Energía eólica: Mito y realidad

turbinas_viento.jpgEl grave accidente nuclear ocurrido en el Japón con reactores de diseño estadounidense lleva a reflexionar sobre las alternativas que tenemos: energía hidroeléctrica, energía solar, energía eólica, etc. Ésta ha sido presentada como la mejor solución: las turbinas movidas por aspas de molino no producen humo, el viento sopla casi siempre, etc. Pero no todo lo que brilla es oro: así como de la energía atómica se tiende a mencionar sólo sus peligros, de la energía eólica se mencionan sólo sus ventajas.

Como señala el Dr. Modesto Montoya1, el petróleo causa más daño al planeta que la energía nuclear; si la energía eólica es en realidad tan poco eficiente y tan costosa como veremos, y si los paneles solares sólo pueden producir electricidad para casas particulares (no para industrias), entonces la fuente de energía más eficiente y menos contaminante es la energía nuclear (siempre y cuando se trabaje con responsabilidad y se evite adquirir reactores probadamente deficientes como los de Japón, que ya antes del terremoto de este mes presentaban fallas2). 

Leamos lo que expone un especialista británico sobre la experiencia, problemas y resultados de la energía eólica que se ha empleado en gran escala en Europa.


Por qué la industria de energía eólica de 407 mil millones de dólares podría ser el más grande timo de nuestra era. Y he aquí los tres “mentís” que lo demuestran.

Por Christopher Booker

No pasa un día sin que haya más indicios que muestran por qué la obsesión del gobierno con las turbinas de viento, ahora en el centro de nuestra política energética nacional, es una de las grandes metidas de pata de nuestro tiempo.

Con una meta acordada con la Unión Europea (UE), Gran Bretaña se ha comprometido —a un costo astronómico— a generar en diez años casi un tercio de su electricidad mediante fuentes de energía renovables, principalmente construyendo miles más de turbinas de viento.

Pero finalmente todos —excepción hecha de nuestros políticos— caen en la cuenta de que depender de molinos de viento para mantener encendidas nuestras luces es un acto de autoengaño colosal y muy peligroso.

Veamos, por ejemplo, la monstruosidad de 106,68 m de altura ya familiar a millones de automovilistas que pasan mientras las aspas giran lentamente por sobre el paisaje de la autopista M4, en las afueras de Reading. Esta turbina de viento tuvo tan pobre rendimiento (funcionando a sólo el 15% de su capacidad), que el subsidio gubernamental de $ 571 281,00 otorgado a sus propietarios fue mayor que los $163 220,65 de electricidad que produjo el año pasado.

Mientras, las cifras oficiales han confirmado que durante las gélidas semanas sin viento de los días de navidad, cuando la demanda de electricidad alcanzaba niveles sin precedentes, la contribución de las 3 500 turbinas de Gran Bretaña fue minúscula. Para mantener cálidas nuestras casas tuvimos que importar grandes cantidades de energía de los reactores nucleares de Francia.

Las turbinas de viento son tan caras, que recientemente Holanda se convirtió en el primer país europeo que dejó de lado las metas de energía renovable de la UE, anunciando que reduciría en miles de millones de euros su subsidio anual.

Tan impopulares son las turbinas de viento que nuestro gobierno ha ofrecido “incentivos” a diversas comunidades, con la modalidad de impuestos municipales y facturas de electricidad más bajos.

En Escocia, los 800 residentes de la Hermosa isla Tiree desesperadamente tratan de resistir los planes de Alex Salmond de imponerles lo que será el más grande complejo de energía eólica del mundo, que cubriría 223,7 km2 de su costa, que ellos afirman destruirá su comunidad al alejar a los turistas que proporcionan mucho de su sustento.

Tan lleno de hipocresía medioambiental está el cabildeo en favor de la energía eólica, que un reciente informe de un diario puso al descubierto la inmensa catástrofe humana y ecológica que sufre el norte de China por la extracción de las tierras raras necesarias para hacer los imanes gigantes que en Occidente cada turbina tiene para generar energía.

He aquí en pocas palabras algunas de las razones por las que la gente está empezando a despertar y ver los aspectos horribles del negocio de la energía eólica. Y desde que empecé a escribir hace nueve años sobre las turbinas eléctricas, he llegado a percibir cómo la argumentación en favor de ellas se basa en tres grandes mentiras.

La primera es la disimulación de que las turbinas no son otra cosa que algo ridículamente ineficiente.

La más clamorosa deshonestidad que trata de hacer pasar la industria de la energía eólica —y que encuentra eco en políticos ingenuos— es el exagerar vastamente la producción de las turbinas hablando deliberadamente sólo de “capacidad”, como si esto fuese lo que realmente producen. Antes bien, el criterio debe ser la cantidad total de energía que tienen la capacidad de producir.

El punto de análisis importante acerca del viento es, por supuesto, que éste varía constantemente de velocidad, de manera que la producción de las turbinas llega en promedio apenas a un cuarto de su capacidad.

Esto significa que los 1 000 megavatios que todas las 3 500 turbinas situadas a lo largo del país aportan a la red nacional es irrisorio: no equivale a más de la producción de una sola planta común y corriente de electricidad de tamaño mediano.

Además, a medida que aumentan en número (el gobierno desea ver 10 000 más in los próximos años), se hará necesario —y esto es rayano con la farsa— construir una docena o más de plantas de electricidad que funcionan quemando gas, encendidas todo el tiempo y emitiendo CO2, simplemente para proporcionar energía de manera instantánea cuando cae el viento. turbinas_viento_mar.jpg

La segunda gran mentira acerca de la energía eólica es la disimulación de que en realidad es una manera absurdamente costosa de producir electricidad. Nadie soñaría con construir turbinas de viento a menos de tener garantizado un tremendo subsidio del gobierno.

Esto viene en la forma del plan de subsidio llamado “Certificado de Obligación por Energías Renovables”, pagado en las facturas que llegan a casa, mediante las cuales los propietarios de turbinas de viento ganan $80,00 por cada “megavatio hora” que producen, y el doble de esa suma si las turbinas están en el mar.

Ésta es la razón por la que mucha gente está ahora dándose cuenta de que la bonanza de la energía eólica —dominada casi completamente en Gran Bretaña por empresas de propiedad francesa, alemana, española y de otras procedencias— es uno de los más grandes timos de nuestro tiempo.

¿Qué otra industria recibe un subsidio público equivalente al 100 o incluso 200 por ciento de lo que produce?

Puede que no seamos conscientes de cuánto dinero estamos metiendo en los bolsillos de los desarrolladores de la industria de electricidad producida por viento, porque las facturas o recibos de pago nos ocultan esa información; pero a medida que se construyen más turbinas, esto pronto podría estar haciendo crecer en cientos de dólares por año las facturas que pagamos.

Cuando una firma sueca inauguró lo que ahora es el complejo marino de energía eólica más grande del mundo frente a la costa de Kent, a un costo de 1 306,25 millones de dólares, se nos dijo que su “capacidad” era de 300 megavatios, suficiente para proporcionar energía no contaminante para miles de hogares.

Lo que no se nos dijo es que su producción real promediará unos modestos 80 megavatios, la décima parte de lo que proporciona una central eléctrica que funciona con gas, por lo que estaremos pagando un subsidio de 97,95 millones de dólares anuales, que son 2 448 millones de dólares para los 25 años de vida útil de las turbinas.

La tercera gran mentira de los propagandistas de la energía eólica es que esta industria, de alguna manera, está haciendo una contribución vital a la “salvación del planeta”, al disminuir nuestras emisiones de CO2.

Incluso si uno cree que restringir nuestro empleo de combustibles fósiles podría cambiar el clima de la Tierra, la reducción de emisiones de CO2 lograda mediante turbinas de viento es tan insignificante, que un gran complejo de producción de electricidad por medio de la energía eólica ahorra en un año considerablemente menos de lo que en el mismo lapso despide un solo avión jumbo de pasajeros que vuele diariamente entre Gran Bretaña y los EE. UU.

Entonces, por supuesto, la construcción de turbinas genera enormes emisiones de CO2 como resultado de los trabajos de minería para conseguir sus insumos y de la fundición de metales que se necesita, del cemento de intensa producción de carbono necesario para los gigantescos cimientos de concreto; como resultado de la construcción de kilómetros de caminos necesaria con frecuencia para movilizar todo al lugar de construcción y el desprendimiento de enormes cantidades de CO2 liberadas de los terrenos de turba en que se construyen muchas turbinas.

Cuando uno toma en cuenta, también, las plantas de energía eléctrica que funcionan quemando gas sólo para proporcionar restitución del servicio por la intermitencia del viento, cualquier ahorro se desvanece completamente.

Sin embargo, a partir de la fuerza de estos tres grandes autoengaños, nuestro gobierno se ha embarcado en uno de los más desconsiderados juegos de azar de nuestra historia política: la idea de que podemos esperanzarnos en los caprichos del viento para proporcionar cerca de un tercio de la electricidad que necesitamos para mantener en marcha nuestra economía, algo muy por encima del 90 por ciento de lo que ahora nos proporcionan todavía el carbón, el gas y la energía nuclear.

Es cierto que esta meta de elevar la contribución obtenible por el viento en más de diez veces en los próximos nueve años fue planteada por la UE. Pero no es bueno culpar a Bruselas por tan absurdamente ambicioso objetivo, porque nadie estaba más dispuesto a adoptarlo que nuestros propios políticos, primero con Gordon Brown y Ed Miliband a la cabeza, y ahora con David Cameron y el Secretario de Energía Chris Huhne.

Para cumplir la meta, nuestro gobierno desea vernos gastar 163 mil 256 millones de dólares en la construcción de 10 000 turbinas más, amén de otros 65 mil 300 millones de dólares para conectar todas ellas a la red nacional de electricidad.

Según entendidos de la industria de la electricidad, necesitaremos entonces gastar otros 163 mil 256 millones de dólares en las plantas de electricidad comunes para proporcionar restitución de servicio cuando falle el viento, todo lo cual llega a 391 mil 816 millones para el año 2020, o algo poco más de $1 632,57 anuales por cada hogar del país.

Y por esto nuestros políticos están muy felices de ver nuestras zonas campestres y el paisaje marino asfixiados en extensas estructuras de gigantesca maquinaria industrial, todo para producir una cantidad de electricidad que podría obtenerse a diez veces menos precio mediante plantas de electricidad comunes.

Esta huida de la realidad es verdaderamente una de las más grandes locuras.


Pero lo que transforma una loca fantasía en una catástrofe potencial es que Gran Bretaña enfrentará pronto un enorme déficit en el suministro de electricidad, cuando ocurra el cierre de las plantas de electricidad comunes, que actualmente proporcionan casi el 40 por ciento de nuestras necesidades de electricidad.

Solamente dos de nuestras veteranas plantas de producción de electricidad por energía atómica no se acercan al final de su vida útil, con poca opción de reemplazarlas, durante muchos largos años.

Seis de nuestras plantas de electricidad que funcionan con carbón obligatoriamente dejarán de funcionar según una directiva anticontaminación atmosférica de la UE, y nuestro gobierno se esmera para asegurarse de que no se construyan más plantas eléctricas.

No hay esperanza de que podamos reponer sólo con turbinas de viento más que una fracción del resultante déficit energético, por la simple y obvia razón de que el viento es una fuente de energía aleatoria y no confiable.

Entre tanto, este país pronto enfrentará un colosal déficit energético, dependiente del suministro de gas de países políticamente no confiables como Rusia y Argelia.

Lo que vemos, en síntesis, es el precio que empezamos a pagar por las dos décadas pasadas, durante las cuales nuestra política energética ha sido atraída sin remedio por cantos de sirena de los defensores del medio ambiente; que primero persuadieron a nuestros políticos a dejar el carbón y no construir más reactores nucleares, y luego a que cayeran en el quijotesco sueño de que podíamos jugar a los dados el futuro de nuestro país apostando a la energía “gratuita” y “limpia” del viento y del Sol.

En toda la UE, otros políticos están despertando y viendo la realidad del callejón sin salida al que esta locura nos ha estado llevando.

Los daneses, que han construido más turbinas per cápita que nadie, han reparado en la idiotez de una política que les ha impuesto los precios más altos de electricidad de toda Europa, mientras tienen que importar mucha de la energía que necesitan.

En España, su carrera en pos de la energía eólica y solar ha resultado ser un desastre nacional. En Alemania, que ha construido más turbinas que cualquier otro país, ahora como locos están construyendo plantas de electricidad que funcionan con carbón.

Los holandeses, mientras tanto, han dicho “Hasta acá no más, no somos tontos” a la UE y han recortado drásticamente todos los subsidios por energía renovable.

Solamente en Gran Bretaña nuestros dirigentes políticos están tan encerrados en su capricho con el viento, que se preparan para cortejar esta peligrosamente descaminada quimera.

Traducción por Con nuestro Perú de