE. UU., lo que creó un desbalance económico global: otros países financian a EE. UU. que, por eso, no tiene que “ajustarse”. Con la crisis financiera y la recesión en marcha, el problema se ha decuplicado.

En efecto, los planes de estímulo y salvataje por US$ 12.8 billones (trillones, en inglés) equivalen al 90% de su PBI, de los cuales ya se han gastado US$ 4.2 billones. Esto es el abuso del derecho de señoreaje. En nuestro país tiene un nombre: la maquinita.

Como es lógico, los países que tienen dólares se preocupan (entre ellos, China, que tiene un billón de dólares en bonos del Tesoro de EE. UU.). Temen que la excesiva emisión de dólares desemboque en una masiva devaluación del dólar (le conviene a EE. UU. porque sus exportaciones se abaratan) y en inflación, por tanto, en la pérdida del poder adquisitivo de sus ahorros denominados en esa moneda.

La preocupación aumenta pues el déficit presupuestal será US$ 2 billones este año, 13.5% del PBI. Han leído bien: 13.5% del PBI. Por la misma razón, la deuda nacional aumentará a US$ 8 billones en el 2009 y llegará a US$ 12.6 billones en el 2013.

El presidente Obama también está preocupado por el déficit, pero sabe que no hay otro remedio: si el Estado no hace funcionar la maquinita e interviene en el salvataje del sistema financiero y con planes de estímulo fiscal, la bancarrota y la depresión económica son inevitables. Seguramente por eso declaró la semana pasada en Alemania, país súper preocupado por el gasto fiscal gringo y la inflación: “Una vez que hayamos estabilizado la economía, vamos a tener que reducir estos enormes déficits”.

Por el momento no parece haber un país que tome la posta hegemónica que sigue manteniendo EE. UU., a pesar de su declive relativo. Pero eso no quiere decir que, en el ínterin, las discrepancias en las relaciones económicas (por ejemplo, sobre los planes de estímulo fiscal), comerciales (aplicación de políticas proteccionistas). En lo monetario, ya aparecen las propuestas para sustituir el dólar y buscar una moneda mundial (mucho ojo bancos centrales que tienen la mayor parte de los ahorros en dólares). Y en lo político se perfilan tendencias a la multilateralidad en lugar de la hegemonía de EE. UU.

Así, pues, el cuestionamiento de la “maquinita mundial” que implica el derecho de señoreaje es un claro indicador de turbulencia sistémica sin precedentes, lo que incluye también cambios de época y de paradigmas.


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