Por Milcíades Ruiz

Sin desarrollo agrario, no habrá desarrollo nacional. Esta es la experiencia histórica de los países que han alcanzado un alto nivel de desarrollo. Estos empezaron siendo economías agrícolas rurales antes de incursionar en la industrialización urbanizada para luego convertirse en potencias tecnológicas. Aun así, en este nivel, jamás han dejado de lado el sector agropecuario, por razones de equilibrio estratégico, interno y externo. Revisen la historia de cada país desarrollado y lo comprobarán.

En el libro “Razonando con la dialéctica” podrán ustedes confrontar los principios que condicionan el desarrollo de las naciones y la explicación de todo cuanto sucede en la vida personal, familiar y social. Los procesos no ocurren porque sí, ni suceden aisladamente. Todo tiene su razón de ser y si en nuestro entorno, no logramos ver los orígenes de los problemas, entonces tendremos que ampliar la mirada más allá de lo evidente.

La agricultura es solo una parte del engranaje de una maquinaria que mueve un país. Esta maquinaria tiene otras partes y todas funcionan integradamente al mismo tiempo, de modo que, si no hay sincronización en la integridad, el resultado total se verá afectado. El siguiente ejemplo concreto nos permite entender esta situación en términos sencillos.

Cuando el agricultor tiene liquidez, mueve la economía local y nacional porque puede comprar semillas de alta productividad, herramientas, insumos, instalaciones, equipos productivos, maquinaria agrícola, fármacos agropecuarios, ropa, útiles escolares, uniformes, calzado para los niños, artículos para el hogar, consumir en un restaurante, consumir bebidas envasadas y hasta la bodeguita del pueblo eleva sus ventas obteniendo mayores ingresos para capitalizar y expandir sus negocios.

A la inversa, si el agricultor no tiene disponibilidad de dinero, los agricultores dejan de comprar y los proveedores dejan de vender. Vayan a un pueblo pequeño de nuestra serranía y comprobarán que en estos casos el movimiento económico es cero porque nadie compra y nadie vende. Las bodeguitas languidecen y los agricultores se ajustan al autoconsumo, no tienen para comprar ropa ni cuadernos para los hijos, menos para pagar médico, ni adquirir tecnologías. Los niños entonces tienen que caminar descalzos y curarse solo con hierbas. Toda la familia come menos y mal.

En el primer caso, los fabricantes y empresas comercializadoras, prosperan porque hay consumo de lo que producen y abastecen. La venta de semillas, herramientas, fertilizantes, insecticidas, envases y demás artículos hace que las empresas urbanas ganen dinero y crece el PBI nacional. En el segundo caso, las empresas proveedoras disminuyen sus ingresos y se ajustan a la crisis despidiendo personal, cerrando sucursales y produciendo menos, lo que hace reducir el PBI. Esto hace bajar los ingresos del Estado y si no alcanza para cubrir los gastos, acude al endeudamiento extranjero para salir del problema, pero nos pasa la cuenta de esa deuda.

Como se puede apreciar en el ejemplo descrito, la afirmación de que no hay desarrollo nacional sin desarrollo agrario, tiene fundamento comprobable. Pero si no tenemos un razonamiento dialéctico, vamos a ver los problemas del país de manera aislada. Vemos a los agricultores que, en su desesperación hacen paros y bloquean carreteras, pero nadie los entiende. La población urbana se muestra indiferente porque tampoco entiende y los políticos miran el problema como una oportunidad para sacar provecho.

El presidente de la república, el mismo que les ha rebajado la cuota presupuestal dice con desparpajo: “El agro ha sido olvidado y hay que atenderlo” pero solo es un decir político ya que el presupuesto es ley que no se puede variar pues constituye malversación. Entonces, para tratar los reclamos ofrece una “mesa de diálogo” que, en la práctica, es una “mecida de diálogo”. Solamente se baja la fiebre, pero la enfermedad sigue intacta.

Tratar el problema agrario, desvinculado del desarrollo nacional es pues, una ineptitud gubernamental. Pero no basta comprender el rol estratégico del agro en el desarrollo nacional sino también, saber que la conducción de un país, tiene que ser certera. Cada país que busca desarrollarse tiene un plan y una estrategia de desarrollo. Los países desarrollados se rigen por planes a treinta y cincuenta años para mantener su predominio y nos tratan como parte de sus feudos.

¿Hay alguien en el Perú, que sepa a donde nos dirigimos y lo que seremos dentro de cincuenta años? Eso solo lo saben los países dominantes que son los que nos llevan de las narices. Nosotros no tenemos desarrollo propio. Hoy el Estado vive de la carroña que nos deja los países desarrollados que explotan nuestros recursos minerales y petroquímicos hasta que se agoten. ¿Y después? La agricultura en cambio, es una actividad que genera riqueza renovable, porque no se agota.

El valor del sector agrario en el desarrollo nacional tiene muchos otros alcances que no los menciono para no extenderme demasiado. Pero la conducción del Estado tiene que distinguir lo que conviene a una estrategia de desarrollo y proceder aprovechando nuestras fortalezas para generar desarrollo propio. Un sector como el de salud puede ser muy importante desde un punto de vista, pero si solo está orientado al gasto, entonces es una carga que mayormente beneficia a las transnacionales que fabrican medicinas. En cambio, lo que se emplea en desarrollar el agro no es gasto, sino una inversión reproductiva que no solo recupera capital invertido sino genera riqueza, empleo, etc.

El manejo en la conducción de un país, es de suma importancia para alcanzar mejores niveles de vida y desarrollo. Venezuela y Bolivia son ejemplo de dos estilos de conducción gubernamental, con los resultados que todos conocemos. Pero también China, Rusia, EE UU y otros países desarrollados tienen una historia económica con respecto a su sector agropecuario. Vietnam es más pequeño que el departamento de Loreto y a pesar de haber salido del coloniaje recién en el siglo pasado, teniendo más de 90 millones de habitantes, exporta alimentos y tecnologías, calladamente sin alardear.

No miremos pues al agro peruano solamente como una isla donde sus pobladores son pobres, ni lo hagamos por compasión. Los campesinos son víctimas de un sistema irracional que nos tiene como cómplices del daño pues, aunque lo neguemos, los miramos como gente de inferior nivel y los discriminamos de una u otra manera, sin pensar en su enorme potencial como agentes de desarrollo, como lo tuvieron sus ancestros, antes de que los conquistadores europeos truncaran su desarrollo autónomo.

 

Junio, 2019
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