Por Víctor Bidó

Me sorprende este libro que nos lleva por el paisaje peruano impregnado por un viento sagrado y mágico. Este abriga la memoria indígena: su historia cotidiana y el embrujo sacuden la orfandad en los huecos de la oscuridad. La muerte no muere aún en sus hijos que testimonian y, a la vez, revelan un cosmos ajeno al hombre moderno. Es como si la muerte distrajera al que está a punto de fallecer para ensamblar imágenes del tiempo vivido como una película. De cierto así es, pero también el paisaje memoriza la riqueza del camino que termina por entrar en otro viaje. De él, algunas sugestividades. Basta entender que para el indio adquiere una dimensión profusa sintiendo respeto por la naturaleza olvidada por el hombre citadino.

Memoria, la palabra clave. Toda memoria parte del refugio de lo vivido, pero, a la vez, parte de otra futura como el caso del personaje Matía Luque que la va prefigurando. Poemas de testimonio o testamentario. Hermoso ritual del raído suceder del viajante. En el libro apenas aparece una o dos veces la palabra Muerte, aunque está presente en la atmósfera mágica del paisaje. ¿Qué es un testamento? Una disposición final donde distribuimos las propiedades u otros documentos entre los herederos. En el fondo, son extensiones del cuerpo. Lo material de nada sirve en ese lado donde el espíritu ha de morar. No solamente se testa el tener sino lo vivido (memoria), que es una extensión  espiritual y la  continuidad cultural de un pueblo. Dicho esto, no hay duda con respecto a Matías Luque. En él se encarna la historia de su pueblo.

Somos rastros de olvido, también presencia por medio de la palabra, esa que nos hace sentir y doler lo que hemos sido. En el poema el olvido se ha transfigurado en actualidad. Lo maravilloso de Leoncio Luque Ccota es que ha sabido darnos esa profunda tradición en un lenguaje pulcro, diamantino y vibrante, en versos hermosos donde ambiente y sujeto son una misma entidad a pesar de estar manifestados como dos siendo, en esencia, uno (Ku).

XXV En este epílogo de la mañana o de la tarde donde brotan heridas

XXVI Como un surtidor de dicha

XXVII Para decir que la luz de mis ojos se retira, pero

XXVIII Declaro ser impenetrable de corazón y cristiano de fe

XXIX Amo a mis ancestros y mis dioses tutelares.

Hermosa despedida donde confluyen dos creencias: La cristiana y la aborigen. ¿Cómo confluyen y se complementan? Es cosa de íntima creencia vital.

(Pág. 21)

IX Dejando mi garganta sin voz e hisurta mi alma

X Y mis ojos en diluvio de aflicción y tristeza temblorosa.

XV He descubierto los latidos de mi corazón que desfallecen

XVI Y si me falta algo, decir algo

(Pág. 20)

LXII Todo esto digo, consumándose en la contemplación de lo vacío.

(Pág. 35)

Esa contemplación del vacío dice lo que la muerte nos reserva. ¿No se inaugura otro sueño u otro viaje? Por lo pronto, es lo que nadie puede trastocar ni discernir. Lo contemplado es ya intransmisible. La radicalidad asume la mudez en el huerto del descanso o en el cántaro de la memoria extasiada.

Este libro fue Premio Copé de Oro de la XVI Bienal de Poesía “Premio Copé” 2013, Lima, Perú. Indudablemente una gran elección. Este poemario logra saltar la acequia del dogmatismo vanguardista de aquellos que no aprecian lo que no está dentro de sus normas o por ser simplemente diferente. Su propuesta enriquece nuestra lengua desde una identidad no adulterada.

 

Listin Diario, República Dominicana 09-05-2018

 

 

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