Habla un periodista israelí

judios ortodoxos

Alberto Piris (*)

Que los grandes medios de comunicación estén, en su mayoría, al servicio de los Gobiernos no es algo que sorprenda. Contribuyen con su tenaz repetición de ideas elementales a que se acepte como normal lo que no lo es. Así, debería tomarse a chirigota cuando algunos diarios estadounidenses —y en sus fieles repetidores europeos— dicen que el Gobierno de Bush se queja dolidamente de la “intromisión extranjera” (entiéndase iraní) en los asuntos iraquíes.

 

Eso se asume ya con normalidad y no pocos se indignan por ello, olvidando que la auténtica intromisión que sufre Iraq es la que se inició con la invasión del año 2003 y que todavía no ha concluido. La palabra “intromisión” suena mal, mientras que se tienen como aceptables: lucha contra el terrorismo, liberación del pueblo iraquí de la tiranía de Sadam o ayuda en la construcción de la democracia. Un machaqueo insistente acaba dando por buena cualquier distorsión de la realidad.

Existen medios alternativos que permiten otras aproximaciones, pero su alcance suele ser muy limitado. Si en algún lugar de este mundo se aprecia hoy el efecto distorsionador de ciertos medios, éste es Israel.

Yonatan Mendel fue corresponsal de una agencia de prensa israelí antes de trasladarse a la Universidad de Cambrigde, donde investiga sobre la relación entre el idioma árabe y la seguridad israelí. En el último número de London Review of Books, escribe sobre “Cómo llegar a ser un periodista israelí”.

El documento es aconsejable para quienes deseen analizar el papel de la prensa al justificar la ocupación israelí de los territorios palestinos. Empieza reconociendo la calidad y seriedad del actual periodismo israelí, su capacidad para denunciar abusos y corrupciones y para actuar de vigía frente al poder. Lo ha sufrido la clase política cada vez que se ha descubierto algún escándalo y ni siquiera el presidente ni el jefe del Gobierno reciben trato de favor cuando cometen errores, incluso en asuntos de su vida privada.

Toda esa profesionalidad desaparece en cuanto se roza el asunto de la seguridad nacional. Entonces, todo se reduce a un nosotros -los ejércitos- contra ellos -el enemigo-. Irrumpe el más típico discurso militar y ya no hay posibilidad de matizar ningún aspecto. Insiste Mendel en que “no es que los periodistas israelíes estén cumpliendo órdenes o respetando un código escrito: simplemente, tienen una opinión favorable de sus ejércitos”. Si no la tuvieran, afirma, no serían aceptados por la profesión.

Para ellos, las acciones militares de Israel nunca son agresiones, sino “respuestas” a las provocaciones palestinas. El Ejército no “secuestra”, sólo “arresta” o “detiene”. Cuando en junio del 2006 el soldado Gilad Shalit fue apresado cerca de la frontera con Gaza lo que acabó provocando las invasiones israelíes de Gaza y del Líbano, una treintena de miembros del Parlamento y ministros del Gobierno palestino fueron arrancados de sus lechos y llevados a prisiones en Israel para ser utilizados como rehenes, lo mismo que Hamas había hecho con los soldados israelíes capturados. A pesar de la visible aparatosidad de la ilegal operación, ningún medio de comunicación israelí habló de secuestro.

Cuando hay víctimas civiles, se trata de “lamentables incidentes” y los bebés se describen como “jóvenes”. El ejército nunca asesina. Ni siquiera cuando una bomba cae sobre una zona residencial, matando a un terrorista y a catorce personas inocentes, de ellos nueve niños. Se trata de un asesinato selectivo, aceptado por la legislación en vigor. Para los medios, tampoco existen los “territorios ocupados”. Son simplemente “los territorios”. Esto transmite la idea de que los judíos son siempre las víctimas, los que actúan en defensa propia; y los palestinos, los atacantes, los que agreden con violencia y sin razón.

Dado que una gran mayoría de los ciudadanos de menos de 50 años debe cumplir un mes de servicio anual como reservistas, un jefe de Estado Mayor comentó: “En Israel, todo paisano es un soldado que tiene once meses de permiso”. Salman apostilla que “los medios de comunicación en Israel nunca tienen permiso”. Durante doce meses al año se encuadran disciplinadamente al lado de sus ejércitos y transmiten al mundo lo que éstos desean.

La consecuencia de todo esto es que se hace muy difícil para el pueblo israelí tener una idea cabal de una situación que, en realidad, ignora. En esas circunstancias, va a costar mucho alcanzar una solución a tan largo y sangriento conflicto, porque requerirá que ambas partes hagan unas concesiones para las que no están preparadas, a causa de una incompleta o tergiversada información.

(*) General de Artillería en la Reserva
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