Historia, madre y maestra

Piérola II
Nicolas de Pierola
por Manuel González Prada
; Figuras y figurones, Obras, Tomo I, volumen 2, pp. 337-373, Lima 1986


II

Aunque la fisonomía del hombre quede ya esbozada en sus rasgos característicos, debemos acentuarla más: no importa recargar las líneas o incurrir en algunas repeticiones.

 

En Piérola resalta una cosa admirable: la olímpica serenidad para sobrellevar las responsabilidades que gravitan sobre sus hombros. Desde hace unos treinta años, las mayores calamidades vienen de su mano, mereciendo llamarse el hombre nefasto por excelencia: como Ministro de Hacienda, celebra el Contrato Dreyfus y arruina las finanzas nacionales; como Dictador, consuma la derrota y agrava la desventurada condición del país. ¿Quién dirá los caudales dilapidados ni las vidas sacrificadas a su ambición y codicia? No habiendo ejercido ninguna profesión ni producido nada útil o bello, gastó su vida en practicar la industria sudamericana de las revoluciones. En el largo curso de su existencia no ha sido más que una máquina empleada en destruir o paralizar las fuerzas vivas de la Nación. Sin embargo, en medio de la sangre y del llanto, del incendio y de las ruinas, de la desesperación y de la muerte, en medio de su obra, se queda tan impávido y sereno como el niño que rompe un jarrón de Sévres o deshoja un ramo de flores.

Más que impávido y sereno, vive tan ufano y satisfecho como si nos hubiera redimido de la esclavitud y fuera el Moisés o Judas Macabeo de nuestra raza. Creyendo insuficientes las nubes de incienso que le arrojan los turiferarios de la prensa oficial, no mueve nunca el labio sin hacer su panegírico y alabar las excelencias de su gobierno. Escuchémosle: Pardo, Prado, La Puerta, Iglesias, Cáceres, Morales Bermúdez, Borgoño, todos erraron y delinquieron: sólo él resplandece incólume, libre de error y pecado. Según lo deja traslucir, la historia del Perú se divide ya en tres grandes épocas: desde Manco Cápac hasta Francisco Pizarro, desde Francisco Pizarro hasta Nicolás de Piérola y desde Nicolás de Piérola hasta la consumación de los siglos.

Con el orgullo, la vanidad y la soberbia se explica todo, desde la satisfacción y ufanía hasta las alabanzas propias y la olímpica serenidad. Profesando la convicción de que unos nacen para mandar y otros para obedecer, incluyéndose naturalmente en el número de los favorecidos, Piérola se figura que los peruanos le debemos obediencia y pleito homenaje. En el Palacio de Gobierno todos los Presidentes son inquilinos, él es el propietario. Como proclama la existencia de hombres providenciales, vive plenamente seguro de "haber sido creado por un decreto especial y nominativo del Eterno".9 Se comprende, pues, que desde las alturas donde se imagina colocado "nos divise como átomos sin la menor semejanza con él"10 y se haya formado tan sublime concepto de sí mismo que "respetuosamente lleve la cabeza sobre sus hombros como si transportara el Santísimo Sacramento".11 Cuando en 1895 abre o instala su Asamblea Demócrata "en el nombre de Dios Creador y Conservador del Universo", no hace más que solicitar la presencia de un amigo para demandarle unos cuantos consejos. Admira que al titularse Protector de la Raza Indígena no se hubiera llamado también Defensor de Jesús en el Tahuantisuyu. Pero no cabe duda que al sufrir los descalabros de Los Angeles, Yacango, San Juan y Miraflores acusaba a Dios de ingrato y olvidadizo.

¡Ser providencial, grande hombre! Se desvive y se desvela por manifestarse magnífico en sus dichos y hechos, por imitar y seguir a las celebridades antiguas y modernas. No alcanzando a producir nada original, retiene frases históricas y con el mayor aplomo las endosa, más o menos alteradas, como si fueran chispas de su ingenio. Ya sabemos de qué manera parodió la gasconada de Jules Favre: "Ni una piedra de nuestras fortalezas, ni una pulgada de nuestro territorio". Ministro de Hacienda, tuvo la osadía de apropiarse un arranque de Guizot contra Mole y querer abrumar a los diputados de la oposición diciéndoles: "Por más que algunos se empinen, no llegarán a la altura de mi desprecio". Insolencia disculpable en Guizot que por su talla parecía un eucalipto arraigado en el suelo del Parlamento, imperdonable y ridícula en Piérola que por su estatura semejaba en la tribuna un uistiti asomándose por la bota del ogro. Luis XIV ¿no se llamaba o se dejaba llamar Le Roi-Soleil — el Rey-Sol? Piérola exclama hoy cuando le hablan de su moribundo reinado: "Ya soy le soleil conchante" (sic).

De Dictador quiso imitar a Bolívar y Prado, sin acordarse que Bolívar se llamaba el Libertador Bolívar, ni que Prado, dictador in nomine, no ejerció ninguna tiranía, declinó la autoridad en su ministerio y, más que nada, supo justificar la Dictadura con el 2 de Mayo. Vivanco, soñando ser el Napoleón III de los Andes, tuvo amago de pera y consumación de mostachos; no obstante, se quedó sin el Imperio, gracias al oportuno sable de Castilla. Queriendo ser ambos Napoleones a la vez, Piérola realiza el bigote y la pera de Badinguet; mas como la naturaleza del cabello le impide lucir el famoso mechón lacio de Bonaparte, lleva en la frente un rizo que tiñe de blanco, engoma y retuerce hasta comunicarle la forma de un aplanado tirabuzón de hojalata. Probablemente habrá sabido que Mahoma ostentaba en la comisura de las cejas una especie de lucero y se dice: "Vaya, el tirabuzón por el lucero".

Se rodeó siempre de favoritos porque así lo acostumbraron los reyes; y felizmente no se acordó de Enrique III, pues nos habría organizado una escolta de miñones o maricas. En lo más encendido de la guerra con Chile, pensando que Napoleón dictaba desde Moscú reglamentos para los teatros de París, funda en Lima un Instituto de Bellas Artes, Letras y Monumentos Públicos. Al recordar que Julio César, en medio de sus conquistas, se daba margen para escribir libros de Gramática, o que todo un Carlomagno bajaba del trono para vigilar su gallinero, nos habría confeccionado leyes ortográficas sobre la sustitución de la y por la i o decretos sobre la empolladura artificial de los huevos de ganso. Desde hace algún tiempo se modela según el actual Emperador de Alemania, sin fijarse que el menos agudo puede llamar a Bonaparte el hombre, a Guillermo II el actor, a Nicolás de Piérola el fantoche.

Llevado por la manía de singularizarse; de monopolizar las miradas, de acaparar la admiración, escribe su nombre en todos los edificios públicos, erige su busto donde puede y graba su efigie donde cabe, desde los sellos postales hasta la moneda. Las frases que el Padre Coloma aplica a la Currita Albornoz, le vienen como de molde: "Si asiste a una boda, quiere ser la novia; si a un bautizo, el recién nacido; si a un entierro, el muerto". Si alguna vez le ahorcaran, se alegraría con tal de bambolearse en el palo más alto.12 Habría deseado estirarse como un álamo para sobresalir entre la muchedumbre y dar ocasión a que todo el mundo se preguntara: "¿Cómo se llama ese gigante?". Habría dado la honra de su madre y la vida de su padre, habría gemido cien años en la parrilla de San Lorenzo, habría vendido su alma al Diablo, por unas cuantas pulgadas de estatura. Ya se comprende la rabia y el despecho del hombre que soñando medirse con Goliat, despierta igualándose a Tirabeque y Sancho; del individuo que pensando rozar las estrellas con la frente, sólo consigue rascar el suelo con el fundillo.

La vanidad y la soberbia, el no creerse nunca en el desacierto ni en condición inferior a los demás, hacen que Piérola ignore el sentimiento de lo ridículo y ofrezca el más curioso espécimen del bobo serio. Ofuscado por la veneración de sí mismo y juzgándose incapaz de merecer la burla, carece de la malicia necesaria para distinguir cuándo la sonrisa del interlocutor expresa la inocente verdad y cuándo encierra el agridulce de la ironía. Por eso, al atacarle, no sirven de nada rasguños de pluma ni cosquilleos de sátira benigna: se necesita banderillas de fuego y rociadas de ácidos corrosivos. Naturaleza burda y mal descortezada, vive a mil leguas de aquellos finos y delicados espíritus que miden escrupulosamente sus acciones y palabras, se conservan en la línea correcta y prefieren verse empalados cien veces, antes de quedar una sola vez expuestos a la burla y el escarnio. De otra manera ¿cómo darse títulos que se reclaman de La Vida Parisiense y piden la música de Offenbach? ¿Cómo emperejilarse con adefesios que merecen una orquesta de pitos y una lluvia de tomates? Mas exigirle a Piérola seriedad en las acciones y gravedad en el vestido equivale a querer un imposible. Si algunos hombres no ríen ni provocan la risa, otros nacen para servir de irrisión y mofa: en lo más trágico de la vida, en el dolor y las enfermedades, en el suplicio y la agonía, ofrecen algo que nos induce a compadecerles riendo. Convertidos en cadáver, los ridículos a nativitate presentan alguna mueca o gesto que produce risa. Tal es Piérola: él y lo ridículo andan invariablemente unidos. Cuando quiere echarla de hombre serio y grave se iguala con esos caballeros que salen a paseo muy afeitados, muy prendidos, muy flamantes y que sin embargo pasan causando una bulliciosa hilaridad porque en la espalda llevan una calavera de albayalde o dejan asomar la punta de la camisa por bajo los faldones de la leva. ¡Ridículo, eternamente ridículo!

Pero hay actos de Piérola, no sólo ridículos sino de una desesperante frivolidad, de una frivolidad femenina, pueril, incalificable. Se ocupa de formar anagramas con su nombre (León Dapier) y viaja de incógnito -por donde nadie le conoce- haciéndose llamar Castillo en el Talismán, Teodoro de Alba en el Ecuador, Fernández Garreaud en París y no recordamos si Mister White en Londres, Herr von Tiefenbacher en Berlín o el Signar Vermicelli en Roma. Al evadirse de la prisión a que en 1890 le redujo Cáceres, deja en la celda sus patillas, un corsé, un detente, una variada serie de sus propias fotografías y no sabemos si una colección de pantorrillas y nalgas postizas. En marzo de 1895, antes de recoger cadáveres y curar heridos, se manda coser el uniforme de General de División. Algunas almas caritativas le disuadieron de llevarle. Últimamente le hemos visto hacer cuestión de gobierno el color y calidad de las medias que envolverían las pantorrillas de su valet de pied y de su valet de chambre. ¡Qué mucho! si en plena Dictadura, con los chilenos a las goteras de Lima, consume horas delante del espejo para ensayar alguna casaquilla o entorchado, y en las conversaciones de sobremesa con sus Ministros y Comandantes Generales discute larga y acaloradamente sobre si en la cima de su casco pondrá un cóndor o un pararrayos. El uniforme estrenado en la procesión de las Mercedes le costó más desvelos que la defensa de Lima.

Con todo, Piérola tiene la malignidad bellaca, la inclinación a la intriga vulgar o de escaleras abajo, en una palabra, la astucia. Y con ella patentiza más su naturaleza burda y mal descortezada, su pequeñez intelectual y moral, porque la astucia no pertenece a los hombres que llevan el cerebro atestado de grandes ideas y el corazón rebosando de nobles sentimientos: como el musgo en las piedras, la astucia nace en las almas estériles y pobres. Los pensadores y los buenos se muestran leales, crédulos, fáciles de sufrir el engaño; por el contrario ¿quién se la juega al rústico y al patán? Astuto el posadero que da gato por liebre, astuto el mercachifle que hace pagar la tela de algodón por género de lana; astuto el boticario que endilga el aquafontis por un maravilloso específico; astuto el gitano que vende un asno viejo y mañoso por un pollino amable y de buen corazón. Gil Blas se burla de Newton, un piel roja de Darwin. Si la astucia no recomienda mucho al hombre, tampoco arguye en favor del animal: astutos el zorro, la serpiente y la chinche; mas no el toro, el caballo ni el perro. Y lo curioso está en que a Piérola se le mira venir desde lejos y se le dice: "Ya te conozco, besugo": todos sus planes maquiavélicos resaltan como parche blanco en tela negra. Queriendo hacer el fino, parece un oso bailando la cachucha española y el minué francés. Se figura eclipsar a Metternich o Talleyrand cuando se porta como el camello que sepulta la cabeza en el arenal y deja al aire libre las dos jorobas. Se congratula muchas veces de haber asestado un golpe maestro y digno de la inmortalidad, como Tartarín de Tarascón se vanagloriaba de cazar leones cuando había cometido el alevoso asesinato de un burro.

Pero, descúbrase o no se descubra la trama, le importa un comino, siendo lo que llaman los franceses un je-m'en-fou-tiste, un hombre que sigue las divisas de el que venga atrás que arree y después de mí el diluvio. Su entrada en la vida pública lo dice muy bien. Salido apenas del Seminario, cuando no posee más bienes que su título de abogado (adquirido por arte de birlibirloque) cuando siente por primera y última vez en su vida el deseo de trabajar honradamente, abre una puerta-cajón o tenducho en la calle de Melchormalo, con el fin de vender, no sembradoras para las haciendas ni picos para las minas, sino santitos de yeso, fruslerías, Tónico Oriental y muchísimos menjurjes para remozar viejos verdes y revocar jamonas averiadas. No perseveró mucho en el comercio, más bien dicho, no le dejaron perseverar, pues como se busca un bravo para que dé una puñalada, le sacaron de su mostrador para que firmara el Contrato Dreyfus. Para coger el cetro de Roma, Cincinato abandonó la esteva del arado; para recibir el portafolio de Hacienda, Piérola deja la leche antefélica y el ungüento del soldado.

Según Ph. de Rougemont, "el general Echenique, uno de los personajes más comprometidos en esta intriga financiera, fue el que se encargó de encontrar al hombre. "-Tengo, le dijo al Presidente, lo que usted desea. No busque más. Un deudo mío, muy joven, muy pobre, muy oscuro y muy ambicioso; tan vanidoso como falto de escrúpulo; lego en las finanzas, pero bastante inteligente y bastante atrevido para hacer creer que posee a fondo la Ciencia Económica, es el único hombre que llena las condiciones del programa.13

Sin saber jota de finanzas, ignorando si la voz penique servía para designar un asteroide o un molusco, firma un contrato leonino y nos entrega maniatados a la mala fe y rapacidad de unos cuantos especuladores cosmopolitas. Si el contrato hubiera favorecido a los Consignatarios con perjuicio de Dreyfus y Compañía, le habría firmado con el mismo tupé, con la misma ligereza. También, si en lugar de hacerle Ministro de Hacienda, le hubieran nombrado Arzobispo de Lima, ingeniero del Estado, profesor de lengua china, Contralmirante de la Escuadra o comadrón de la Maternidad, habría aceptado el cargo, sin titubear, creyéndose con aptitudes necesarias para ejercerle. El no quería sino el trampolín donde pegar el salto y caer en la Caja Fiscal.

Una vez ingerido en la política, habiendo saboreado las dulzuras de signar contratos y manejar fondos públicos, no se satisface con segundos papeles y dirige sus miradas a la Presidencia de la República, al mismo tiempo que Manuel Pardo se afana por constituir el Partido Civil. Entonces organiza una facción o bandería con ínfulas liberales y democráticas. Veamos el liberalismo y la democracia de Piérola.

Educado en Santo Toribio, al calor non soneto del clérigo Huertas, ordenado de órdenes menores, Piérola no se desnudó del espíritu clerical y jesuítico al borrarse la corona y desvestirse de la sotana: conservó el indeleble sello del défroque. Desde los primeros ensayos que bajo el seudónimo de Lucas Fernández publicó en no sabemos qué periodiquillo fundado, redactado y fomentado por clérigos 14 hasta los editoriales que dio a luz con su nombre en El Tiempo y anónimos en El País, no defendió más causas que las retrógradas, no predicó más ideas que las ultramontanas. A las pocas horas de organizada la Dictadura, antes de dirigirse al Cuerpo Diplomático residente en Lima, se arrodilla ante el Delegado de León XIII para besarle humildemente la sandalia, "reiterarle la fe inquebrantable y el amor filial, y pedirle su bendición apostólica". En el artículo 3o del Estatuto Provisorio establece que "no se altera el artículo 4o de la Constitución, relativo a la Religión del Estado". En su Declaración de Principios y bases para la organización del Partido Demócrata, en ese piramidal y famoso, documento donde trozos de Agronomía se mezclan a fragmentos de Lugares Teológicos, donde preceptos de Higiene se confunden con leyes de Economía Política y donde la Mineralogía anda en contubernio con las "elecciones populares por medio del voto acumulativo", Piérola nos habla de todo, sin olvidar "el drenaje, el halaje, el warrant comercial" ni "el paludismo de los terrenos pantanosos", menos de la cuestión religiosa: la juzga intangible.15

Hoy mismo acude fielmente a las asistencias religiosas, invierte sumas enormes en refaccionar las iglesias, harta de oro a los obispos nacionales que asisten al Concilio Latino Americano, favorece todas las pretensiones absorbentes del clero y, con un simple decreto, desvirtúa los pocos buenos efectos de la ley sobre matrimonio entre los no católicos.

Al tacharle de hipócrita porque en sus días negros o de mandatario indefinido asiste a misa con devocionario en mano, se pone en cruz, besa el suelo y lanza fervientes jaculatorias, se le calumniará: cree de buena fe, aunque su religión no pase de fango revuelto con agua bendita. El no ha dejado las regiones inferiores de la religiosidad o superstición, y practica acciones que pugnan con el Catolicismo, con la Moral y hasta con la Higiene pública, porque su proceso mental se parece al estado sicológico del negro que antes de violar y matar, reza la oración del justo juez o pone los labios en el escapulario de Nuestra Señora del Carmen. Sembrando el fanatismo y protegiendo las órdenes religiosas, Piérola se imagina redimir sus culpas y hacer mérito para ganar el cielo. Como por la noche "peca bueno" aunque no "de balde" y al mediodía paga caro el remiendo de alguna torre churrigueresca, resulta que sus buenos conciudadanos le costeamos el pecado y la penitencia.

No cabe negar su hipocresía política. Billinghurst, el correligionario y amigo de treinta años, el hombre que debe conocerle más a fondo, le dice con muchísima razón: "La hipocresía política es mil veces más funesta que la hipocresía religiosa, y usted don Nicolás, posee la primera en grado que nadie que no lo conozca íntimamente podría imaginarse".16 Y ¿no hay su mérito en eso? ¿Parece nada fundar toda una vida pública y privada en el engaño y la mentira? Se cuenta de hombres que mienten por conveniencia o costumbre; pero ¿se cita muchos que tengan derecho a llamarse la hipocresía personificada?

La mentira gorda, la que llamamos madre porque de ella nacen todas las demás, es su democracia. El hombre que en el Ministerio de Hacienda nos engañó con su pericia financiera y en la Dictadura volvió a engañarnos con su genio militar, sigue y seguirá engañándonos con sus ideas democráticas. Mas, por mucho que intente alucinarnos con pepitorias fraternizantes y divagaciones igualitarias, Piérola deja traslucir en los menores actos de la vida su espíritu conservador y autoritario. Aunque venga del echeniquismo, pertenece a la escuela de Vivanco, el General que no ganó batallas, el académico que no escribió ningún folleto, el marido que no engendró un solo hijo a su mujer. La teoría de la escuela vivanquista se condensaba en sostener que para gobernar al Perú no se requiere de leyes ni de constituciones, sino de mucha energía, personificada en unos mostachos a la Napoleón III.

El Jefe del Partido Demócrata no sólo es monárquico por temperamento y clerical por educación, sino aristócrata, no sabemos por qué. Habría representado con gusto el papel aristocrático de Manuel Pardo si hubiera nacido en más elevada esfera social, y sobre todo, si no se hubiese malquistado con las personas decentes o consignatarios del guano, al celebrar el Contrato Dreyfus. No pudiendo encabezar el Civilismo, fundó el Partido Demócrata; careciendo de mucho para nivelarse con Pardo, se declaró su enemigo mortal. El mismo lo ha confesado con el mayor cinismo: "Tomé lo que me dejaron".

El odio de Piérola a Pardo se agravaba con la envidia, cosa muy natural, dadas las condiciones sociales y hasta la contextura física de ambos: era el odio del mulato al descendiente de sus antiguos amos, del homúnculo enclenque y simiesco al hombre alto y bien constituido. Porque Manuel Pardo, a pesar de su mirada siniestra, tenía una figura arrogante, simpática y varonil; mientras Nicolás de Piérola, deficiente de cuerpo y desfavorecido de cara, no poseía ninguna perfección que hiciera olvidar el prognatismo de las mandíbulas, el pigmento de la piel ni las vedijas del cabello. La distancia entre los dos enemigos se marca bien diciendo que al entrar en una casa, a Pardo se le hubiera creído el amo, a Piérola el sirviente. En lo moral presentaban mayores divergencias que en lo físico y lo social: cuando se habla de Pardo, se menciona sus defectos y en seguida se rememora sus virtudes públicas y privadas; cuando se trata de Piérola, se recuerda vicios y nada más. Si no, vengan los más empecinados Demócratas y respondan: ¿cuál es la virtud de su jefe?

Se concibe, pues, que el día más feliz en la vida de Piérola, fue el 16 de noviembre de 1878, cuando un sargento (hipnotizado por no sabemos quiénes) hirió de muerte a Manuel Pardo: le quedaba el campo libre, se helaba la única mano capaz de tenerle a raya. Pero no bastaba eliminar al enemigo y sustituirle en el Poder, faltaba eclipsarle en mérito. Examinando los dichos y hechos de Piérola, se nota que vivió tentando esfuerzos inauditos para levantarse sobre Pardo. Con todos sus defectos, mejor dicho, con todos sus errores (algunos gravísimos) Pardo se diseña como el único mandatario que, después de Santa Cruz, haya concebido un plan político y abierto uno que otro surco luminoso; Piérola no sabe dónde va ni da a entender lo que desea, porque todo lo embrolla y lo descompone: genio esencialmente maléfico, donde pone una mano deja una huella roja, donde imprime la otra deja una mancha negra. En verse pequeño ante Pardo encontró por muchos años su desesperación y su martirio; y hoy mismo, sobreponiéndose al miedo y al remordimiento, evocará la ensangrentada figura de su víctima para medirse con ella.

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9 Renán lo dijo por Víctor Hugo.

10 Saint-Simon refiriéndose al Duque de Bourgogne: "De la hauteur des cieux il ne regardait les hommes que comme des atomes avec qui il n'avait aucune ressemblance, quels qu'ils fussent".

11 Desmoulins hablando de Saint-Just.

12 En nota marginal, el autor ha escrito la siguiente variante: "Si alguna vez le ahorcaran, rabiaría, como el envidioso de la Antología Griega, contra el ajusticiado que bamboleara en una cuerda más alta". (Nota del editor).

13 Ph. de Rougemont : Une page de l'histoire de la díctature de Nicolás de Piérola en 1880, Melun, Imp. A. Dubois, 1883; pág.10.

14 El Arzobispo de Lima lo subvencionaba con cuarenta soles.

15 Apurados debieron de verse los Quispes y los Mamanis para entender "el warrant, el halaje, el drenaje y el paludismo", porque la Declaración de Principios está redactada, según su autor, "en forma ligeramente razonada y sucinta como lo consiente el propósito de llevarlos (los principios) con claridad hasta las últimas filas de nuestros adherentes".

16 Carta del 18 de abril de 1899.