Egipto y la revolución

manifestacion_el_cairo_feb_2011.jpgPor Humberto Campodónico

Habíamos dicho que la revolución de los jazmines rociaría su perfume en el vecindario. Eso ha sucedido pues sus efluvios han llegado a Egipto (Diario Le Quotidien de Túnez, 30/01/11). El régimen cerró el jueves 30 de enero el acceso al satélite Nilesat, sobre todo para que la cadena Al-Jazeera no pueda transmitir sus programas. La dirección de la cadena, basada en Qatar, ha denunciado esta decisión porque “quiere callar al pueblo egipcio”. Esta estrategia —romper el termómetro para bajar la fiebre— parece que no va a tener efecto y, por el contrario, va a ir en contra del objetivo buscado (Libération, 31/01/11).

Había algo de sublime —¿ó quizá quiero decir ridículo?— en la cuestión del “timing”. Allá arriba en los Alpes, el 25 de enero, los “Dueños del Universo”, vestidos a la última moda, se reunían en la Cumbre de Davos para deliberar sobre el Mundo Real tal como ellos imaginan que está ordenado.

Se hablaba de quienes son los que tienen las riendas de tal o cual economía y de quienes eran los que estaban con grandes problemas financieros mientras que, poco a poco y a la distancia, bajo las sombras las Pirámides, las multitudes se habían echado a andar como encantadas por ese viejo romance fatal: la revolución.

El poder popular, las masas apasionadas, la rabia, el contagio creciente de la solidaridad; la fuerza que da la enorme cantidad de gente que se agrupa hombro con hombro. Y lo que estaban logrando es tener cautivo a un Estado y a su líder, que se había autoperpetuado en el poder por décadas. Ahí están ellos, acercándose al aura de la soberanía (Simon Schama, historiador, Financial Times, 04/02/11).

Se decía que Egipto no tenía una clase media lo suficientemente educada, como en Túnez, para comprometerse en un proceso verdaderamente revolucionario. Era falso. Por su peso demográfico, la vitalidad de su sociedad, su producción cultural y, evidentemente, su posición geográfica, a las puertas de Israel y de Gaza, Egipto retoma hoy, frente al mundo árabe, su valor de modelo y de referencia (Le Monde, 11/02/11).

Aunque las circunstancias de la caída de Mubarak y la subida de los militares al poder plantean muchas preguntas difíciles, para la mayoría de los árabes esos detalles cuentan poco. Lo que ellos se preguntan es cuál de los regímenes autocráticos del Medio Oriente será el próximo en caer (Washington Post, 11/02/11).
Las acciones en Nueva York subieron después de la noticia. La renuncia de Mubarak disminuyó las preocupaciones de que las tensiones sociales pudieran expandirse, en una región que tiene más del 50% de las reservas mundiales de petróleo (Bloomberg, 11/02/11).

Pero estas son las buenas noticias de la historia, al menos si lo que uno quiere es que la decencia elemental de la democracia prevalezca en el mundo árabe. No se debe confundir el alivio de corto plazo, la realpolitik, con la seguridad verdadera. Aunque las heridas que un dictador causa en el pueblo puedan cicatrizar superficialmente, detrás del tejido de la piel la herida en verdad nunca se cura. Un día u otro esa herida comienza a sangrar lentamente y antes de que uno se dé cuenta, el viejo tirano cae por la borda (Simon Schama, op. cit.).

Los manifestantes se abrazaban entre ellos y gritaban: “Egipto es libre”. Y, también, “tú eres un egipcio, levanta bien alto la cabeza” (todos los diarios).

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