Guantánamo y otros centros clandestinos de reclusión

Por Gustavo Espinoza M. (*)


La Bahía de Guantánamo es un enclave ubicado en la isla de Cuba y controlado por Estados Unidos. Se localiza al extremo sureste de la provincia de Guantánamo y alberga una base naval estadounidense de aproximadamente 116 km² conocida hoy por ser un campo de detención militar para prisioneros supuestamente vinculados al grupo terrorista Al-Qaeda.


Como se recuerda. La Base de Guantánamo se estableció en 1898, cuando Estados Unidos obtuvo el control de Cuba por parte de España al término de la Guerra hispano-estadounidense, siguiendo con la invasión de la Bahía de Guantánamo en 1898. Poco después, el gobierno yanqui obtuvo la cesión perpetua del territorio, a partir del 23 de febrero de 1903. Fue el gobierno de Tomás Estrada Palma, primer presidente de la Cuba seudo democrática el que cometió la ignominia de admitir la presencia, en su propio suelo, de una potencia extranjera que históricamente se convirtió en el principal enemigo de Cuba a lo largo de todo el siglo XX y lo que va del presente.

Hace algunos años, el Nuevo York Time informó a la opinión pública de los Estados Unidos acerca de la existencia del Centro Clandestino de Reclusión que allí funcionaba. Antes, ciertamente, lo había denunciado Cuba, pero en el Gran Imperio los grandes medios optaron por hacer oídos sordos e ignorar el hecho. La denuncia del principal diario neoyorquino, sin embargo, sirvió para llamar la atención del mundo y hacer memoria respecto a lo que constituye una realidad dramática y flagrante en el mundo contemporáneo: la existencia de cárceles secretas ubicadas sobre todo en unidades militares, pero también en otros lugares que ofrecen a los represores, garantía de discreción e impunidad.

El tema, de alguna manera ha hecho conciencia en la opinión pública de los Estados Unidos, y eso explica por qué el nuevo Presidente Norteamericano ha asumido el compromiso de Cerrar ese Centro siniestro y tortuoso.

En nuestro continente los centros clandestinos de reclusión tienen vieja data. En uno de ellos, en la isla de Taquila, en el centro del Lago Titicaca, estuvo recluido a fines de los años 20 del siglo pasado quien después fuera Presidente de la República, Luis M. Sánchez Cerro. Pero en Brasil, en los años 30 funcionó en San Fernando de Noronha una cárcel similar bajo al régimen del Estado Novo. Eran los años negros de Getulio Vargas que describiera con magnífica prosa literaria Jorge Amado hablando de Luis Carlos Prestes, "El Caballero de la Esperanza".

En Argentina, en una u otra época, hubo también centros de reclusión ilegal, incluso en La Patagonia, pero consagraron su existencia las dictaduras militares de fines de los 70 en lo que constituyó uno de los episodios más horrendos de la historia de América Latina. El estremecedor informe de la Comisión Sábato mostró al mundo la dantesca realidad de El Vesubio, La Perla, El Atlético, El Olimpo, Campo de Mayo y hasta Automotores Orletti, dedicado a la reclusión de ciudadanos de otros países, entre los que estuvieron dos diplomáticos cubanos secuestrados y después asesinados. En todos esos lugares, millares de personas fueron finalmente desaparecidas. En aquellos años se hizo célebre, entre otros el "Circuito Camps" integrado por cinco reclusorios ilegales en La Plata y hasta la Escuela de Educación Física Universitaria de Tucumán. Todo el país fue convertido en una cárcel secreta en la que perecieron personas de toda condición.

En Chile, sobre todo en los años de Gonzales Videla se hizo un símbolo la existencia de Campos de Concentración en Pisagua. Pero ellos no fueron sino el presagio de lo que ocurriría más tarde, bajo la dictadura de Pinochet, cuando incluso el Estadio Chile o el mismo Estadio Nacional de Santiago, pasaron a funcionar públicamente como prisiones ilegales en las que los detenidos eran bárbaramente torturados y ejecutados. La Comisión Retting, de profunda inspiración cristiana y ajena por lo mismo a cualquier "tentación marxista", admitió la existencia de Tejas Verdes, Cuadro Alamos, Londres 38, José Domingo Cañas, Villa Grimaldi, la Discóteque y otros lugares, incluida la llamada "Colonia Dignidad".

En Paraguay funcionaron varios, diestramente ocultos por los bárbaros regímenes que allí se sucedieron. Y en Uruguay -la Suiza de América, la llamaban- se pudo establecer que 5 Unidades Militares funcionaron como Centros de Reclusión y a ellos se adicionaron 8 centros clandestinos en los que se cometieron toda clase de abusos contra hombres, mujeres e incuso niños.

Todo eso forma parte de una historia que tuvo comienzo, pero que, pareciera no haber tenido final. Por lo menos en algunas partes de nuestro continente.

Es el caso del Perú, sin duda, donde el tema mantiene viva presencia porque forma parte de un pasado que amenaza retornar y que incluso es reivindicado por quienes se vanaglorian de haber "derrotado al terrorismo".

En nuestro suelo vivimos en las dos últimas décadas del siglo XX todo el esquema de la "guerra sucia" signado por la violación flagrante de los derechos humanos. Uno a uno, se presentaron todos los casos recogidos en la legislación internacional como expresiones contrarias al "trato humanitario en casos de conflicto". Hubo, en efecto, privaciones ilegales de la libertad, desaparición forzada de personas, ejecuciones extrajudiciales, tortura institucionalizada y centros clandestinos de reclusión que funcionaron en distintos lugares de nuestro territorio.

En Ayacucho, por ejemplo, se hizo célebre "La Casa Rosada", una residencia ubicada en las inmediaciones del aeropuerto de la ciudad que fue convertida en lugar de reclusión y tortura sobre todo para jóvenes de uno y otro sexo. También, por cierto, el Cuartel Los Cabitos donde solamente hoy ha sido posible encontrar tumbas clandestinas de quienes estuvieron allí ilegalmente recluidos bajo infames apremios físicos y morales. El Estadio Municipal de Huanta, fue también un Centro Clandestino de Reclusión, y a él ingreso, para no salir más, el corresponsal del diario "La República" Jaime Ayala Sulca, en 1983. Y además, la sede de la III Región Militar, en Huancayo, en los años del general Pérez Documet. Y el Cuartel de Pampa Cangallo, en Ayacucho, por donde pasamos en 1987 rumbo a Cayara.

Pero en la región San Martín, en los años en los que operó por allí el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru, cada base militar y cada puesto de la policía actuaron como Centros Clandestinos de Reclusión. Los presos eran sometidos a tortura y en algunos casos, ejecutados; pero sus familiares nunca fueron informados de los hechos.

Pero las instalaciones oficiales de la Fuerza Armada en Lima tuvieron el mismo destino. El extenso campus de Chorrillos donde funcionaba el Servicio de Inteligencia Nacional, era usado para mantener detenidos en secreto. Vuelos especiales arribaban a la base aérea de La Palmas trayendo campesinos detenidos sin que nadie supiera de su existencia. Hay quienes aseguran que las torturas se aplicaban a diestra y siniestra y que incluían los más variados métodos. Incluso, los presos eran echados en la pista con los ojos vendados y pasaban sobre ellos camiones cargados de tropa, a vista y paciencia de "los superiores". Eso, sin embargo, no se ha investigado.

Y tampoco se ha investigado realmente el uso que se le dio al Pentagonito, la sede de la Comandancia General del Ejército, donde funcionó un horno crematorio, a más de diversas celdas y cámaras de tortura. Hoy, hay quienes quieren vender parte de esos terrenos. Y Hay otros que se oponen. Pero ni unos ni otros proponen más bien investigar aquello de lo que fueron escenario esas tierras y esos edificios, que bien podrían ser alguna vez convertidos en piezas de un Museo de los Derechos Humanos. Cuando ellos tengan vigencia, claro.

Mientras eso ocurra, Guantánamo y otros, serán el paradigma en el que se habrán de ver sucesivas generaciones empeñadas en la lucha por la libertad y la justicia (fin)

(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera. / www.nuestra-bandera.com