Palestina: un conflicto sin vencedores ni vencidos

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Por Adrián Mac Liman (*)

La visita relámpago de la Secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, a Israel y a los Territorios Palestinos sirvió para reanudar el diálogo entre las autoridades hebreas y los representantes de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), interrumpidas tras en baño de sangre generado por la intervención del ejército judío en la Franja de Gaza.

El mensaje de la jefa de la diplomacia estadounidense resultó ser una especie de mezcolanza de apoyo incondicional a la política llevada a cabo por Israel y de amenazas contra la inusual postura firme del Presidente Mahmud Abbas, obligado a congelar las consultas con Tel Aviv tras la aprobación por el Consejo de Seguridad de la ONU de una resolución que condenaba a Israel por el “uso desproporcionado y excesivo de la fuerza” contra la población civil palestina, solicitando al mismo tiempo el cese de los tiros de misiles contra las localidades israelíes de Sderot y Ashkelón.

Pese a la condena del foro internacional, el ejército judío decidió proseguir el operativo en la Franja. La Secretaria de Estado, que calificó la ofensiva de “acción de legítima defensa”, llevó el agua al molino del Primer Ministro Olmert. Por su parte, los grupúsculos armados radicales de Gaza optaron por mantener en jaque a los pobladores de las localidades fronterizas, haciendo caso omiso de las advertencias de los miembros del Consejo de Seguridad. Los contrincantes apostaron, también, por la violencia.

Sin embargo, tanto los israelíes como los palestinos saben positivamente que la lucha armada no constituye la solución del conflicto; no habrá, no puede haber vencedores ni vencidos en un enfrentamiento bélico.

Al analizar las opciones, se llega a la conclusión de que la retirada “unilateral” de Israel de la Franja de Gaza, estratagema ideada por el ex Primer Ministro Sharon, para tratar de neutralizar la creación de un Estado palestino en Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este, ha fracasado. La idea consistía en separar los territorios y dividir a la población palestina. Sin embargo, la victoria de Hamas en las elecciones generales de 2006 y la toma de Gaza por las milicias islámicas en 2007 cambiaron radicalmente la realidad.

Las maniobras de la diplomacia hebrea encaminadas a provocar el cerco del Gobierno de Ismael Haniyye, su total aislamiento a nivel internacional y su más que deseado derribo, provocaron una oleada de simpatía hacia el movimiento tanto en Gaza como en la mayoría de países árabes. Algunos analistas estiman que la apertura, el 23 de enero, de la frontera con Egipto, lejos de ser un gesto desesperado de un Gobierno obligado a cubrir las exigencias básicas de una población hambrienta, ha sido interpretada como una victoria política del Movimiento de Resistencia islámica.

Tel Aviv se ha fijado como meta la derrota política y militar de Hamas, la caída del Gobierno Haniyye, y el desmantelamiento de las bases de misiles Qassam. Los líderes del Movimiento de Resistencia Islámica, a su vez, tratan de aprovechar la oportunidad para asumir el liderazgo político frente a la población palestina, convirtiéndose en “el” interlocutor privilegiado de los israelíes.

El mensaje de Hamas es, aparentemente, sencillo: el Estado judío no puede hacer caso omiso de su presencia. El cese de los bombardeos debe negociarse con el movimiento. Aunque, hoy por hoy, los líderes de la resistencia islámica no parecen dispuestos a negociar, como lo hicieron los políticos de Al Fatah. Una posible, aunque de momento hipotética tregua, se limitaría a un simple acuerdo verbal. Y el Estado Mayor del ejército israelí estima que un alto el fuego supondría un verdadero peligro para la seguridad del Estado, pues facilitaría el rearme de las facciones armadas de Gaza.

Pese a la escalada de la violencia o, tal vez, a raíz de ella, el porcentaje de la población israelí dispuesto a aceptar una negociación con Hamas es cada vez mayor. Según los últimos sondeos publicados por rotativos de Tel Aviv, más de la mitad de los votantes del Likud se decantaría por el diálogo. Quien no parece dispuesto a contemplar la negociación es Olmert, quien apuesta por un proceso “largo y doloroso”.

Los politólogos de Jerusalén y Ramala coquetean con la llamada “tercera vía”, es decir, con el restablecimiento de un marco de negociación global entre Israel y la ANP, que facilitaría la elaboración de un acuerdo capaz de desembocar en la creación de otro Gobierno de Unidad Nacional en los Territorios palestinos. La condición sine qua non del éxito de dicho operativo estriba en la renuncia por parte de Israel al proyecto de borrar del mapa al Movimiento de Resistencia Islámica.

(*) Analista político internacional
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