kievPor Seumas Milne

La historia que se nos cuenta sobre las protestas que ocurren en Kiev guarda apenas una relación aproximada con la realidad.

Hemos estado aquí antes. Los dos últimos meses las protestas callejeras en Ucrania se han presentado en los medios de comunicación occidentales según un bien ensayado guión. Los activistas pro democracia luchan contra un gobierno autoritario. Los manifestantes exigen el derecho a ser parte de la Unión Europea. Pero el Presidente de Rusia Vladimir Putin ha vetado su oportunidad de libertad y prosperidad.

Es una historia que hemos oído en una u otra forma una y otra vez: y en Ucrania —detalle de no poca importancia— durante la revolución naranja respaldada por Occidente hace una década. Pero esto apenas guarda relación con la realidad. Nunca se ha ofrecido a Ucrania adhesión a la UE, y muy probablemente nunca se le ofrecerá. Al igual que en Egipto el año pasado, el Presidente que los manifestantes quieren derrocar fue elegido en una elección considerada justa por los observadores internacionales. Y muchas de las personas que salen a protestar a las calles no sienten en absoluto entusiasmo por la democracia.

Pero a tenor de la mayoría de los informes, nunca se podría saber que fascistas y nacionalistas de extrema derecha han estado en el corazón de las protestas y los ataques a edificios del gobierno. Uno de los tres principales partidos de oposición que encabeza la lucha es el grupo de extrema derecha antijudío Svoboda, cuyo líder Oleh Tyahnybok afirma que una “mafia judeo-moscovita” controla Ucrania. Pero el senador estadounidense John McCain estaba feliz compartiendo un tabladillo con él en Kiev, el mes pasado. El partido, que ahora controla la ciudad de Lviv, realizó a principios de mes una marcha de antorchas al estilo nazi con 15.000 participantes, en memoria del líder fascista Stepan Bandera, cuyas fuerzas lucharon al lado de los nazis en la segunda guerra mundial y participaron en las masacres de judíos ucranianos.

Así, en la semana en que se conmemora la liberación de Auschwitz por el Ejército Rojo como el día de recuerdo del Holocausto, los políticos occidentales aclaman en las calles de Ucrania a los partidarios de quienes ayudaron a realizar ese genocidio. Pero ahora en las protestas Svoboda ha sido superada por grupos aún más extremos, como “Sector de derecha”, que exigen una “revolución nacional” y amenazan con una “prolongada guerra de guerrillas”.

No es que tengan mucho tiempo para la UE, que ha estado presionando a Ucrania para que firme un acuerdo de asociación, ofreciendo préstamos de austeridad, como parte de una iniciativa alemana para abrir las puertas de Ucrania a las compañías occidentales. Fue el abandono de la opción de la UE por parte de Víktor Yanukovych —después de que Putin ofreció un rescate de 15 mil millones de dólares— lo que desencadenó las protestas.

Pero los ucranianos están profundamente divididos sobre la integración europea y sobre las protestas, en gran medida a lo largo de un eje entre el Oriente ucraniano rusoparlante y el sur (donde el Partido Comunista aún tiene significativos apoyo) y el Occidente ucraniano tradicionalmente nacionalista. La industria en el Oriente es dependiente de los mercados rusos y podría ser aplastada por la competencia de la UE.

Es esa falla geológica histórica en el corazón de Ucrania lo que Occidente ha estado tratando de aprovechar para hacer retroceder la influencia rusa desde la década de 1990, incluyendo un intento concertado para atraer a Ucrania a la OTAN. Como edulcorante, los líderes de la revolución naranja fueron alentados para enviar a tropas ucranianas a Irak y Afganistán

La expansión hacia el este de la OTAN fue interrumpida por la guerra de Georgia de 2008 y por la posterior elección de Yanukovych con una plataforma de no alineamiento. Pero cualquier duda de que el esfuerzo de la UE para cortejar a Ucrania está estrechamente relacionado con la estrategia militar occidental se disipó hoy cuando el Secretario General de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, declaró que el abortado Pacto con Ucrania habría sido “un impulso importante para la seguridad euroatlántica”.

Eso ayuda a explicar por qué políticos como John Kerry y William Hague han sido tan feroces en su condena de la violencia policial ucraniana —que ya ha dejado varios muertos—, mientras estudiadamente se abstienen de opinar sobre la matanza de miles de manifestantes en Egipto, desde el golpe de estado del año pasado.

No es que se pueda confundir a Yanukovich con ningún tipo de político progresista. Ha sido respaldado a fondo por multimillonarios oligarcas que tomaron el control de los recursos naturales y empresas privatizadas de Ucrania tras el colapso de la Unión Soviética, y que al mismo tiempo dan dinero a los políticos manifestantes y de oposición. De hecho, una interpretación de los problemas del Presidente ucraniano es que los oligarcas establecidos han prestado más que suficientes favores a un advenedizo grupo conocido como “la familia”.

Es la ira ante esta grotesca corrupción y desigualdad y ante el estancamiento económico de Ucrania y la pobreza lo que ha llevado a muchos ucranianos de la calle a unirse a las protestas, y también ira por la brutalidad policial. Como Rusia, Ucrania se arruinó por la terapia de shock neoliberal y la privatización masiva de los años postsoviéticos. En cinco años se perdió más de la mitad del ingreso nacional del país, y el país todavía no se ha recuperado completamente.

Pero tampoco los principales dirigentes de la oposición y de las protestas callejeras ofrecen alguna alternativa genuina, para no hablar de un desafío a la oligarquía que tiene a Ucrania en sus garras. Yanukovych ha hecho ahora amplias concesiones a los manifestantes: ha sacado al primer ministro, ha invitado a los líderes de la oposición a unirse al gobierno y ha derogado las leyes contra protestas que se aprobaron a principios este mes.

Pronto se verá con claridad si estas medidas calman o alimentan el descontento. Pero el riesgo de que el conflicto se propague —figuras políticas han advertido sobre la posibilidad de guerra civil— es grave. Hay otros pasos que podrían ayudar a desactivar la crisis: la creación de un gobierno de coalición, un referéndum sobre las relaciones con la UE, un cambio de un sistema presidencial a uno parlamentario y una mayor autonomía regional.

La partición de Ucrania no es un asunto puramente ucraniano. Junto con el emergente desafío de China a la dominación estadounidense de Asia Oriental, la falla geológica ucraniana tiene el potencial de atraer a potencias exteriores y conducir a un enfrentamiento estratégico. Solamente los ucranianos pueden superar esta crisis. Continuar con la interferencia extranjera es provocador y peligroso.

Traducción por Con nuestro Perú de

The Guardian, 29-01-2014

http://www.theguardian.com/commentisfree/2014/jan/29/ukraine-fascists-oligarchs-eu-nato-expansion

 

 

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