Este artículo es una versión aumentada de aquel publicado en el diario La República del 29 de agosto

El economista francés Juan Bautista Say, a fines del Siglo XVIII, pronunció una frase que marcó época: toda oferta genera su propia demanda. Say dice que todo bien producido será vendido porque en su creación se han utilizado insumos comprados a otros productores y se ha pagado salarios. Además, el interés del empresario no es quedarse con el bien producido, sino venderlo para obtener el dinero que le permita producir más bienes.

Lo que Say dice es que la economía capitalista está en equilibrio porque todo lo que se produce, se consume. Por tanto, hay que dejar al libre mercado la asignación eficiente de los recursos económicos. 

Y si se constatara empíricamente que no hay tal equilibrio —porque el capitalismo, desde siempre, tiene crisis que implican auges y recesiones — entonces surge otra frase (algo menos célebre): “si el sistema no está en equilibrio, se puede afirmar, sin embargo, que tiende hacia él”. Por tanto no se debe perturbar el accionar del mercado, que nos retornará, solito, al equilibrio.

Casi un siglo después otros economistas neoclásicos —como León Walras y Alfred Marshall — formularon ecuaciones y modelos matemáticos que desarrollaron aún más este planteamiento. Pero éste también ha sido ampliamente debatido, siendo Marx uno de los más críticos en el Siglo XIX. En el siglo XX fue crucial la contribución de Keynes. 

Un momento central lo marcó la Gran Depresión de los EE. UU. de los años 30 donde no fue el libre mercado quien “resolvió” la crisis, sino el “New Deal” del Presidente Roosevelt que inyectó miles de millones de dólares a la economía para, entre otras medidas, otorgar asistencia social urgente, programas de ayuda para el trabajo en las ciudades, los agricultores y los ambulantes. 
 
Este tema cobra actualidad con la inmigración venezolana a nuestro país y a otros de la Región. En los medios de comunicación se ha puesto por delante la necesaria solidaridad, lo que está bien y es indiscutible. 

Pero de ahí a decir que todo inmigrante trae un empleo bajo el brazo y, por lo tanto, que no disminuye los empleos ni los salarios en el Perú, hay una distancia irreal. Say regresa “recargado”: toda oferta -esta vez se incluye también a la mano de obra y los servicios personales- genera su propia demanda. 

Y no es así. En el Perú, cada año ingresan a la fuerza laboral cerca de 350,000 jóvenes. Para que todos consigan empleo, la economía debiera crecer al 6 o 7% anual. Si no lo hace, entonces, una gran cantidad pasará al sector informal, para generar un ingreso que le permita sobrevivir, junto con su familia. 

Si allí no lo logra, pueden cobrar fuerza las actividades ilícitas, como la minería ilegal e informal, el contrabando, el narcotráfico, los cultivos ilícitos de hoja de coca (los hay lícitos), así como también la tala ilegal de bosques y la deforestación. 

Si a esto se agrega que hay en el Perú más o menos 350,000 venezolanos y que la cifra puede duplicarse e incluso llegar al millón a fin de año es evidente que la economía, cuyo crecimiento sería de 4% este año (y eso) no es capaz de absorber a toda la nueva población (más toda aquellos que tampoco encontraron empleo en los años anteriores, que son cientos de miles). 

¿Qué hacer, entonces? Ante esta crisis humanitaria —una de las más serias, sino la más seria que ha tenido nuestra Región — es indispensable una concertación de políticas migratorias de los países involucrados. Es lo que están discutiendo justo ahora Colombia, Ecuador y Perú en Bogotá, habiéndose sumado Brasil, pero no EEUU. Anotemos que esta es una reunión ad-hoc, porque está en crisis la integración (Comunidad Andina, Mercosur, UNASUR.)

En el Perú se debería poner en marcha, como lo ha propuesto Pedro Francke, un Programa Masivo Especial de Empleo Temporal “que contrate 200,000 personas orientadas al mantenimiento y pequeñas obras de caminos rurales pistas y veredas, colegios y agua y saneamiento, financiado con un impuesto a las grandes fortunas y eliminando exoneraciones tributarias injustas”.

No es política migratoria recibir a todos los migrantes que llegan a la frontera. Una verdadera política migratoria implica analizar los alcances y los límites de la migración pues ningún país del mundo puede sostener una política de “fronteras abiertas sin restricciones”.

Esto se debe a que sus aparatos económicos, sus instituciones sociales (salud, educación) y de infraestructura no están aptos para recibir, de la noche a la mañana a centenares de miles de migrantes. Ojo, no es lo mismo una migración escalonada, digamos, de un millón de personas a un ritmo de 100,000 al año, que recibir en un solo año a un millón de personas.

También hay que insistir en una política económica contracíclica que impulse la inversión pública para la reconstrucción del norte y contribuir al crecimiento. Pero no es eso lo que está haciendo el MEF pues, desde ya, está reduciendo la meta del déficit fiscal de 3.5 a 2.9% del PBI, frenando el crecimiento. 

Para terminar, en el mundo las enormes migraciones recientes son la fuente del giro a la derecha de muchos países europeos (el Brexit ha tenido entre sus causas el rechazo a las cuotas de migrantes decretadas por Bruselas) y también, de EEUU (Trump). 

Para que en nuestro país la monserga chovinista (Belmont, por ejemplo) no tenga sitio ni encandile a los incautos, la solidaridad es condición necesaria, pero para nada suficiente. Y es contraproducente, además de erróneo, invocar a Say, aunque algunos lo hagan de manera inconsciente y otros ignoren totalmente las implicancias de su afirmación. 

La oferta no genera su propia demanda. Es la acción conjunta del gobierno, la inversión privada y la inversión pública —en este caso, con importantes programas de empleo temporal— la que impulsará el crecimiento económico y, por tanto, la creación de empleos.

 

31.08.2018

http://www.otramirada.pe/la-ley-de-say-y-los-venezolanos