Usurpadores chilenos expulsan a sacerdotes peruanos de Tacna

Escribe: César Vásquez Bazán

Jorge Basadre escribe sobre la chilenización de Tacna y Arica (I).

Mapa de la Provincia de Tacna preparado en 1895 por los usurpadores chilenos.

Una férvida expresión colectiva resultó el saludo de los pobladores de la ciudad y el puerto vecino [Arica] al llegar el general Roque Sáenz Peña a este puerto con ocasión de su viaje a Lima como invitado de honor con motivo de haber sido erigido el monumento a Bolognesi. En un gesto de solidaridad con las ceremonias llevadas a cabo entonces en Lima, un grupo de ariqueños subió una noche al morro, robó uno de los cañones peruanos que todavía estaban abandonados en la cima; y, después de increíbles peripecias, logró despacharlo clandestinamente a Lima. Por desgracia, no fue colocado junto al monumento a Bolognesi. Se le envió indiferentemente al museo para que yaciera allí en el olvido y se perdiese.

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Las muestras visibles de fervor protestatario no emergieron únicamente en los días de liturgia cívica. Don Pedro Montt, hijo del eminente Manuel Montt, fue elegido Presidente de Chile en 1906. Uno de los temas incluidos en su plataforma electoral, la construcción de un ferrocarril longitudinal a lo largo del norte del país, afectó a toda la región de Tacna y Arica. Don Pedro decidió visitar esa controvertida zona. Un arco de triunfo fue erigido para celebrar su llegada a nuestra ciudad natal al lado del edificio de la Intendencia, es decir, casi al frente de nuestro hogar. Resultó notorio que la recepción al jefe del Estado chileno en torno a dicho arco, estuvo acompañado por una concurrencia muy escasa. Algunos días más tarde, llegó Carlos Forero con motivo de su candidatura a la representación parlamentaria por el departamento de Tacna Libre, la zona vecina al área ocupada por los vencedores de 1883. Una entusiasta multitud le rodeó en su paso por las calles. El Presidente Montt se había enfermado y hallábase descansando en un hotel. Al llegar los manifestantes a esa cuadra, guardaron estricto silencio. Los gritos que aclamaban al Perú y a Forero reanudáronse sólo en la calle siguiente. La enfermedad de don Pedro resultó muy grave y se hizo necesario que entregase su investidura al Vicepresidente de la República para viajar a Europa en busca de la salud. Falleció en Bremen, antes de que hubiese terminado su período de gobierno.

La expulsión de los sacerdotes peruanos

Al fallecer el vicario de Tacna José Félix Andía, el Intendente Máximo R. Lira ordenó la clausura de los templos de San Ramón y del Espíritu Santo en aquella ciudad por encontrarse acéfala la parroquia, ya que negóse a reconocer al cura vicario interino José María Flores Mestre, nombrado por el Obispo de Arequipa, hasta que lo aprobara el gobierno de Chile. Simultáneamente mandó poner en custodia del juez de letras de Tacna el archivo de la parroquia. Pero ya los libros de bautismos, matrimonios y defunciones de Tacna y Pachía desde mediados del siglo XVIII habían sido ocultados por los sacerdotes peruanos con la ayuda de algunas familias tacneñas; y el juez chileno se incautó sólo de los libros de confirmaciones, capellanías, estipendios de misas, mandas, inventarios y otros análogos. En el traslado de estos documentos de la casa cural a otras y en el envío secreto de ellos primero a Arica y luego a Lima y al Obispado de Arequipa, intervinieron muchas personas, algunas connotadas como doña Rosa Legay de Trabucco y el jefe de la agencia marítima Nugent, don Eduardo Hogez Nugent, así como gentes humildes y anónimas. Por eso se salvaron los libros parroquiales que años más tarde, en 1925 y 1926, el gobierno peruano manejó para tener una relación exacta de los nacidos en el territorio plebiscitario.

Con motivo de la clausura de las iglesias, el cura J. M. Flores Mestre presentó una querella ante el juez letrado; pero éste le exigió que acreditase su personería. En cuanto al inventario y guarda del archivo parroquial, la Corte aprobó que continuara en el juzgado. Los curas peruanos de Tacna y Arica, desalojados de las iglesias, abrieron diversos oratorios particulares en noviembre de 1909; pero no por mucho tiempo.

En febrero de 1910 el Ministro de Relaciones Exteriores chileno Agustín Edwards, autorizó al Intendente Máximo R. Lira para que los expulsara del territorio por desconocer las leyes y ser elementos de discordia. Así fue ordenada en marzo la salida de los presbíteros J. M. Flores Mestre, Vitaliano Berroa, José Félix Cáceres, Esteban Tocafondi, Mariano Indacochea Zevallos, Francisco Quiroz y Juan G. Guevara. Berroa y Guevara pidieron garantías a la Corte de Tacna, después de alegar que se les condenaba sin que hubiera sentencia ejecutoriada. La Corte resolvió favorablemente este pedido. Ambos regresaron del territorio peruano al viajar de Sama a Para. El Intendente entabló competencia al tribunal, que optó por remitir el caso al Consejo de Estado. Los dos sacerdotes decidieron entonces dirigirse a la ciudad, con cuyo fin solicitaron públicamente un coche de plaza. Apresados, fueron conducidos con una escolta de policías a la frontera por sendas especiales para evitar que el pueblo de Tacna cumpliera con su propósito de hacerles manifestaciones de simpatía. La expulsión de los sacerdotes peruanos de Tacna y Arica dio lugar a la ruptura de las relaciones diplomáticas entre el Perú y Chile.

El culto religioso quedó suspendido en ambas ciudades y en toda la zona desde marzo de 1910 y el gobierno chileno estaba resuelto a impedir que lo ejercieran sacerdotes peruanos. Los tacneños y ariqueños peruanos se quedaron sin misas, confesiones o comuniones. La Santa Sede, que se había negado a mutilar o reducir el Obispado de Arequipa, autorizó, sin embargo, en 1910 el nombramiento de un vicario castrense para el ejército y la armada chilenos. La elección recayó en el presbítero Rafael Edwards, cuyo fervor patriótico era más hondo que sus deberes religiosos. Una ley de febrero de 1911 dio su organización propia al servicio castrense con un número variable de capellanes. La misma ley consideró como auxiliares de las fuerzas armadas al personal de la administración pública de la provincia de Tacna; a los empleados y jornaleros de los talleres y obras que por cuenta o con garantía o protección del Estado se establecieron o realizasen en la misma provincia; y a los colonos enviados a Tacna por el gobierno. Los capellanes fueron facultados, en junio de 1911, para usar las iglesias cuyo rector se hallase ausente, previo inventario y declarándose ellos mismos depositarios de los objetos de culto. El Obispo de Arequipa, que no había autorizado esos actos, declaró en entredicho todas las iglesias y oratorios públicos de las vicarías foráneas de Tacna y Arica hasta que se dejara expedito el ejercicio de la jurisdicción ordinaria y se permitiese a los legítimos párrocos el libre desempeño de su ministerio (12). No faltó más tarde, en Lima, algún sacerdote que, en la confesión, reprendiera con dureza a mujeres tacneñas porque no habían ido a misa ni habían comulgado durante largo tiempo. Ignoraba tanto la pequeña historia local como la historia internacional y diplomática americana de aquellos días.

Notas

(1) J. Vitaliano Berroa. 1957. El problema religioso durante la ocupación chilena de las provincias irredentas de la diócesis de Arequipa. Lima, Talleres Gráficos “La Confianza”. Publicado por Monseñor Francisco Rubén Berroa, Obispo de Ica. Raúl Palacios Rodríguez, La chilenizacion de Tacna y Arica 1883-1929, páginas 82-104.

Fuente

Basadre, Jorge. 1975. La vida y la historia. Ensayos sobre personas, lugares y problemas. Lima: Fondo del Libro del Banco Industrial del Perú, páginas 38-41.