Chile y sus relaciones con el vecindario

sebastian pinera 17Por Juan Sheput

Independientemente de si estamos de acuerdo o no, el siguientes es un interesante análisis que hace Carlos Monge en el portal Elquintopoder.cl sobre la forma como enfrenta y administra Chile sus relaciones en la región. Chile, que en materia de negocios y manejo económico es referente para el presidente Humala y los empresarios, tiene un manejo diplomático poco interesado en países como Perú, Bolivia y Argentina según el autor de la nota.

 

La nota me llama la atención pues pocas veces vemos en el ámbito local editoriales con sentido geopolítico. Estamos preocupados de cosas realmente menores y ese es un drama con el cual convivimos.

Nubarrones en el vecindario

El diagnóstico es preocupante: Chile no está mirando, como Estado, a la región que le es más próxima, con la atención que debiera. Uno de nuestros vecinos del Norte, Perú, nos tiene demandados ante el Tribunal Internacional de La Haya por diferencias relacionadas principalmente con el límite marítimo. Otro, Bolivia, ha anunciado que seguirá el mismo camino con el fin de buscar escenarios más favorables que le permitan poner en un lugar destacado de la agenda su reivindicación de una salida al mar. Y con Argentina, el tercer país con el que compartimos fronteras, la relación bilateral tampoco está estabilizada, al punto de que la Presidenta Cristina Fernández suspendió en septiembre del año pasado una visita oficial que estaba ya anunciada y todavía no hay fecha prevista para su concreción.

Los nubarrones se ciernen sobre el cielo y el Servicio Meteorológico —en este caso, Cancillería, Estados Mayores, think tanks, etcétera— que se supone tendría que estar vigilante para avizorarlos y a partir de ello dar la alerta temprana y diseñar estrategias que hicieran posible contrarrestar los efectos de una eventual “tormenta perfecta”, parece estar impertérrito y durmiendo una larga siesta de la cual no quiere ser despertado.

Las evidencias de que algo está mal se acumulan, mientras tanto, en los escritorios. Y basta ser un lector atento de los medios de prensa internacionales y chilenos para descubrir que todas las señales recibidas deberían generar, al menos, algún atisbo de inquietud en quienes tienen en sus manos la responsabilidad de la conducción de la política externa del Estado chileno.

Cito algunas: Argentina lanza una campaña diplomática para reactivar su demanda sempiterna sobre las islas Malvinas, sobre el telón de fondo del 30 aniversario de la guerra que sostuvo en 1982 con el Reino Unido, a partir de una operación militar promovida por el general Leopoldo Fortunato Galtieri. Como parte de esa ofensiva, logra que los Estados miembros y asociados del Mercosur —Chile, entre ellos— acuerden en Montevideo, el 20 de diciembre de 2011, que no aceptarán en sus puertos a barcos con “la bandera ilegal de las Malvinas”.

Casi de inmediato, el ministro de Exteriores, William Hague, informa al Parlamento británico que “Uruguay, Chile y Brasil no tienen intención de participar en un bloqueo a la isla”, y les envía, además, un recado nada sutil a estos países, sugiriéndoles que “no deben ser cómplices de Argentina”. El canciller argentino, Héctor Timerman, se comunica enseguida con sus colegas de las naciones aludidas, quienes le confirman que no han modificado su posición en relación al acuerdo firmado en Montevideo.

El “tira y afloja” por la soberanía de las islas que están en disputa desde 1833, cuando un barco de guerra inglés desalojó a una modesta guarnición argentina y elevó en el pequeño archipiélago la bandera de la “Union Jack”, se reavivó a partir de que el gobierno británico autorizara, en 2010, prospecciones en el área en busca de yacimientos petroleros. Trabajos que hasta ahora —que se sepa— no han arrojado resultados positivos.

Pero lo cierto es que, más allá de los arrebatos retóricos, esto ha sido como remover un avispero y vecinos como Chile, que se supone observa desde un palco esta contienda, en la que uno y otros se acusan de “colonialistas”, termina por ser objeto de las agudas lancetas de las avispas que salen de la caja de Pandora que sacudieron otros.

Pruebas al canto: a fines de diciembre del año pasado, la Administración Nacional de Aviación Civil (ANAC), de Argentina, le prohíbe a la aerolínea chilena LAN hacer vuelos regionales desde Aeroparque, porque según argumenta, este terminal está saturado de operaciones. El tema se salda con el anuncio de la empresa chilena de que recurrirá a la justicia, ya que sus ejecutivos consideran que no se han dado las mismas condiciones de igualdad con respecto a sus competidores.

Hasta ahí, es sólo un problema entre una agencia reguladora y una empresa privada. Pero todo hace sospechar que es mucho más que eso, si se piensa que cualquier estrategia argentina tendiente a crearle dificultades logísticas a las islas Malvinas, necesariamente requiere ir estrechando el cerco.

Y el próximo paso en esa dirección, en el que coinciden todos los especialistas en la materia, consistiría en desahuciar el acuerdo, firmado entre Argentina y el Reino Unido en 1999, que dispuso la reanudación de un vuelo regular semanal de LAN Chile entre Punta Arenas y Malvinas, con escalas mensuales en Río Gallegos. Tal como lo anunció, por otra parte, Cristina Fernández, en la Asamblea General de la ONU, si es que no observaba a Londres allanarse a reanudar conversaciones con Buenos Aires, en un tiempo prudente.

Disyuntivas complejas

En dicho caso, Chile se verá forzado a elegir entre dos países a los que históricamente considera como amigos. Con la diferencia importante, claro está, de que con uno de estos amigos comparte miles de kilómetros de frontera y tiene también (conviene no olvidarlo) un diferendo limítrofe pendiente, el de Campos de Hielo. Diferendo que ambos protagonistas han preferido por el momento no agitar, “congelándolo” de un modo adecuado y coherente con la naturaleza del espacio en disputa.

A todo este complejo escenario, habría que agregarle una derivada que ciertamente no es menor ni despreciable y que se refiere al escenario macroregional en el que las anteriores diferencias se inscriben. ¿Qué opinará, por ejemplo, Brasil, en los escenarios multilaterales en los que, de manera inevitable, todos estos temas formarán parte de algún modo de la agenda de debate? Y estamos pensando, por ejemplo, sin ir más lejos, en la Asamblea General de la OEA, que tendrá lugar en Cochabamba (junio de 2012) y donde Evo Morales arremeterá , casi sin duda alguna, con el asunto de la mediterraneidad de su país.

La opinión de Brasil, qué duda cabe, es en extremo relevante, considerando que es la de una potencia emergente que no oculta su vocación de líder regional, con especial énfasis en América del Sur. Nadie puede pronosticar, por cierto, su postura. Pero ya hay datos a considerar.

Leo una reciente entrevista a Samuel Pinheiro Guimaraes, uno de los estrategas de Itamaraty, quien es hoy Alto Representante del Mercosur, que es muy reveladora. En ella plantea -¡ojo con esto!- que está proponiendo que Bolivia y Ecuador pasen a ser miembros con plenos derechos de Mercosur lo más pronto posible. Y recuerda, de paso, que fue Brasil, en alianza con otros, pero jugando su peso específico en el empeño, quien hizo fracasar la propuesta del ALCA, área de libre comercio modelada por los EE. UU. para la subregión.

A Chile le dedica pocas líneas. Se limita a decir: “Hay una idea en la prensa internacional de que existen los regímenes serios en América del Sur, como Chile, Colombia y Perú (no el Perú de ahora, el de antes) y los regímenes populistas y autoritarios antidemocráticos que son Venezuela, Argentina. Brasil tiene que decidir, dice la prensa internacional, si se queda del lado de los regímenes autoritarios, populistas, y así por delante” (Caros Amigos, Nro. 176, 2011).

¿A alguien le caben dudas, después de leer esto, de qué lado estarán las simpatías de Brasil, en caso de verse forzado a optar por alguien en un futuro “gallito” diplomático? Pero, probablemente (y eso es lo más triste), nuestra Cancillería y los organismos de Estado, que deben cumplir la función de vigías, ignoran declaraciones como éstas, porque no están dentro del clipping contratado por la Embajada. O en los informes de la Unidad de Inteligencia del The Economist, a través de los cuales se informan los empresarios.

Esa es la pura y lamentable realidad. Agravada, más encima, por un Presidente que no está interesado mayormente en lo que ocurre en este dinámico y cambiante vecindario. Y no lo digo yo. Lo asegura el Presidente de Uruguay, José Mujica, quien tuvo la oportunidad de compartir un par de días con Sebastián Piñera en la Antártida, y comprobó que eso era así.

“Pepe” Mujica le comentó a El Observador de Montevideo sus impresiones de viaje. Y le dijo, en síntesis, que había llegado a la conclusión de que Piñera no mira hacia la región ni el Mercosur (pese a que actualmente es, por ejemplo, presidente pro tempore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, CELAC). “Su gobierno apunta a Singapur, Australia y a un tratado en el Pacífico, del que puede participar Estados Unidos”.

Más claro, echarle agua.

 

Artículos relacionados

El plan expansionista chileno

Constantes históricas en el comportamiento vecinal de Chile

Chile: Geopolítica

Lumpen periférico: Chile al acecho

Chilenos corrigen feo a Ollanta Humala, pese a mostrarse adulón y ofrecer nuestro gas

Gas: Chile cobra prepago

Chile sigue siendo el país que más gasta en armas

Desequilibrio militar con Chile es abismal

Perú, en el centro de la disputa hegemónica regional

Perú: geoestrategia bioceánica de país central

Estado chileno adquiere más tierra en el Perú

Gravísima situación de seguridad nacional y de explotación laboral en Ica

Chilenos con el agua de Tacna y Puno en la mira

Más inversiones chilenas en el Perú para espiarnos

Lan al servicio del espionaje militar chileno

Aerolínea de bandera: Los huesos para el Perú, la carne para los extranjeros

Relación Perú-Bolivia