Por Rocío Ferrel


Hoy, 3 de noviembre, se recuerda a San Martín de Porras, Patrón de la Justicia Social, cuya vida dejó a Lima asombrada por sus múltiples carismas y virtudes heroicas. Sirva esta fecha para algunas reflexiones, y recordar los misteriosos hechos que acompañaron la vida de nuestro santo.

Conocida es su extrema humildad, su don de consejo: a el acudían teólogos, obispos y autoridades civiles, siendo que no había estudiado la teología, pues era sólo un terciario, pero sus hazañas sobrenaturales son las que más impactaron en Lima. Desde su partida no hay otra persona que haya protagonizado tantos hechos como estos, testimoniados notarialmente por muchos, como corresponde en las causas de los santos. Pero todos los hechos extraordinarios tuvieron su origen en su gran caridad y preocupación por el bien físico y espiritual del prójimo.

Bilocación y conocimiento de los pensamientos
Después de ingresar al convento de Santo Domingo, sede principal de la provincia de la Orden de Predicadores, o dominicos en el Perú, estos carismas brotaron de su profunda caridad, pues Martín realizaba tareas de limpieza y enfermería con tal dedicación que no le alcanzaba tiempo para todos sus enfermos. Poco a poco uno y otro fue comprobando que cuando yacían en su lecho de enfermedad, bastaba que lo llamen con el pensamiento y al instante aparecía el santo trayéndoles alivio y hasta súbitos caprichos, como frutas, atravesando paredes misteriosamente, pues tenía el don de la ubicuidad, que consiste en estar presente en cuerpo y alma en más de un lugar a la vez.

No sólo para atender a los enfermos. En una ocasión su sobrina sostuvo una fuerte discusión con su cónyuge, tan fuerte que éste decidió abandonar su hogar. Entonces los visitó el santo y estuvo un día y una noche hasta que se reconciliaron. Como los dominicos tenían prohibido dormir fuera del convento, tras la visita los esposos decidieron averiguar en el convento y grande fue la sorpresa de la pareja cuando les certificaron que Martín no había salido del convento esos días.

Las bilocaciones también ocurrieron para atender a enfermos y necesitados fuera del convento, incluso se le vio en otros países, como Japón, Berbería (hoy Argelia), Francia o México, donde se atendía a los pobres y enfermos, enseñándoles el cristianismo.

Un día lo enviaron de comisión algo lejos por varios días. Como era su deber tocar la campana al alba, encomendó esta tarea a un empleado del convento, para que toque en su ausencia. El primer día, el empleado se quedó dormido, pero escuchó la campana tocar al alba. Corrió y encontró en el campanario al santo, y sorprendido le preguntó cómo había entrado, a lo que Martín le dio una moneda prometida y le pidió que calle, pero el empleado contó lo ocurrido, con lo que en el convento quedaron estupefactos, comprendiendo la bilocación.

Su hermana testimonió que un día ella cometió un pecado y que al día siguiente se apareció su hermano, para amonestarla por su conducta, pues conoció el pecado sin haber ido a su casa.

Invisibilidad

Pasados ya ciertos años del ingreso del santo al convento, se hizo costumbre que después que comulgaba, algunos días se volvía invisible, nadie lo podía ver.

Pero también lo pudo hacer para otros. Un día dos reos que eran perseguidos acudieron pidiéndole que los esconda, pues la autoridad estaba tras ellos. Los hizo pasar a su celda y les indicó que se mantengan arrodillados en oración. Cuando llegaron las autoridades le preguntaron sobre los malhechores. Un santo no miente y Martín les dijo que habían llegado a su celda y que busquen. Por más que buscaron las autoridades debieron retirarse porque no encontraron nada. Pasado este momento, después que los fugitivos conversaron con el santo, asombrados por el hecho, se convirtieron y prometieron no volver a cometer fechorías.

Levitación
Numerosos testigos dieron fe de que cuando el santo oraba ante la cruz muchas veces lo encontraron levitando. De igual manera, los testigos lo vieron varias veces emanando luz de su cuerpo, con la que alumbraba su celda mientras oraba.

Multiplicación de limosnas

Tanto era su deseo de asistir a los pobres que muchos son testigos de que la canasta de víveres con que los socorría inexplicablemente alcanzaba para mucha gente, en tal cantidad que era imposible que el pequeño contenido del cesto fuese suficiente, la explicación era la multiplicación de los alimentos, y a veces otras cosas, como prendas de vestir.

Los animales
Tenía el don de comunicarse con los animales, los cuales le obedecían, como a Santa Rosa. Las pinturas lo representan haciendo comer a perro, pericote y gato de un mismo plato. Cuando se enteró de que en el convento un hermano iba a matar a un pernicioso ratón, le pidió que no lo haga. Como si fuese una persona, habló al pericote, que había tomado en sus manos, y le pidió que diga a sus compañeros que no hagan daño y que se retiren a la huerta, que allí les daría de comer. El animalito se fue y desde entonces los ratones se fueron a la huerta, donde todos los días, viéndole llegar, los roedores daban el encuentro al santo para recibir comida.
 
Otro episodio fue atestiguado por Juan Vásquez, criado por el santo como un hijo. Éste le dijo que era inútil que siembre manzanilla en el lugar donde suelen pasar las reses a comer. San Martín le replicó que las manzanillas crecerán porque habló a las vacas para que no las coman, pues podemos pactar con la naturaleza. Efectivamente, los bovinos pasaban y comían otras plantas, pero no las manzanillas.
 
Las plantas
 
El santo sembró muchos olivares. Haciendo cálculos, era imposible que una persona haya podido cavar un hoyo y colocar el plantón en el tiempo que él lo hizo, pues eran demasiados. Estas plantas tuvieron un desarrollo precoz y en corto tiempo comenzaron a dar fruto.

Tiempo y espacio

No podía nuestro santo faltar a la hora indicada de regresar al convento. Un día se encontraba muy lejos con otras personas, entonces le recordaron que iban a perder el rezo del rosario. Extrañamente, caminaron y llegaron en pocos minutos, siendo que el trayecto debía tomar horas.
 
Juan Vásquez atestiguó también que un día estaba en el campo con el santo, que estaba absorbido por sus oraciones. Llevaba largo tiempo así, ya era tarde y Juan tenía frío. Cuando el santo "volvió en sí", viendo que Juan estaba friolento, lo abrazó y éste sintió de inmediato mucho calor y en un instante no sabe cómo se hallaron dentro de su celda del convento de Santo Domingo.

Que el tiempo no era una dimensión que lo ataje lo muestran diversas profecías para un futuro relativamente cercano. Una vez, ingresó un joven novicio a quien por su apariencia molestaban, pues era feo y de muy corta estatura. El santo pidió que no se burlen pues crecería y daría honra a la orden. Poco después el joven enfermó y padeció fiebres y en los cuatro meses que estuvo postrado creció media vara y después estudió teología y llegó a ser obispo. También sobre el futuro lejano: un día consoló a un indígena que estaba apenado por la situación de sujeción de su raza y le dijo que llegará el día en que el mundo admire su obra.

Sanación
Además de males comunes, sanó a muchas personas de males incurables y rebeldes, con los cuales extrañamente sólo empleaba fórmulas simples, como emplastos y otros, que en muchos de los casos sanaban casi de inmediato a los enfermos. Pero su caridad fue tanta que llevaba a su celda a los enfermos, tanto que fue prohibido de hacerlo. Incluso su amor a los animales lo llevó a sanarlos. Un día resucitó a un perro que había muerto de una paliza.

Un día, pese a la orden, encontraron a un enfermo en su celda y el superior lo amonestó y le dio una penitencia, que el santo acató con humildad. Después, fue a conversar afablemente con el superior y le dijo que no había pecado desobedeciendo, lo cual sorprendió al superior. Martín replicó señalando que contra la caridad no hay precepto, enseñanza que dejó asombrado y meditando al superior. Por este y otros hechos que denotaron su sabiduría, sus superiores comprendieron que había sido dotado de ciencia infusa, pues no había estudiado teología, y cuando los teólogos y frailes se enfrascaban en discusiones complejas, lo llamaban y quedaban admirados de sus respuestas.
Un día, un albañil que caía pidió socorro al santo, pero como éste tenía prohibido hacer milagros, le dijo que espere y corrió a pedir permiso al prior. El albañil entonces permaneció suspendido hasta cuando Martín regresó e hizo el milagro de que descienda ileso.

La santidad de Martín fue tan evidente que todo Lima comprendió que era un santo. A sus funerales, luego de su muerte ocurrida el 3 de noviembre de 1639, acudió todo Lima y gente desde lugares lejanos del virreinato, desde los más pobres a los más encumbrados personajes y el mismo virrey cargó su ataúd.

Pocos santos han participado de algunos de estos milagros, entre ellos: San Antonio de Padua, San Vicente Ferrer y San Pío de Pietrelcina. Tanto él como San Juan Macías, con quien a menudo se encontraba, recién fueron canonizados en el siglo XX.

Han pasado ya varios siglos, pero al Perú y al mundo todavía le falta comprender la grandeza de la vida, de los animales y de la naturaleza. ¿No deberían ser los siglos motivo de progreso?

Lejos estamos de acercarnos a la justicia social como norma en la sociedad, dominada por sectores voraces desdeñosos del más débil. Justicia social, muchos se llenan la boca en su nombre, pero hacen exactamente lo contrario.

En oposición al gran amor que San Martín de Porres sentía por los animales, vemos que todavía la sociedad persiste en torturar cruelmente a los toros para beneplácito de una turba sedienta de sangre. No sólo eso, la naturaleza de las plantas, animales y del ser humanos son violados violentamente en laboratorios para producir transgénicos para enriquecer a unos pocos, sin importar el daño al ambiente, la ética ni los riesgos para la salud. Además, se agrede los ambientes naturales a tal punto que muchas especies se han extinguido y otras están en peligro.

La humanidad debería reflexionar acerca de la justicia social, nuestros hermanos los animales y la naturaleza, de otro modo nos hundiremos en un abismo del que no podremos salir.
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