Medio Oriente: entre la paz y la guerra


Por Manuel Rodríguez Cuadros


Las crisis en Afganistán, el Medio Oriente y las tensiones derivadas del programa nuclear iraní están interrelacionadas. Y las prioridades de la política exterior norteamericana deben transitar muy cuidadosamente en esta trama compleja. El presidente Obama lo percibió desde la campaña electoral. Era indispensable bajar las tensiones de “choque de civilizaciones” con el Islam, obtener el apoyo de los países árabes para estabilizar el Medio Oriente y abrir un proceso de paz serio y viable; que, a su vez, permita ampliar aparte del mundo árabe el arco de presión para canalizar el programa nuclear de Irán hacia un esquema de seguridad aceptable.


Por ello Obama, en la campaña electoral y especialmente en su discurso en la Universidad de El Cairo, el 4 de junio de 2009, formalizó el giro de la diplomacia norteamericana en la zona con dos definiciones básicas: “América y el Islam no se excluyen y no necesitan estar en competición. En cambio, coinciden y comparten principios comunes de justicia, progreso, tolerancia y dignidad de las personas”. La segunda: “Es innegable que el pueblo palestino ha sufrido en su búsqueda de una patria. Durante más de sesenta años han sufrido el dolor de la deportación… Soporta las humillaciones diarias, grandes y pequeñas, que conlleva la ocupación. Así que no dejamos ninguna duda al respecto: la situación del pueblo palestino es intolerable. EEUU no dará la espalda a la legítima aspiración Palestina, a su dignidad, sus oportunidades y un Estado propio”.

En esa línea Hillary Clinton concentró sus esfuerzos en reactivar el diálogo de paz entre Israel y Palestina. Pero el gobierno de Benjamín Netanyahu le puso sistemáticamente piedras en el camino. Hasta que el cántaro se rompió. Durante la visita del vicepresidente Joe Biden a Israel para activar las negociaciones indirectas, Netanyahu creyó dar el golpe maestro. Poner a Estados Unidos frente a una política de “fait accompli.”

Mientras Biden buscaba el compromiso de Israel para congelar los asentamientos, se anunció la construcción de 1600 nuevas viviendas israelíes en Jerusalén este. Biden se retiró indignado y Hillary Clinton señaló que era una afrenta, un insulto inaceptable que debilitaba los frágiles equilibrios para el diálogo.

Ahora Israel está recibiendo una formidable presión de un poderoso grupo opositor. Estados Unidos, Rusia, Naciones Unidas y la Unión Europea, reunidos en Moscú, han dado a Israel una suerte de ultimátum diplomático: De inmediato debe poner fin a la colonización de Jerusalén oriental y Cisjordania y debe concurrir al inicio de las negociaciones indirectas con Palestina, las mismas que en un plazo de 24 meses deben dar origen a negociaciones directas que conduzcan a “poner fin a la ocupación iniciada en 1967 y a la creación de un Estado palestino democrático, viable que coexista en paz y seguridad con Israel y otros vecinos”.

Ante la presión, el gobierno de Netanyahu ha dado muestras de flexibilidad diplomática, pero por las propias alianzas y compromisos que ha creado difícilmente renunciará a los asentamientos.

En ese contexto, la pregunta que se hacen muchos analistas es si el gobierno de Netanyahu ha agotado su capacidad de ser un interlocutor para las negociaciones que demanda la comunidad internacional.

La Primera, 30.03.2010