camion del ejercito
El ideal de las naciones de vivir en paz es difícil de conseguir. En Europa sólo Suiza, Finlandia y Suecia, países neutrales y no partícipes de ninguna alianza militar, experimentan prolongados periodos de paz. Todo el resto de países europeos se ha agrupado en bloques militares, encabezados por EE. UU. y Rusia, como si otra vez estuviésemos en la “guerra fría”.

En nuestro continente y, en particular, en el cono sur, se vive un permanente estado de tensión por la conducta internacional de Chile, que se guía por dos principios básicos: 1) mantener intacto en su poder el territorio robado a Bolivia y Perú y usurpado por tratados impuestos por la fuerza de las armas; 2) procurar apoderarse de más territorio.

Esto último lo vemos con claridad cuando se niega a reconocer la delimitación marítima con el Perú y encima —riéndose del tratado de 1929— se apodera de 37 000 m2 de territorio tacneño, como resultado de negarse a reconocer el punto Concordia, que está a la orilla del mar. 

El Comando Conjunto de la Fuerza Armada de Chile tiene previstas varias hipótesis de conflicto contra Perú y Bolivia, pero principalmente contra Perú, con la finalidad: a) de apoderarse de más mar territorial peruano; b) obtener ventajas económicas y acceso a los recursos naturales del Perú (gas, espacio aéreo, para que sus aviones hagan buen negocio y realicen espionaje). Para poder cumplir estos propósitos, propósitos por desgracia ya casi realizados en su totalidad, Chile lleva adelante una desenfrenada carrera armamentística, que le permita obtener sus objetivos con o sin guerra. 
 
Sin guerra, los chilenos ya están usurpando mar peruano y se niegan a una delimitación que ponga las cosas en su sitio; además, corrompiendo a muchos políticos, diplomáticos y periodistas, han logrado una posición privilegiada para su aviación civil —que nunca debería volar por cielo peruano—, la cual actúa como dueña de los cielos peruanos; además, controlan el comercio de cabotaje y el movimiento en la mayoría de las aduanas en el Perú. Por lo que vemos, no ha sido necesario que sus aviones suelten bombas ni que sus cañones disparen; simplemente han disparado billetes verdes a diestra y siniestra.
 
Visión militar
Entrevistados en nuestra televisión y otros medios de prensa, varios militares en situación de retiro han explicado que dada la poca voluntad del estado peruano de invertir en armas (sea para comprar nuevos equipos o reparar los existentes), la respuesta peruana ante una eventualidad de guerra se cifraría principalmente en la acción de fuerzas especiales que incursionarían sorpresivamente en territorio enemigo para causar destrucción. Estas fuerzas especiales normalmente van dotadas de armamento ligero (fusil, bazuca, mortero, cargas explosivas, etc.).
 
En estas opiniones ha tenido mucho peso el resultado de la Segunda Guerra de Líbano (julio-agosto de 2006), en la cual se enfrentaron la poderosa fuerza armada israelí y la milicia islámica Hezbolláh. La guerra se inició cuando Hezbolláh cruzó la frontera entre Líbano e Israel, mató a varios soldados judíos y se llevó prisioneros a dos. La respuesta de Israel fue atacar a Líbano por aire, mar y tierra, pero no pudo desalojar de sus posiciones a la milicia islámica (conformada por fanáticos suicidas) ni rescatar a los prisioneros. Entonces Israel lanzó su hasta entonces invencible fuerza de tanques que ningún ejército árabe había podido resistir.
 
Para sorpresa de todo el mundo, los milicianos, debidamente atrincherados en túneles y galerías preparados con bastante anticipación y dotados de efectivas armas antitanques francesas y rusas, resistieron la arremetida de los tanques y el incesante bombardeo (día y noche) de la aviación y la artillería de los judíos. Frustrados, sabiendo que seguir la campaña por tierra iba a costar muchísimas más bajas de las que la opinión pública podía aceptar, los jefes militares israelíes, ya sin esperanza de ganar la guerra en tierra, se dedicaron a atacar con su aviación puentes, puertos, edificios, centrales eléctricas, depósitos de combustible, automóviles y camiones1, para lo cual tenían la justificación de que Hezbolláh lanzaba cohetes2 contra la población civil israelí.
 
La realidad
Hasta aquí el entusiasmo de ver cómo una fuerza muy bien preparada y decidida de infantería puede contener una poderosa ofensiva de blindados. Como un proyectil antitanque cuesta infinitamente menos que el tanque que destruye, es atractiva la idea de contar con soldados bien entrenados y equipados que puedan contrarrestar la ventaja que tiene el enemigo en tanques. Sólo se necesita saber bien por dónde van a pasar los tanques y tener las armas adecuadas. El concepto general es que el armamento defensivo es bueno y cuesta mucho menos que el armamento ofensivo. Sin embargo, la misma guerra de Líbano nos hace ver otra cosa.
 
Ya hemos mencionado que cuando la fuerza armada israelí se dio cuenta de que no iba a poder ganar en tierra con sus numerosos y modernos tanques (según ellos, su tanque Merkaváh era el mejor del mundo), su aviación la emprendió contra la infraestructura civil del Líbano, con lo cual compensó su derrota en tierra. Aquí viene la reflexión: la aviación israelí causó estragos en la infraestructura civil y entre los civiles porque el Líbano no tiene aviación ni defensa antiaérea.
 
De vuelta a casa
La conclusión lógica que debe surgir para los propiciadores de la opción defensiva que permita compensar la asimetría de una fuerza armada pequeña frente a una poderosa es que el aspecto defensivo debe ser integral; y eso no es barato, cuesta. ¿De qué sirve destruir los tanques adversarios si la aviación3 enemiga va a pulverizar nuestros puentes, centrales eléctricas, puertos, aeropuertos, cuarteles, fábricas, hospitales etc.? ¿De qué sirve que nuestras fuerzas especiales causen daño necesariamente limitado frente a la destrucción extensa que van a causar la aviación y la marina enemiga en todo nuestro territorio?
 
Nos guste o no, incluso si no se compra aviones o tanques nuevos y sólo se adquiere el barato armamento antitanque, estamos en gran desventaja. Hay que proteger toda nuestra infraestructura, y los sistemas de defensa antiaérea son costosos, por ejemplo, hay cohetes especiales para diferentes alturas; además hacen falta misiles de defensa costera y poner a los barcos proyectiles modernos (por lo menos que vuelen a Mach 2 —dos veces la velocidad del sonido—, no los cohetecitos Otomat o Exocet que son tan pieza de museo como nuestros tanques T-55, por muy repotenciados que estén).
En conclusión, si pensamos en defendernos, hay que hacerlo bien e invertir en sistemas integrales de defensa; tenemos la desgracia de limitar con el país delincuente del sur, y la amenaza de guerra siempre está presente. Los chilenos quieren nuestro territorio, nuestro mar, nuestras riquezas naturales (gas, petróleo, agua), nuestro espacio aéreo. La traición de la década de la corrupción entregó a Chile todo lo que pudo de nuestra economía, y por eso ya tenemos comprometida nuestra seguridad (¡recordemos qué pasó a Bolivia en 1879 por permitir en su suelo inversionistas chilenos!). Hay que desengancharse del ladrón y dejarlo aislado.
 
Parte económica
Frente a las amenazas reales que enfrenta el Perú, es necesario que el gobierno, venciendo sus simpatías por el enemigo del sur y olvidando los besos, genuflexiones y galanterías prodigadas a la presidenta chilena4, destine los medios económicos necesarios para evitar las malas sorpresas de los delincuentes del sur. Y ahora es el momento en que se puede hacer eso: ¿no dicen que nuestras reservas en divisas internacionales están en muy buen nivel? Si por desgracia estalla un conflicto, lo normal será que los países y firmas proveedores de armas se nieguen a enviar armas, equipos o repuestos, lo cual nos obligaría a buscar en el mercado negro lo que falte, pero a precios multiplicados y sin la seguridad de que llegue a nuestro país lo que necesitamos. Los armamentos son caros, y las municiones de armas ligeras o de artillería tienen, por la degradación de sus elementos químicos, un tiempo limitado de efectividad (como la fecha de expiración de las medicinas); si no se usan en combate hay que emplearlas en la práctica5, lo cual no es ningún desperdicio. La defensa de nuestra integridad territorial y de nuestra infraestructura tiene un precio y hay que asumirlo (eso sí, sin corrupción), para no lamentar los despojos y agresiones que siempre desean realizar los chilenos. 

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1 Los aviones israelíes cuentan con mecanismos electrónicos de dirección, que permiten que la bomba o proyectil que sueltan dé exactamente en el blanco deseado. 
 
2 Los cohetes de Hezbolláh son los Katyusha, con tecnología rusa de la segunda guerra mundial. Estos proyectiles tienen un alcance promedio de 20 km, pero no se pueden dirigir con precisión a un blanco determinado: pueden caer en un cuartel militar, en un hospital, en un edificio, en un parque público, en una casa, en un cerro, etc. Sólo son efectivos y devastadores si son lanzados en andanadas sobre un área determinada.
 
3 Es totalmente seguro que si tenemos un problema en el sur, Ecuador va a amagar por el norte, va a mover tropas, etc., y va a obligar al Perú a desdoblar sus fuerzas. Esto significa que el Perú siempre debe tener por lo menos el doble de aviones modernos que Chile, puesto que nosotros debemos contemplar la posibilidad de combatir en dos frentes, preocupación que no tiene Chile.
 
4 No hay que olvidar que en las relaciones de Chile con otros países nada vale la “amistad” que un presidente chileno pueda tener con el de otro país. Para ellos por encima de todo está la política de estado chilena, respetada por todo presidente de ese país, de usurpar territorios de países vecinos, conservar lo usurpado y si es posible robar más. Lo de besos en la mano o genuflexiones que reciban o den no desvían ni un milímetro los objetivos del país delincuente del sur.
 
5 Una de las razones de la eficiencia combativa de Hezbolláh frente a Israel es que sus combatientes practicaron intensa y prolongadamente en Irán —según se dice— con las armas antitanque que les permitieron diezmar las fuerzas acorazadas que entraron al Líbano.