Historia, madre y maestra
Documento N.o 109*

Guerra del Pacífico. Duros cargos de Cáceres contra IglesiasMiguel Iglesias Guerra del Pacifico


Ayacucho, diciembre 31 de 1883

Lima

Señor N.N.

He recibido su apreciable del 6 del presente, que me es grato contestar.

Me habla Ud. de las causas que han engendrado los desastres sucesivos de Lima.

Voy a emitirle la opinión que tengo a ese respecto.

Los desastres ignominiosos del Perú se deben a que nunca nos planteamos las situaciones netamente y como son en realidad: por falta de carácter, por cálculos mezquinos, por intransigencias que no reconocen un origen noble, nos hemos rebelado siempre contra las soluciones dictadas por la razón, por la moral, por el patriotismo y por el deber, que nos acogemos a todas las intrigas, a todas las bajezas, a todas las apostasías, que nos presentan ante el mundo como un pueblo abyecto y prostituido, incapaz de salvar lo que nunca debe perderse: la dignidad del infortunio.

 

Sí, amigo mío, ésta es la verdad, pese a quien pesare.

Supone Ud. y con fundamento, que muchos desengaños habrán lacerado mi corazón y muchas esperanzas fallidas habrán torturado mi espíritu, en el camino de la noble causa de la resistencia.

Su inteligencia superior ha comprendido el carácter y la intensidad de mis sufrimientos; pero abrigue Ud. esta convicción invariable: Los obstáculos y las horrorosas decepciones que he encontrado a mi paso y hoy mismo se me oponen con creciente insistencia, no serán bastante para hacerme abandonar el campo de la defensa del Perú. Cuando se ha pasado por Tarapacá y por Huamachuco, no se puede retroceder sin mengua: no quiero profanar con mis plantas, en ese extraño retroceso, las cenizas de tantas víctimas augustas, ni empañar con una monstruosa deserción las glorias que he podido conquistar para mi patria en sus desgracias.

Me dice Ud. y reconozco su sinceridad, que el patriotismo me pide que ponga término a la lucha, para servir a mi país en las grandes evoluciones de su reorganización.

Póngase Ud. la mano al corazón y reconsidere sus palabras.

¿Qué reorganización bajo un orden de cosas impuesto por el enemigo?

La reorganización del Perú no reconocerá nunca como base la traición de sus malos hijos ni los esfuerzos de las bayonetas de Chile.

Esa reorganización vendrá más tarde.

Lo que conviene hoy es poner a salvo la honra nacional.

Chile, al crear un gobierno en el país, no ha hecho política peruana, ha hecho y está haciendo política chilena.

¿Y cree Ud. después de esto, que es posible la reorganización de la república?

Ud. me manifiesta que el gobierno de Iglesias ha ratificado solemne y definitivamente sus títulos de tal, y que a él se debe la paz y la reconquista de la autonomía perdida; agregando Ud. que para que a ese beneficio sigan los del orden, los del progreso, los de nuestro renacimiento a la vida de la ley y la libertad, es preciso que todos contribuyan a ello, y que la suerte me reserva en esa tarea un hermoso papel.

Quiero ser franco con Ud. tanto como Ud. lo ha sido conmigo.

Yo no veo en Iglesias sino a un teniente chileno, que obedece a los propósitos chilenos, que vive bajo la sombra de los chilenos y que, en suma, subsistirá con el aparato de poder que tiene en Lima, tanto tiempo cuanto el que permanezcan en el territorio nacional los ejércitos chilenos.

¿Qué solemne y definitiva ratificación de títulos, es, pues, de la que Ud. me habla?

Más, quiero poner fin a estas enojosas apreciaciones y resumir lo que siento y lo pienso en orden a la actual situación.

Hundida la república por causa de sus propios hijos, más que por la victoria del enemigo, no queda a los buenos peruanos otro camino que el de la resistencia, camino erizado de dificultades y fecundo en enseñanzas dolorosas, pero a cuyo término se encuentra indefectiblemente, sino el triunfo completo sobre Chile, una solución que ponga a salvo la honra y la verdadera autonomía de la nación.

¿Qué se necesita para esto? Carácter para perseverar, carácter para no transigir con el cálculo y la cobardía, carácter para sobreponerse a todo, inclusive las derrotas, carácter siempre carácter.

¿Se teme la efusión de sangre? Ese es un temor pueril. La historia nos enseña que las grandes causas demandan grandes martirios, y que la reorganización de un pueblo no es, en suma, sino el resultado de sangrientos sacrificios.

Yo que conozco esa ley social, no puedo desecharla, desde que tengo voluntad para cumplirla.

Soy de Ud. atento y seguro servidor.

Andrés A. Cáceres

PL. Lima, miércoles 20 de febrero de 1884

*Campaña de La Breña. Colección de Documentos Inéditos: 1881-1884.
Luis Guzmán Palomino. Lima 1990