Las “dos culturas”

Por Humberto Campodónico

En 1954, el químico y escritor inglés C.P. Snow escribió un libro con ese título donde constata que las ciencias y las humanidades están completamente escindidas. De un lado, los científicos desprecian a quienes están en las humanidades, mientras que los filósofos, músicos, historiadores y literatos no prestan atención —ni quieren hacerlo— a los avances tecnológicos de los matemáticos, ingenieros, físicos y químicos.


Esta existencia de “dos culturas”, dice Snow, tiene su origen en el fin del “mundo encantado”, caracterizado por la predominancia de la religión. En ese mundo la filosofía y la teología eran una sola cosa, de la misma manera que “lo social” solo podía entenderse con el cumplimiento de los 10 mandamientos de la voluntad divina.

Pero con el advenimiento del capitalismo y las revoluciones tecnológicas, poco a poco se produjo la “secularización” del mundo. La “razón de Dios” fue reemplazada por la razón humana (“pienso, luego existo”) y el progreso y bienestar dejó de ser algo alcanzable solo en el “más allá” para ser deseado y obtenido aquí y ahora.

Estas “dos culturas”, dice Snow, ni se miran ni se tocan. Pone como ejemplo que cuando a los humanistas se les pregunta por la segunda ley de la termodinámica (una de las más importantes de la ciencia) no tienen ni la menor idea y se asombran de la pregunta. Lo inverso exacto sucede cuando a los científicos se les pregunta por Shakespeare (1).

Al medio se encuentran las ciencias sociales. Dice Immanuel Wallerstein que allí están la ciencia política, la economía y la sociología, así como la antropología. Ninguna es “ciencia dura”, pero tampoco se les puede ubicar dentro de las “humanidades” (Abrir las Ciencias Sociales, Informe de la Comisión Gulbenkian, 1996).

De las ciencias sociales, la economía (en verdad una de las corrientes económicas) es la que más ha pugnado por ubicarse como “ciencia”, es decir, como un cuerpo teórico con leyes propias de carácter axiomático que se cumplen en todo tiempo y lugar, elevando  al mercado, de la categoría de instrumento para conseguir un fin, a la de amo y señor. Afirman que la economía capitalista está siempre en equilibrio o tiende hacia él (aquí se olvidan de Keynes), razón por la que no pudieron “prevenir” (y menos ver) la peor crisis desde los años 30. Peor, imposible.

No solo eso, dicha corriente ha llevado hasta sus últimas consecuencias la modelización de los fenómenos económicos, recurriendo al último grito de la matemática y la estadística, como “prueba” de su carácter científico. Es claro que estas herramientas son útiles para la macro y la micro economía, pero no su idealización.

Volviendo al núcleo duro de nuestro tema, Wallerstein afirma que “la separación entre las dos culturas se da cuando la filosofía (o más ampliamente las humanidades) fue relegada a la búsqueda de lo bueno (y lo bello), mientras que la ciencia insistió en que tenía el monopolio de la búsqueda de lo verdadero. Esta división constituyó la lógica subyacente de las “dos culturas” (Las estructuras del conocimiento, 2006).

El problema es que la preeminencia de “lo verdadero” como algo “técnico” y “neutro” (planteamiento de Occidente, pero no de otras civilizaciones y culturas) nos ha llevado a la puesta en cuestión de la subsistencia del planeta. A esto ha contribuido la economía (una rama) que solo quiere crecer, crecer y crecer (no importa cómo ni a costa de quién, dice el perro del hortelano) y que con las justas considera los impactos ambientales como una “externalidad (miren la palabrita) negativa”.

El planteamiento es, entonces, superar la brecha entre las dos culturas para que las humanidades y la ciencia (incluidas las ciencias sociales) puedan volver a mirarse y convivir. Es decir que reencantemos el mundo. ¿Podremos?

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(1) Snow ha sido muy criticado por su posición favorable a los científicos, pero no por su análisis de las “dos culturas”.

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